Opinión

María y la sabia ignorancia

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Reviso los datos de la última campaña de marketing digital que acaba de terminar. Hoy todo se mide con indicadores cuyos nombres son acrónimos en inglés como CPC, CPM, CTR, VTR. Indicadores que tienen también su propio acrónimo: KPI. Y entonces me acuerdo de ella. Me acuerdo de ella y de la historia que me contó aquella tarde de primavera mientras paseábamos. Una historia que comienza cuando era apenas una niña, en los años cincuenta, en un pueblo de la sierra.

María no había estudiado marketing. En realidad, María no había estudiado casi nada. Sus estudios se limitaban a lo que había aprendido en la escuela de su pueblo cuando era una niña.

“Con once o doce años ya me mandaban con las vacas al campo. Yo tenía mucho miedo porque tenía que atravesar la sierra de mi pueblo para llegar al prado donde las vacas pastaban, pero a mí me decían que tenía que sacar las vacas y las sacaba. Así que me iba con ellas y me olvidaba de que tenía miedo”.

Su madre, que aún tenía menos estudios que ella, era lo que hoy denominamos una mujer emprendedora. “Mi madre se quedó con el bar del pueblo y allí organizaba comidas y partidas de cartas para los que tenían dinero. ¿Qué hacía mi padre? Mi madre lo mandaba a cazar y luego ella cocinaba para servir en el comedor del bar lo que mi padre traía, por ejemplo, conejos o perdices. La que llevaba la casa y el negocio era mi madre. Si hubiera sido por mi padre nos hubiéramos arruinado. Si vieras qué bien cocinaba mi madre”.

“Cuando me fui haciendo mayor empecé a ayudar a mi madre en el bar y así aprendí a vender, observando como lo hacía ella. Si vieras lo que ganaba vendiendo los guisos de lo que mi padre cazaba. Por eso he sido siempre tan buena vendedora, porque aprendí de mi madre. Luego me casé y como mi marido estaba siempre fuera con el camión, pues decidí montar una pequeña tienda de ultramarinos, que tampoco quería estar sola en casa todo el día. Y de ahí en adelante. Nos mudamos y monté el primer supermercado y luego fui montando los otros, porque se vendía muy bien, y así hasta que me jubilé. Que ya estaba cansada de madrugar tanto”.

Caminábamos sin prisa mientras me contaba todo esto y yo pensaba en todo lo que ella había conseguido sin saber de marketing, sin conocer ninguno de los conceptos de marketing sin los que hoy nos parece imposible poder vender ninguna cosa. Tan sólo se había puesto a ello. Y no podía por menos de comparar su sabiduría natural con lo que aprendemos a base de masters y cursos de especialización. Y además María lo había conseguido sin pensar que era una mujer en un mundo de hombres o que podría encontrar barreras de algún tipo. Las barreras que iba encontrando las iba solventando, que el camino se hace al andar, como escribió Antonio Machado. Y con esa sabia ignorancia, que tantas mujeres y hombres, desde tiempos inmemoriales han llevado consigo, y siguen llevando, había construido su historia, sus negocios y su vida.

En 1440 el filósofo y teólogo Nicolas de Cusa escribió su obra De docta ignorantia (traducida como la ignorancia sabia o la ignorancia instruida). La idea principal que expone esta obra es que el ser humano es limitado por naturaleza y hay aspectos de la realidad que nunca seremos capaces de llegar a comprender, como por ejemplo el concepto de Dios. Esta obra invitaba a aceptar nuestras limitaciones como humanos ante la búsqueda de la Verdad y la comprensión de toda la realidad.

Hoy vivimos en la llamada Sociedad de la Información, una sociedad tecnológicamente avanzada donde el conocimiento ya no tiene las barreras que existían en el pasado. Basta poder conectarse a Internet para tener acceso a todo tipo de información que nos permite instruirnos si eso es lo que queremos. Y, sin embargo, en ocasiones se afirma que estamos más desinformados que nunca y que la ignorancia se extiende sin remedio.

Nicolas de Cusa y su concepto de Docta Ignorancia nos recuerdan que somos humanos, somos limitados, somos ignorantes en cuanto a conceptos que nos pueden parecer infinitos. Pero yo lo hago extensible a casi cualquier orden, porque pienso que el primer paso para poder aprender algo, lo que sea, es reconocer que somos ignorantes. Reconocer lo que ya afirmaba Sócrates: “sólo sé que no se nada”. Y si no existe la oportunidad de aprender mediante el estudio, aprender mirando a quienes ya saben cómo hacer las cosas.

Y pienso en cuántos hombres y cuántas mujeres, cuantas Marías, siguen conduciéndose de esta manera por la vida, con intuición y valentía, sabiendo que quizá no saben nada, pero trabajando sin cuestionarse si podrán derribar los muros que se encuentran al paso y precisamente por eso, tirándolos abajo. Por voluntad o por necesidad, que vete a saber qué lleva a una cosa y qué lleva a la otra.

Y recuerdo a María y las croquetas que hacía en su casa por las noches para vender en el supermercado al día siguiente. “Me las quitaban de las manos y además era con lo que más dinero ganaba” me dijo. Pues eso, la sabia ignorancia.

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