Opinión

Monedero, el protocolo como coartada

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El machismo en sus distintas formas existe en todos los partidos y en el acoso el único culpable es el agresor. La diferencia está en cómo reaccionan las instituciones y los partidos. Las explicaciones públicas y los silencios retratan a cada uno. Ciñéndonos a la versión de Podemos, en la gestión de las denuncias a Juan Carlos Monedero fallaron todas las fases. No hubo prevención. La cúpula del partido supo de una primera denuncia en 2016 por canales informales -no había protocolos establecidos- y se repitió seis años más tarde. En 2023, las dos denuncias ya por vía oficial fueron veraces y se apartó de aquella manera al cofundador. 

La ley del sí es sí obliga a los partidos a tener reglamentos y protocolos para que las víctimas puedan denunciar de manera segura. Dos años después de que Podemos apartara a Monedero, el expediente sigue abierto y hay opacidad sobre cómo se han tramitado las denuncias. Se puede proteger la identidad de las víctimas y ser transparente en la investigación. Es más, se debe. Porque un expediente por acoso no es una agujero negro donde no se sabe qué ocurre dentro.

Un protocolo no es un acto de fe y Podemos lo utiliza como escudo para asegurar que hizo lo correcto. Por las explicaciones de Ione Belarra, no se sabe con claridad qué actuaciones han llevado a cabo, quién fue responsable de tramitar el expediente y qué diligencias se hicieron en la instrucción. El expediente -si lo hubo- incumplió con la obligación de recabar la versión de Monedero. Y no hay rastro de qué mecanismos de reparación a las víctimas ha habido. Ni transparencia, ni búsqueda activa de la verdad. Porque un expediente debe derivar en algo más que en una retirada por la puerta de atrás. 

Las denunciantes necesitan tener en la organización un “lugar seguro”. La protección del anonimato de las víctimas no puede favorecer al agresor. Monedero salió del partido sin que nadie supiera el verdadero motivo. Faltando así a la petición de una denunciante que pidió mantenerle lejos de las “jóvenes” del partido. Al silenciar los motivos para apartarle, no se protegió al resto. 

La respuesta que un partido da en público es parte de ese “lugar seguro”. Lejos de la autocrítica, Podemos se defiende atacando. A los jueces, a los medios, a los que les tienen ganas. Y por el camino se han olvidado de condenar los hechos. El papel de Belarra es dar detalles de qué ha ocurrido, cómo han procedido y qué ha pasado para que en dos años un testimonio de acoso no haya terminado con la expulsión de Monedero de la militancia. A diferencia de 2016, las víctimas denunciaron. Si Podemos no es capaz de proteger el anonimato de la denunciante avisando a la organización, tiene dos problemas. Y tampoco se le apartó de manera tajante. Monedero no ha tenido cargos orgánicos, pero una influencia de peso en el partido. Después de diciembre de 2023, Belarra le arropó en redes sociales con complicidad, siguió yendo a las reuniones del Consejo Ciudadano y se mantuvo en los canales internos. Si la exministra ha reconocido que se le expulsó por los casos de acoso ¿Qué sentido tiene que aparecieran después en público con miembros del partido?

Las formas también son parte de las garantías. Explicar unas denuncias de acoso mediante un canutazo no lo son. Falta una rueda de prensa y una reconstrucción cronológica sin contradicciones como hubieran exigido a cualquier otro partido. En menos de 24 horas medios de distinta línea editorial han recibido testimonios de otras víctimas y el tan repetido “todos lo sabían” está en boca de todos. Miembros del entorno directo, cargos orgánicos y del Congreso, hablan de una connivencia consciente del partido. Describen un comportamiento inexcusable de forma continua. En público, Ione Belarra pide a los medios que hagan una reflexión, pero es el protocolo del partido lo que ha fallado y los periodistas quienes han hecho su trabajo

Por tanto, caben preguntas similares a las que hace cuatro meses nos hacíamos con Iñigo Errejón. ¿Hasta dónde llegan las denuncias en fondo y forma? ¿Quién sabía algo? ¿Alguien lo ha encubierto? ¿Se le ha tapado internamente? Lo ocurrido en el caso de Iñigo Errejón y Juan Carlos Monedero es grave para el discurso de la izquierda. Lo es más para las mujeres. Y ahonda en la certeza de cómo las organizaciones no tienen protocolos claros y seguros sumado a cómo les cuesta tomar decisiones cuando son de los tuyos.