Opinión

Migrantes en la casa de tu propia madre

Ángeles Caso
Actualizado: h
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Estoy segura de que cualquiera de ustedes, las personas que han accedido a este artículo, conoce a alguien —un bebé o una anciana, tal vez— que está siendo cuidado por una mujer extranjera, llegada desde el otro lado del mundo. Una de esas emigrantes a las cuales a menudo menospreciamos, pero sin las que la vida de muchos de nosotros, afortunados ciudadanos de esta zona del planeta tan privilegiada, sería infinitamente peor. (Quizá incluso, usted que empieza ahora a leer este texto, sea una de ellas.)

Yo misma debo una inmensa gratitud a las dos extraordinarias cuidadoras que se ocuparon sucesivamente de mi madre durante estos últimos años e hicieron posible no solo que siguiera viviendo en su casa hasta el final, como era su deseo, sino que además lo hiciese rodeada del confort y el cariño que ellas le proporcionaron. Esas mujeres con las que siempre estaré en deuda habían tenido que dejar atrás a sus propias madres para hacerse cargo de la mía, y fueron sin embargo capaces de ofrecerle todas las atenciones que la vida les impidió entregar a los suyos, en un acto de reequilibrio de los afectos nacido de la injusticia y las necesidades, pero que ellas supieron convertir en generosidad.

Quizá todos los ciudadanos europeos deberíamos pararnos un instante a mirar las cosas desde este punto de vista: ¿podríamos seguir con nuestras existencias tal cual son de no haber millones de personas que están dispuestas a facilitárnoslas, al mismo tiempo que se esfuerzan por mejorar las suyas? No hace falta ser hija de una madre anciana o poseer algún negocio en el que trabajen personas migrantes para entender cuánto nos beneficiamos cada uno de nosotros de esa mano de obra extranjera y vulnerable: con papeles o sin papeles, y aunque sean invisibles, todas esas mujeres y esos hombres están ahí, acompañándonos en infinidad de momentos de nuestra vida, permitiendo el mantenimiento de muchísimas actividades que, de no ser por ellos, quizá desaparecerían, por no hablar del sistema público de pensiones. Incluso desde un punto de vista puramente egoísta, las cifras no dejan de demostrarnos que los necesitamos tanto como ellos nos necesitan a nosotros, si no más.

Sin embargo, como bien nos hacen ver los resultados de las últimas elecciones en el continente, grandes sectores de la sociedad se están empeñando en describirlos como “el otro”, es decir, el enemigo, aquel o aquella a quien debemos hacer frente, expulsar de nuestro universo, porque su simple presencia lo contamina, lo enturbia, pone en riesgo lo que algunos se empeñan en llamar “la identidad”. Como si eso fuera algo fácilmente definible, como si hubiera un solo individuo en el mundo, una sola comunidad, grande o pequeña, que no proceda, afortunadamente, de la mezcla y la suma de sangres, costumbres y culturas que se han ido superponiendo a lo largo de milenios de existencia.

Sabemos todo eso. Igual que sabemos que, desde el origen de los tiempos, cada vez que alguien ha alzado en el aire ese estandarte, las consecuencias han sido aterradoras. Si no los paramos, los discursos xenófobos que la extrema derecha de los diversos países de Europa está poniendo sobre la mesa cada vez con más éxito provocarán una distorsión de la realidad en muchas gentes fácilmente sugestionables que conlleva miedo y odio, y la inevitable violencia. Son peligrosos, insolidarios y crueles hasta llegar a lo inhumano. Y, desde el punto de vista de la riqueza —la cultural y la económica—, son además un puro disparate.

No es aceptable que una organización de derecha moderada como se supone que es el PP, un partido de esos que solemos llamar “serios”, le compre esas ideas (?) a Vox, aunque solo sea parcialmente, aunque solo le dure unos días. No puede ser que algunos de sus dirigentes se dediquen a hacer declaraciones dañinas quizá por probar a ver qué tal suenan y qué efecto tienen entre sus votantes. Hay cosas con las que jamás se debería jugar, por responsabilidad personal y social.

De los que inventan esos discursos no espero gran cosa: han llegado hasta ahí por las razones que sea con las neuronas distorsionadas y muchas ganas de sembrar cizaña a costa de cualquier principio. Pero a quienes se los aplauden como votantes y a quienes se los comparten por un ratito en una especie de experimento político, me permitiría aconsejarles que, simplemente, miren un poco a su alrededor antes de ponerse a decir determinadas cosas. Y a veces ese alrededor está muy cerca, en la casa de tu propia madre.