Opinión

Más y más cultura

Cristina López Barrios
Actualizado: h
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Comienza un nuevo año y con él parece que llegan buenas noticias. Según los datos de la encuesta de hábitos y prácticas culturales del Ministerio de Cultura, en el año 2024 la participación cultural se ha recuperado desde que sufrimos la pandemia. Fuimos más al cine, al teatro, a exposiciones y leímos más.

Es una buena noticia para este comienzo de año 2025, en el que tengo la esperanza de que siga aumentando. La cultura, en cualquiera de sus manifestaciones, no es solo entretenimiento, aunque su capacidad de hacernos disfrutar sea crucial.

Manuel Bartolomé Cossío, nuestro gran pedagogo e historiador de arte del siglo pasado, se refería al ocio como el goce noble de las bellas emociones, la celeste diversión, que la humanidad, por miserable que sea, persigue con afán al par que el alimento. Pero lo cierto es que detrás de cada película, cuadro, novela o representación teatral subyace algo más profundo: una narrativa. Y en nuestra sociedad, las narrativas son el corazón de casi todo. Desde una gran obra de ficción hasta la historia que un restaurante cuenta sobre sus platos, las narrativas construyen creencias, suscitan emociones y movilizan a las personas de maneras que la lógica y la razón no siempre pueden alcanzar.

En la novela 1984 de George Orwell, la historia se reescribe al servicio del poder, un recordatorio de cómo la narrativa puede ser usada para fines oscuros. Sin embargo, en su esencia más pura, la cultura no debería someterse a ninguna ideología ni disciplina. Su propósito no es servir, sino explorar, cuestionar, crear, hacernos disfrutar, hacernos felices.

Decía Oscar Wilde, como uno de los representantes de la teoría del arte por el arte, que este debe obedecer únicamente a sí mismo, ni a la moral ni a la utilidad, solo si acaso a la belleza. Y aunque la subjetividad de lo que consideramos bello podría llenar varias columnas, hay algo indiscutible: toda obra artística aporta un destello que ilumina la existencia humana. La cultura es una forma de conocimiento, nos prepara para la vida. Así como un simulador de vuelo entrena a un piloto para volar, las historias nos entrenan para la experiencia humana. Nos permiten vivir otras vidas, explorar emociones que nunca hemos sentido y comprender mundos que nunca hemos habitado.

Cuando nos sumergimos en una obra, ya sea un libro, una película o una exposición, no solo estamos disfrutando de un momento de ocio: estamos añadiendo algo a nuestra existencia, una pieza más al rompecabezas de lo que significa ser humano. Porque al final, como decía Cortázar, hay mucha realidad en la ficción y en ella encontramos los reflejos más nítidos de nosotros mismos. Lo que más recordamos de una historia no son los detalles técnicos ni los giros de trama más elaborados, sino cómo nos hizo sentir. Como lectores y espectadores lo que buscamos no es solo leer o mirar, sino vivir. Y para eso, necesitamos historias que nos emocionen.

Así que celebremos este aumento de la participación en la cultura y sigamos alimentándonos de ella. Porque en un mundo lleno de incertidumbres, pocas cosas son tan necesarias como las historias.

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