El avance científico y tecnológico nos ha provisto de dispositivos que hasta hace no mucho existían tan solo en la imaginación de algunas personas. También, desde hace un tiempo, a todas horas, oímos hablar de la Inteligencia Artificial como la panacea para muchos ámbitos de nuestras vidas. Y a pesar de todo este avance y toda esta tecnología, probablemente tenemos que admitir que estamos a merced del poder de la naturaleza y que lo único que podemos hacer es resguardarnos de la mejor manera posible cuando ese poder se nos muestra y la tecnología tan sólo puede ayudarnos a saber cuándo tenemos que resguardarnos.
Los antiguos griegos conocían el capricho de los dioses del Olimpo. Zeus, el dios de los dioses, era además el señor de las nubes, la lluvia y los truenos. Poseidón, que era su hermano, era el dios de los mares y las costas. Helios era el dios del Sol y los vientos eran manejados por Eolo. Toda la mitología griega dio paso a la Filosofía y a la Ciencia cuando los primeros físicos, en Mileto, comenzaron a preguntarse el porqué de las cosas, por qué las cosas sucedían como sucedían. Es el siglo VI antes de Cristo y Tales de Mileto, Anaximandro y Anaxímenes dan comienzo al estudio de la naturaleza, la physis en griego, de ahí el término “físicos” para denominarlos. Los primeros filósofos, los primeros físicos.
Dos siglos después, también en la antigua Grecia, Aristóteles escribió su obra Política, palabra que deriva del término griego polis (ciudad) y que tiene como significado los asuntos de las ciudades. Y me gusta recordarlo porque a menudo se nos olvida a nosotros como ciudadanos, y a los propios políticos, que ese es su trabajo (el de los políticos) gestionar los asuntos públicos, y que, además, los políticos trabajan para los ciudadanos.
Las catástrofes son hipnóticas cuando nos las sirven a través de las pantallas. Nos recuerdan que nuestra vida es frágil y puede cambiar de un día para otro, de la mañana a la tarde, de una hora a otra hora, y que cuando llega, iguala a todos. Y es en estas catástrofes y desastres pavorosos que se vislumbra también la otra naturaleza: la naturaleza humana.
No hace falta haber leído a Hobbes (que en su obra De Cive en el siglo XVII decía que el hombre es un lobo para el hombre) o, más cercano a nuestros días, la novela Ensayo sobre la ceguera de Saramago para comprender que en los momentos de las tragedias naturales o no, porque da igual un huracán que una guerra, se muestra desnuda la condición humana, nuestra naturaleza como personas. Como ya sabemos y hemos comprobado en multitud de ocasiones cuando llegan estos momentos los grises se diluyen y todo da paso al blanco y al negro, sale lo mejor y lo peor de las personas, no hay término medio.
Y así vemos como hay personas que aprovechan las circunstancias para asaltar comercios previamente arrasados por el agua mientras otros miles de personas se congregan para que les den trabajo como voluntarios o recogen material en cientos de puntos habilitados para ello. La historia siempre fue así y siempre será así. Todo se repite a lo largo del tiempo.
Sabido es que las razones humanas se repiten mucho, y las sinrazones también, escribió Saramago en su Ensayo sobre la ceguera.
No lo olvidemos y recordemos también lo que el escritor portugués nos decía en la misma obra, y es que la ceguera no discrimina, afecta a todos por igual, recordándonos que somos todos vulnerables. Nuestra naturaleza humana.