Si alguien me pregunta quién es para mí una de las protagonistas de este año lo tengo claro: Gisèle Pelicot. Y por eso a las puertas de terminar el año quiero escribir una crónica agradeciéndoles su valentía y su coraje para crear un mundo mejor para todos. Una mujer admirable que se ha convertido ya en un icono por su decisión valiente de celebrar un juicio público que ha provocado un cambio social en Francia y en el resto de Europa. Todo comienza con su también ya histórica frase La vergüenza debe cambiar de bando, un lema muy repetido por el movimiento feminista y que Gisèle ha hecho suyo con su valerosa actitud. Tiene que ser muy doloroso enfrentarte a cara descubierta en el juicio contra tu esposo y los al menos 70 hombres que la vejaron, aunque sólo 50 han podido ser identificados. Hay que ser de una mujer con una casta muy especial para no hundirte y refugiarte en el anonimato ante las atrocidades sufridas por tu marido, padre de tus hijas y abuelo de tus nietos. Una mujer que sufrió la reiterada agresión, sin consciencia de ello, tras ser drogada por su esposo con ansiolíticos que le mantenían en un estado de coma durante las seis o siete horas en la que era sometida a abusos. Así todos las noches del año durante decenas de años.
Todo esto sucedió en una idílica población provenzal a la que los Pelicot se habían retirado tras criar a sus tres hijos y culminar sus trayectorias laborales. Sin embargo ella pidió que la vista fuera abierta , sin limitaciones al público y a los medios de comunicación. Ella quería que se conociese todo incluso algunas de las agresiones registradas en vídeo y archivadas por el monstruo de su esposo. Yo personalmente no recuerdo un caso más horrible. Hemos asistido aterrorizados a las explicaciones pormenorizadas de la víctima, del culpable del angustioso montaje y del resto de hombres que han intervenido. Gente que parecía normal, muchos de ellos padres de familia de buena reputación, que aceptaron cometer abusos sexuales contra una mujer que estaba drogada, dormida y por tanto indefensa. Ni la mente más perversa podría haber imaginado algo tan duro.
La decisión de Gisèle Pelicot de que el proceso fuera público a sabiendas de la violencia a la que se exponía es reivindicativa. Con su arrojo esta mujer de hierro ha querido que la vergüenza haya cambiado de lado y concienciar a la sociedad francesa de que aún en el año 2024 y en un país avanzado como Francia hay hombres que se sienten dueños del cuerpo de una mujer. El caso Pelicot vuelve a poner en evidencia que pese a los avances sociales y a los derechos conquistados en las últimas décadas por la lucha feminista, la sociedad francesa y no solo ella sigue impregnada de una cultura de la violación que banaliza estos actos y que concibe nuestro cuerpo, el cuerpo femenino como un simple objeto a disposición del deseo masculino. El machismo que aún domina muchos países y que se nota en el lenguaje o las relaciones sociales explica la distancia mentirosa y abismal que existe entre la imagen pública de una persona y su alter ego en la esfera privada. Y aquí entran todas las edades, todas las profesiones, todas las clases y todas las ideologías. Un hombre retirado, considerado por sus allegados como persona afable y generosa que se reveló como un pervertido sexual insaciable, capaz de vejar a la que durante 50 años fue su esposa y de entregarla a otros para que la violasen. Y ellos aceptaron: un nutrido grupo de 51 varones que han sido condenados y otros 22 que todavía no han sido identificados y que deseo con toda mi alma que la justicia de con ellos y acaben en la cárcel.
Los violadores juzgados han sido condenados a 20 años de cárcel y la duda que a mi me queda y que sobrevuela las tertulias televisivas tanto las francesas como las españolas es si se les podría haber aplicado a una pena mayor. De hecho creo que se puede objetar que las condenas no han sido todo lo duras que proponía el ministerio fiscal, se pedían un total de 652 años de cárcel y se han fallado 428 pero es obvio que el desenlace del caso tiene un valor que va más allá de la duración de las penas de cárcel. Sobre todo porque ha despertado conciencias , ha puesto en evidencia esquemas mentales primitivos e inaceptables y ha dado un nuevo impulso a la lucha feminista por la verdadera igualdad. Es probable que agresiones de este tipo existan ahora y desde luego han existido en el pasado reciente. Por tanto todo lo que se haga para denunciarlas, exponerlas y tratar de evitar que se repitan será oportuno.
El testimonio de Pelicot debe o debería servir para que muchas víctimas de agresiones sexuales den un paso al frente y expliquen a los jueces y a la ciudadanía las vejaciones sufridas. Y también estaría bien aprovechar el eco y la conmoción que ha causado este caso para sensibilizar a aquellos países donde la mujer sigue siendo sometida a la voluntad de su marido principalmente por falta de recursos económicos. Este mundo de armonía y respeto mutuo al que Gisèle apeló tras la sentencia , aún no existe. Se ha avanzado mucho , pero la cultura patriarcal sigue siendo la dominante en muchas naciones del planeta. Queda mucho por recorrer , el camino es largo pero no puede ser impracticable. Como dijo Gisèle Pelicot tras conocerse la sentencia: “Confío ahora en nuestra capacidad de construir colectivamente un futuro en el que todos, mujeres y hombres puedan vivir en armonía y comprensión mutua” . Desde luego su coraje ha sido ciertamente ejemplar y nos compromete a todos en la construcción de algo mejor. Gracias Gisèle.