Opinión

Ni la familia que te toca, ni la que eliges: es la que te curras

María Morales
Actualizado: h
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Hoy mis padres hacen la fiesta por sus bodas de plata, que cumplieron oficialmente hace unos meses. Para la ocasión, les escribí una felicitación que me hizo reflexionar profundamente sobre el significado de la familia. Porque, si algo me han enseñado mis padres, es que nada que merezca la pena se logra sin esfuerzo.

Vivimos en una época en la que la familia como institución parece estar cada vez más en entredicho. Por un lado, la versión de la vida que muchas veces nos muestran las redes sociales o la televisión, llena de momentos idílicos y familias perfectas, nos empuja a aspirar a cosas que muchas veces no existen, distanciándonos de la realidad y de lo que verdaderamente importa. Por otro lado, los valores tradicionales de la familia están bajo ataque constante. Ser ama de casa, por ejemplo, es a menudo infravalorado o visto como algo anticuado, y la dedicación al hogar y a la crianza de los hijos se menosprecia en una sociedad que parece valorar más el individualismo, la productividad económica, el hedonismo o el avance profesional.

En contraste a estas tendencias, la familia en la que yo he crecido ha sido siempre sinónimo de refugio, de aceptación y, sobre todo, de equipo. Mis padres se han esforzado en crear una sensación de pertenencia y unión, habiendo enfocado así tanto su relación como la manera de educarnos. 25 años más tarde, y teniendo aún mucha vida por delante, podría decirse que van camino del éxito: siguen juntos, enamorados, y han formado la familia que somos hoy, que es una verdadera piña. Por eso, hoy no puedo evitar parar y preguntarme ¿cuál es su secreto? Cada día más unidos, cada día más fuertes (y con ganas de renovar sus votos…) Tal vez sea solo masoquismo, pero, en cualquier caso, de todo lo que he visto y vivido, aquí van tres lecciones fundamentales que he aprendido de mis padres sobre lo que significa la familia.

Lección 1: Ganas de luchar

A pesar de lo que muchas veces se nos vende, la vida no se basa en hitos extraordinarios, ni se mide en finales dramáticos ni momentos espectaculares. Ser conscientes de esto no es fácil, y tengo la impresión de que vamos por la vida buscando lo deslumbrante: sentimientos intensos, grandes demostraciones de amor, o incluso magia, infravalorando muchas veces lo cotidiano, y corriendo el riesgo de tomar lo normal por insignificante. Mis padres son el mejor ejemplo de que la vida y la familia son carreras de fondo, cargadas de días buenos y malos, de sacrificios y concesiones. Bajo esta premisa, han construido nuestra familia desde la aceptación, la paciencia, y el esfuerzo. La vida les puso a prueba desde el principio: mi madre se quedó embarazada con 19 años y tuvo que afrontar el miedo y el reproche, y hacer las paces con que, de repente, su vida había cambiado para siempre. A los pocos años de que yo naciese, mi padre tuvo un accidente de tráfico que supuso, entre otras cosas, una serie interminable de operaciones y la renuncia a muchas de sus grandes aficiones. En este contexto siguieron adelante, juntos, y fueron formando la familia que somos hoy, superando cada obstáculo y luchando por seguir adelante. Aun así, diría que el éxito de mis padres no puede remontarse a ningún punto de inflexión en particular, sino que se aprecia en las pequeñas victorias del día a día. Lo que más destaca de su relación es la consciencia permanente de haberse elegido, las ganas de seguir y la determinación por luchar incluso cuando las cosas se ponen feas. Y creedme… cuando llevas tanto tiempo con alguien, cualquier cosa puede parecer difícil (y yo he visto discusiones hasta sobre quién se vio los Bridgerton sin esperar a quien).

Lección 2: La idea del frente unido

Una de las grandes bases sobre las que se ha fundamentado la “operativa” de mi familia es la importancia de “ser un frente unido”. Mis padres nos han educado desde un entendimiento de la familia que transciende el mero hecho de compartir sangre, o vivir juntos, aunque estos factores también sean relevantes. Para ellos, la familia se define, en gran medida, por su capacidad de funcionar y enfrentarse a la vida de una manera concreta: junta. En su esfuerzo por que esta idea calase, ellos mismos se han mostrado siempre como un frente unido ante nosotros, algo que suele sorprenderme por no ser una práctica habitual. A pesar de no haber estado siempre de acuerdo en cuanto a cuál era el mejor camino a la hora de educarnos, a nosotros (los hijos) siempre nos llegaba un mensaje inequívoco, una respuesta contundente, una decisión unánime y un camino claro a seguir. Esa unidad y coherencia no solo nos han permitido crecer en un entorno de certidumbre y con una autoridad clara, sino que nos ha enseñado los principios de lo que significa el trabajo en equipo: anteponer el proyecto en conjunto a las preferencias u opiniones individuales, por el bien del objetivo compartido.

Lección 3: El sacrificio

La realidad es la siguiente, nos guste o no: cualquier proyecto requiere sacrificio, y la familia, por ser un proyecto especialmente ambicioso, exige un nivel de renuncia significativo. Últimamente se pone mucho el foco en la renuncia de las mujeres, que es un tema relevante pero paradójico, ya que luego muchas veces se les hace de menos en su aportación al hogar o se cuestionan sus decisiones (un ejemplo claro es el reciente escrutinio al que se ha visto sometida Elsa Pataki por haber decidido priorizar a su familia frente a su carrera). Las decisiones que se toman en el contexto de formar una familia no son simples ni fáciles, y a menudo implican sacrificios de ambas partes, aunque sea de maneras distintas. De hecho, de igual forma que quien se queda en casa renuncia a su desarrollo profesional, el padre o la madre que trabaja sacrifica, en muchas ocasiones, tiempo de calidad con sus hijos, con la esperanza de poder darles una vida mejor. Estas decisiones son personales y varían en cada familia, pero lo que no cambia es que, sin estos sacrificios, el proyecto familiar no podría avanzar. Y, sí, mi madre habrá renunciado a su desarrollo profesional por quedarse en casa, pero a ninguno se nos ocurriría cuestionar su valía o ambición después de los cuatro bachilleratos, dos dobles grados en ADE y Derecho e innumerables títulos de idiomas que se ha sacado extraoficialmente por estudiar con nosotros.

Mis padres, con sus 25 años de matrimonio, son un testimonio vivo de estas tres lecciones. Las relaciones no se mantienen solas; requieren esfuerzo, una visión compartida y un compromiso inquebrantable. Y esa es la verdadera esencia de la familia: la que te curras.