Opinión

Nerón camino de Sevilla

Actualizado: h
FacebookXLinkedInWhatsApp

Nerón está tocando la lira mientras ve cómo el fuego crece a su alrededor, cómo bailan las llamas de su legado, cómo se expanden las columnas de humo. Sabía que tarde o temprano este momento llegaría, que habría un punto en el que todo se saldría de madre. De ahí la carta, de ahí aquella simulación de los cinco días en los que solo buscaba ser él el que diera comienzo a su propio quinario. Sería víctima y verdugo, puñal y herida, plañidera y dóberman. Con esa lunática performance no solo quería evidenciar que tenía una cohorte de “groupies” descerebrados que serían capaces de cavar por él hoyos profundos para cualquier cadáver, también quería avisar a los que estaban enfrente de que iría con todo su arsenal. Es decir, sin ningún límite, reparo ni escrúpulo.

Pedro Sánchez conocía el qué, pero se le escapaban el cuándo y el cómo. Ya hemos hablado en estas páginas de que su principal problema es que, por mucho que se empeñe en aparentar que tiene todo bajo control, hace bastante rato que perdió las riendas del caballo, el joystick de la consola, el timón del barco. Ya no controla los tiempos, ya no maneja los escenarios. Resiste, malvive, sin saber por dónde le vienen los golpes, amaneciendo cada mañana con una nueva tempestad llamando a su puerta. Ahora está a merced de los vaivenes de su avaricia, viendo cómo los demás recogen las semillas de un caos que él mismo fue sembrando desde La Moncloa con su forma de obrar.

Ahora la iniciativa la llevan la Justicia y el periodismo, por eso él sigue empeñado en ese escuálido discurso, cada día menos creíble, sobre los bulos, la desinformación, la ultraderecha, el “lawfare” y demás lindezas con las que pretende tirar para adelante. Pero eso, que ya le sirvió en su día, hoy se torna en una excusa conspiranoica propia de alguien que ha perdido los estribos, un relato inverosímil que martillea una mentira, que trata de arrinconar varias verdades irrefutables. Cuando alguien intenta contar que todo el mundo va contra él, que todo el que le señala está equivocado y que todos los hechos que se le imputan son falsos, acaba por hacer saltar la liebre de su cuajo. Va en contramano pitándole a los coches que circulan en la dirección correcta de la vía. Y se queja de los que le echan las largas.

En su peor momento, con la corrupción asfixiándole y, que nadie se olvide, con un Gobierno asfaltado sobre la falsedad del ‘somos más’, se había preparado una especie de oasis este fin de semana en Sevilla para tratar de volver a escenificar sus fuerzas. Un baño de masas socialistas, más acongojadas que convencidas, con el que poder mostrarse triunfante y combativo, con el que ahondar en esa leyenda que tanto le gusta prodigar del héroe indestructible. Pero no, cuando las compuertas fecales se abren y el nerviosismo neutraliza cualquier atisbo de lucidez, cuando por cada intento de mirar a la cara a la adversidad vienen dos guantazos más de realidad, se comienzan a cometer errores en cadena. Y ahí, es cuando no hay marcha atrás.

Se las prometía felices Sánchez en su Congreso Federal a la búlgara, pero ni allí va a poder estar tranquilo, los aplausos le sabrán a descuento, a ojana, a… ¿última vez? En menos de una semana ha nacido el fenómeno mediático de Aldama, que no solo cantó “La Traviatta” ante la Audiencia Nacional, sino que también ayer sacó pecho en la radio: “A mí me llama delincuente un señor que tiene a su mujer, a su hermano y al segundo del que fue su Gobierno imputados”. También se ha descubierto estos días que Lobato, al ver que el Fiscal General era imputado, fue a una notaría a registrar los WhatsApp en los que La Moncloa le pasaba información confidencial del novio de Ayuso para que la mostrara en la Asamblea. Tras conocerse esto, y después de unas horas en las que echó por tierra ese manto de dignidad que el ABC le había regalado, el líder del PSOE madrileño acabó poniendo fin a la lapidación presentando su dimisión.

Nada les sale bien, cada noticia viene cargada de un trasfondo de derrumbe, de demolición. Han entrado en barrena, buena prueba de ello es que la propia Begoña Gómez ayer llegó incluso a aportar documentación que la inculpaba. Sánchez está herido de máxima gravedad, pero se afana en mantenerse fuerte, en comunicar que sigue vivo. No obstante, precisamente eso, esa necesidad impostada de sacar músculo es la que le delata. Ayer en el Congreso decidió liarse la manta de la que está tirando el supuesto Anacleto a la cabeza y, en un alarde cómico, rozando el surrealismo y batiendo su plusmarca personal de desahogo, acusó a Feijóo de “patrimonializar las instituciones” para hacer negocios con amigos y familiares. Sánchez ha entrado en la etapa del despiporre, la de quitarse del todo la careta y llamar tonta a la gente en la cara. Sánchez sabe que solo puede aguantar este asedio y camuflar su galopante desesperación siendo más Sánchez que nunca. Pero, paradójicamente, ahí está su final. En la exageración de un personaje que al no saber nunca dónde están los límites acabará destapando, incluso para sus feligreses más ciegos, su verdadera y única finalidad.

Este fin de semana veremos en Sevilla la película completa tras el tráiler que nos dejó en el Congreso de UGT. Allí habló de esa desinflada épica de que la gente por la calle -no serán las de Paiporta- le pide que aguante. Y él, con esa sonrisa del pirómano que disfruta al pensar en montañitas de cenizas, sentenció que aguantaría estos tres años y que se presentaría a la siguiente legislatura. Lo peor de todo esto es que lo más probable es que lo diga convencido. Si llega a las siguientes elecciones lo mismo tiene ya imputados hasta a los perros esos con los que cuando llegó a la Presidencia se hacía fotos soñando con ser Obama. A Nerón le gusta ver como todo arde, sentirse Rocky Balboa, pero ni la música de su lira seduce ya a nadie ni el olor a chamusquina de su futuro más inmediato ilusiona al más fervoroso de los sanchistas.

TAGS DE ESTA NOTICIA