Opinión

Navidad, dulce Navidad

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Todo pasa, todo llega, y ya está aquí de nuevo la Navidad, para deleite de aquellos a quienes les encanta y horror de aquellos que no la soportan.

No seré yo quien le diga a nadie como tiene que vivir estas fiestas, tanto si es un Grinch y huye en cuanto le es posible, como si es de los que cada año busca un nuevo jersey navideño y la goza en el Christmas Jumper Day que ya se celebra en muchos lugares en nuestro país.

La Navidad, si bien es una festividad cristiana, influye en la vida de todos nosotros, seamos religiosos o no. Nadie (o casi nadie) puede sustraerse a las reuniones familiares y/o con amigos (más o menos deseadas), a los atascos y las aglomeraciones en las calles, en las tiendas, y en cualquier sitio al que uno va.

Que la Navidad tenga como fecha de celebración el 25 de diciembre no es casualidad ni tiene que ver con ningún hecho de la cristiandad, de hecho, esta fecha es en parte una herencia de los romanos (como tantas otras cosas que nos han llegado de ellos, ¡sorpresa!) que con acierto el papa Julio I fijó como festividad cristiana en un momento en que el cristianismo estaba en expansión en el imperio romano.

Y es que los romanos, politeístas, comenzaban el 17 de diciembre a celebrar Las Saturnales, una festividad pagana que honraba a Saturno, dios de la agricultura y que culminaba el 25 de diciembre con la celebración del renacimiento del año, el Sol Invictus.

Durante esta semana que duraban las fiestas, los romanos hacían visitas a sus familiares y amigos donde se intercambiaban regalos y celebraban banquetes. Hasta los esclavos tenían permisos especiales, pudiendo incluso vestir la ropa de sus señores.

El resto, hasta nuestros días, es historia. En el siglo IV, el Papa Julio I fijó la fecha del 25 de diciembre como la conmemoración del nacimiento de Jesús, intentando ganar adeptos para la causa (cristiana), puro proselitismo. Así, el día del renacimiento del sol para los romanos, se convirtió en el día del nacimiento de Jesucristo para los cristianos, Navidad, restando importancia a las fiestas realmente importantes que hasta entonces celebraba el cristianismo: la Pascua y la Epifanía.

Hoy la celebración de la Navidad cristiana llega hasta países que profesan otras religiones. Lo confirmo con mi experiencia después de haber pasado navidades en países con otros credos, donde te encuentras con el mismo espíritu navideño (o espíritu comercial) que se respira en nuestra Europa occidental y cristiana.

Porque la Navidad, que no dudo que muchas personas la vivirán con profundo sentido religioso, para el resto es una época más de vacaciones y celebración, pero, sobre todo, de encuentros. Encuentros físicos o en la distancia.

En esta época del año, la carga de recuerdos que va acumulando este rito anual (un año tras otro) nos trae de manera irremediable a la memoria a aquellas personas con las que no compartimos tiempo diario (aunque nos gustaría) y sobre todo nos recuerda a aquellas personas con las que compartimos estas fechas en ocasiones pasadas y con las que nunca más volveremos a estar.

Ritos como la Navidad nos hacen reflexionar sobre el valor del tiempo compartido con las personas con las que queremos compartirlo. Porque el tiempo pasa, inexorable, y un año descubres que no volverás a compartir con determinadas personas esas tardes de Scrabble y cartas que compartías cada año, esos paseos, esas charlas, esas tardes cocinando. Ya no podrán repetirse porque las personas con las que las compartían ya no están. Todo llega, pero todo pasa. Y, como dejó escrito Machado, lo nuestro es pasar.

Así que celebra la Navidad en la manera en que tú quieras. Huye de ella, viaja muy lejos o muy cerca. Queda con todo el mundo o enciérrate en casa. La Navidad ha llegado y de nuevo pasará.

Y sea como sea que la celebres, Feliz Navidad.

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