De Mata Hari, la espía más famosa de la historia, poco se sabe. Se dice que fue una atractiva y atrevida bailarina con cierto talante para buscarse la vida. Si levantase hoy la cabeza, es probable que esa heroína (interpretada por Greta Garbo en la gran pantalla) se quedase boquiabierta.
Aunque la leyenda describa a Mata Hari como una espía calculadora, algunos historiadores apuntan a que, en realidad, fue un chivo expiatorio de la época, una mujer ingenua y necesitada.
Hoy, y sin necesidad de acudir a una audición, nos hemos convertido todos en piezas de distinta relevancia en un largo metraje entorno a la figura del espía.
Tenemos todos algo de Mata Hari.
¿Quién no ha sucumbido al morbo de sentirse detective por un día?
Somos cotillas por naturaleza y hasta nos creamos cuentas falsas para seguir la actividad de un o una “ex”. Hace unos años, un estudio de una asociación italiana de abogados matrimonialistas indicaba que Whatsapp estaba involucrada en un 40% de los divorcios en ese país. Sin ser un estudio empírico, nuestro propio entorno de amigos nos da algunas pistas: el papel de las aplicaciones de mensajería en las broncas y rupturas es notable.
¿A quién le pone likes o comentarios mi chico? ¿A qué hora fue la última conexión de mi pareja?,¿Quién ha mirado mis últimas historias? Rutinarias interacciones en redes sociales se pueden transformar en una fuente tan variada como sensible. Fácil y erróneamente interpretable, es como un grifo abierto regando pugnas diarias, sean profesionales, personales o conyugales.
De pinchazos de móviles a aceptación de cookies.
Con nuestra dependencia a los teléfonos móviles, el número de casos ha crecido considerablemente. Han surgido multitud de aplicaciones destinadas a rastrear emails, llamadas, mensajes o ubicaciones. A menudo comercializadas como unas herramientas de control parental inofensivas, esas apps pueden llegar a ser utilizadas para fines ilegales y fraudulentos.
Esta vigilancia no afecta únicamente a altas esferas, a dirigentes o a celebridades, sino que también compromete la privacidad de cualquier individuo de este planeta. Teléfonos pinchados, mensajes hackeados, fotos o textos subidos de tono, nuestros móviles se han convertido en un arma de doble filo, de gran ayuda diaria, pero con un alto riesgo de pérdida o sustracción.
Al margen de estas oscuras y enfermizas indagaciones existe también un negocio real y legalizado alrededor de la publicidad y la conectividad creciente. Es como si las grandes multinacionales hubieran llegado a una serie de pactos no verbales con la muchedumbre. Ofrecen ocio y contenidos universales a cambio del tratamiento de sus datos privados y personales.
¿Quién no acepta diariamente todas las cookies sin pensárselo dos veces? De esa información, sabemos que las empresas también viven y nosotros aceptamos el juego para poder navegar gratuitamente.
De violines a escuchas telefónicas.
Un día tuve una interesante charla con el músico Ara Malikian. Hablamos un poco de todo, de nuestras vidas, de nuestra imagen y de nuestra presencia en redes sociales. En un momento dado y con cierta curiosidad le pregunté por el precio estimado de los violines profesionales. El virtuoso artista armenio me explicó lo difícil de encontrar ese tipo de instrumentos y más aún, si se trataba de objetos centenarios. Me quedé bastante estupefacto cuando me enteré del monto.
Al día siguiente me encontré con mi amigo Germán. Entre dos vinos, le comenté anecdóticamente el asunto de esos tan valiosos violines. “¡Casi el precio de un piso!” se sorprendió. A este buen amigo al cual nunca le había importado lo más mínimo los violines, le empezaron a aparecer de repente, anuncios de casas de subastas y de Stradivarius en sus redes.
Las “coincidencias digitales” ya no existen. Nos seguimos sorprendiendo al encontrarnos aleatoriamente con una amiga por la calle, pero ya ni reparamos en que nuestro móvil casi todo lo sabe. Se anticipa a lo que necesitamos y automáticamente nos lo ofrece.
La prohibición de TikTok en Estados Unidos.
El debate del espionaje llega por supuesto hasta nivel de seguridad de estado. Tras décadas de carrera al armamento, lo que prevalece hoy es poder decidir en base a estadísticas y datos concretos, de países cercanos y lejanos.
Hace décadas que las grandes potencias entendieron la importancia de la valiosísima data para su defensa nacional, con Estados Unidos a la cabeza.
Las apuestas multimillonarias de fondos de inversión privados permitieron a la industria tecnológica norteamericana ir siempre un pasito por delante. Amazon, Apple, Facebook, Google o Tesla, entre otras, fueron desplegando sus productos y servicios, recolectando no únicamente los gustos de sus clientes, pero también sutilmente sus hábitos y comportamientos individuales.
Si durante el gobierno de Trump se prohibieron las actividades del gigante chino Huawei, hoy Biden quiere proteger la fuga masiva de datos de sus compatriotas. Quiere vetar el uso de la app TikTok, la red social preferida de sus adolescentes.
¿Para qué querer más tanques? Hace tiempo que el mercado armamentístico se destina a países con recursos menores. Hoy la verdadera contienda, la que preocupa a los estados “pudientes”, se juega en el campo del big data y de los escenarios virtuales.