Un grupo de científicas de Aragón acaba de hacer públicos los resultados de un interesante estudio sobre las diferencias en la atención sanitaria (pública) a mujeres y hombres durante la epidemia del coronavirus. Un análisis estadístico con perspectiva de género que se ha aplicado a 390.000 personas afectadas por el covid y que deja sobre la mesa datos muy significativos e incluso escalofriantes.
En los dos años clave de la pandemia —entre marzo de 2020 y 2022—, los hombres afectados por el covid fueron hospitalizados en un porcentaje más elevado que las mujeres, con ocho puntos de diferencia: el 77% de los varones que fallecieron a causa de la enfermedad en Aragón habían estado en el hospital —o lo estaban en el momento de su muerte—, frente a solo un 69% de las mujeres. Las enfermas, además, permanecieron menos días ingresadas y pasaron menos por las UCI.
Las responsables del estudio señalan que en esa realidad influyeron sin duda factores muy diversos, como el hecho de que haya un mayor número de mujeres de edades avanzadas, que padecen otras enfermedades —sobre todo demencias y depresiones— y que además viven en residencias, en muchas de las cuales en aquel momento debieron de producirse situaciones caóticas.
Pero también indican algo que otros estudios llevan tiempo afirmando: hay razones de fondo, estructurales, que contribuyen a que a menudo las mujeres seamos peor atendidas en la medicina que los varones. Aunque no siempre nos demos cuenta de ello, el funcionamiento del sistema médico y farmacológico, en general, está diseñado por hombres que han pensado solo en otros hombres, sin tener en cuenta las características específicas del sexo femenino. (Como el mundo en general, podríamos decir.) En muchas afecciones, los síntomas que muestran los cuerpos de los varones y los de las mujeres son diferentes, pero los libros que estudian nuestros médicos —y médicas— y los protocolos en cuyo seno actúan no siempre tienen en cuenta esas diferencias, y han sido elaborados mayoritariamente para dar respuesta a la sintomatología masculina.
Solo en los últimos tiempos, a medida que muchas más mujeres se han ido incorporando a la medicina clínica y la investigación y van alcanzando puestos de responsabilidad en sus estructuras de gestión, ha empezado a hablarse cada vez más a menudo de este tema. Recuerden, por ejemplo, el comentado caso de los infartos: los síntomas descritos tradicionalmente en las guías médicas son los que padecen los hombres. El infarto en las mujeres suele provocar efectos distintos, que hasta hace poquísimo ni siquiera eran tenidos en cuenta y podían muy fácilmente ser confundidos con los producidos por otras afecciones menores.
Lo mismo ocurre con las medicinas que nos recetan: muchas mujeres presentes en la industria farmacológica llevan décadas haciendo saber que la mayor parte de los ensayos clínicos se realizan con varones —o al menos así era hasta tiempos muy recientes—, sin tener en cuenta que las especificidades de los cuerpos y la biología particular de cada sexo hace que las reacciones a numerosos medicamentos sean diferentes en unos y otras.
A todo esto se une nuestra realidad vital: nosotras asumimos de tal manera la responsabilidad como cuidadoras de otras personas a lo largo de nuestras vidas, que con frecuencia relegamos nuestras propias dolencias a un segundo plano; estamos acostumbradas a lidiar con dolores, malestares y enfermedades diversas y aun así seguir activas (porque no nos queda otro remedio), y tendemos a no dar importancia a lo que nos ocurre, a veces incluso hasta que ya es demasiado tarde.
Las científicas que han participado en el trabajo realizado en Aragón denuncian que los profesionales de la medicina no están mayoritariamente atentos a estas realidades. Por desgracia, estoy convencida de que es así: casi todas nosotras tenemos experiencias desagradables en ese sentido y nos hemos encontrado en alguna ocasión con médicos que han despreciado nuestro malestar o nuestro dolor y nos han tratado como si fuéramos unas quejicas o unas “histéricas“, aunque lo que padeciésemos resultase ser a la larga algo grave.
No por casualidad, cada vez conozco a más mujeres que prefieren ser atendidas en las consultas por otras mujeres, en las que encuentran empatía, respeto y un nivel de comunicación que no siempre existe entre el médico varón y la paciente femenina. Aunque esta no sea una regla matemática —hay doctores que irradian comprensión, y doctoras que actúan como máquinas antipáticas, haciéndote sentir que las estás molestando—, lo que está claro es que el sistema en su conjunto necesita una revisión. Como en tantas otras actividades, es urgente que la medicina reconozca de una manera expresa que las mujeres existimos y establezca normativamente una atención específica a nuestra vida distinta y nuestros cuerpos diferentes