Madrid. Esa ciudad a la que Pereza quiso darle título de dama y que se ha ganado su lugar en cientos de canciones y poemas por ser la protagonista de mil historias, salseos y saraos. En agosto, me planteé escribir sobre ella, sobre cómo todos los madrileños, incluso quienes más la amamos, salimos corriendo en cuanto sube el termómetro. Porque, seamos sinceros, en verano, Madrid es como esa amiga que adoras, pero que a veces se pone insoportable. Y me diréis que yo soy la primera en escaparme en agosto: sí, pero solo en agosto, porque el resto del año estoy aquí clavada, y no me mueve ni Dios.
Al hablar de esta ciudad, podría centrarme en las obviedades, como el panorama cultural o la gastronomía, porque, siendo sinceros, Madrid juega en otra liga. Desde los grandes museos como El Prado o el Thyssen, hasta las pequeñas galerías que te sorprenden en Malasaña o Lavapiés. La ópera en el Teatro Real, que compite con las grandes casas de ópera de Europa, los teatros clásicos, la infinidad de musicales que se ofertan en Gran Vía, y todos esos monólogos canallas que nos recuerdan que sigue habiendo hueco para el humor negro. La cultura se palpa en todas partes, con edificios históricos, cines que todavía huelen a la movida madrileña, y una agenda de festivales de música y arte urbano que no para en todo el año. Madrid ofrece un espectáculo para cada gusto. Podrías pasarte la mañana admirando las obras de Goya y Velázquez, y por la tarde acabar en un festival de techno al aire libre. Brutal.
Y si hablamos de comida, que más decir que aquí tenemos a los mejores chefs del mundo. Figuras como Dabiz Muñoz o Paco Roncero han hecho de Madrid un destino global en lo que a gastronomía se refiere. Pero es que en Madrid puedes pasar de probar un menú de estrella Michelin envuelto en una experiencia surrealista, a pedirte cuatro pinchos “apañados” en cualquier sitio y en ambos casos sentir que has comido algo único. Da igual si buscas un pedazo de atún recién llegado de la lonja, comida castiza de la de toda la vida o lo último en cocina de fusión, aquí hay de todo. ¿Acaso os imagináis comiendo como lo hacemos aquí en alguna otra gran ciudad de Europa? Madrid nos da el lujo de comer de todo y de calidad sin que tengamos que pedir un préstamo para pagar la cuenta; algo que en el resto de Europa suena casi imposible, pero que aquí se vive como un derecho básico.
Aun así, ahora que el invierno está llamando a la puerta y las temperaturas bajan en serio, me vuelvo a encontrar pensando en mi ciudad. Estos días, Madrid parece observarnos de forma desafiante, casi hostil, recordándonos que el eterno verano se termina y que queda poco para entrar en ese periodo helador que dura todo el invierno. Precisamente ahora es cuando mejor se entiende su esencia y su carácter, y la razón por la que, a mí, más allá de su oferta cultural, gastronómica o de ocio, me tiene enamorada: Madrid es la ciudad más rebelde del mundo.
Madrid se revela ante los días de la semana. La primera vez que me di cuenta de esto fue cuando empecé a trabajar. Salir de la oficina pasadas las 11 habría sido deprimente en cualquier otro sitio. Pero en Madrid, un martes cualquiera, la ciudad sigue despierta, vibrante, y al pasear por la calle, sentirse solo es verdaderamente imposible. Cualquier excusa es buena para quedar y tomarte un gin-tonic, da igual el día. De alguna manera, cada noche tiene algo de sabor a fin de semana. Otras ciudades se convierten en centros financieros, o en sitios de fiesta, dándonos a entender que tienes que elegir entre la vida profesional y la personal, pero en Madrid sabemos que podemos hacerlo todo. Y es que, aunque muchos países nos han tachado como el lugar de la “siesta y la fiesta”, lo cierto es que en España trabajamos más horas a la semana que UK, Francia o Alemania; y Madrid, en concreto, ha acabado superando hasta a muchas ciudades americanas en lo que a horas trabajadas se refiere. Somos el ejemplo perfecto de ese cliché que tan nerviosa me pone, pero que tan bien nos define: work hard, play hard.
Madrid se revela contra el clima. Los planes se adaptan, pero nunca se cancelan. Porque Madrid es la ciudad donde tomarse algo al aire libre no es una alternativa; es la norma. Las terrazas están llenas todo el año, abarrotadas, y, en invierno, la gente disfruta de cervezas eternamente frías como si una copa y un abrigo pudiesen hacerle frente a cualquier grado bajo cero. Porque no hay nada más madrileño que un aperitivo en diciembre a pleno sol, ese sol pintado, que no calienta el cuerpo, pero que alimenta el alma.
Madrid también se revela contra el reloj: tiene su propio ritmo. Mientras en otros sitios bajan la persiana al caer la noche, Madrid se niega, y el plan muchas veces no termina hasta que sale el sol. Comprar el pan al salir del trabajo a las 10 de la noche o dar una vuelta por Zara a última hora son cosas que damos por hecho, pero en realidad, son rarezas que aquí se han convertido en básicos. Y de la misma manera, los horarios de los planes van por libre, y raro es salir de fiesta sin que más de uno tenga hasta planeado el desayuno antes de volver a casa.
Y aquí es donde me viene a la cabeza Barcelona, esa ciudad que todos los extranjeros parecen preferir. No me malinterpretéis, Barcelona tiene cosas: mar, La Sagrada Familia… pero si me preguntáis, te promete lo mejor de los dos mundos (ciudad y mar), y luego se queda corta por ambos lados. Porque claro, cada vez que se hace una comparación, sale a relucir el típico argumento de que ‘Madrid no tiene playa’. ¿En serio la playa es lo único importante? Yo misma os planto un chiringuito en el lago del Retiro para que podáis dejar el tema. Lo que pasa con Madrid es que no necesita playa; quizá no tenga mar, pero tiene marea, y mucha resaca. Su energía te arrastra por las calles, llena terrazas y bares, y si tienes suerte, te acaba devolviendo a casa, desorientado como poco.
Cuando pienso en esos rankings de países o ciudades con “mayor calidad de vida” o “índice de felicidad”, a veces me quedo a cuadros. ¿Cómo van a intentar venderme que cualquier sitio que apaga la vida en cuanto se hace de noche o hace frío tiene una calidad de vida comparable a la nuestra? Le he estado dando bastantes vueltas, y creo que el mejor indicador de felicidad es el número de horas que pasamos fuera. Algo que demuestra que el mundo a tu alrededor tiene un imán que no te deja quedarte en casa ni aunque lo intentes, ni aunque quieras. Ganas de vivir, en definitiva. Podéis intentar convencerme de lo contrario, pero Madrid es, sin duda, la ciudad con más ganas de vivir del mundo.
Evidentemente no es perfecta, tampoco quiero pecar de falta de objetividad. Los madrileños tenemos lo nuestro, y muchas veces nos creemos el ombligo del mundo. El rollito madraca (sí, el de los pitillos, la camisa demasiado abierta y ese pelo de Justin Bieber desfasado) a algunos les parece too much, y la chulería general a veces acaba cansando. Que queréis que os diga, somos así y no pedimos perdón por ello. Y si no que se lo digan a Ayuso. Algunos la critican, pero lo cierto es que ha entendido la esencia de esta ciudad como poca gente, y ha hecho de la libertad (la de verdad) nuestra bandera.
En definitiva, Madrid es una ciudad que se rebla contra el status quo. Porque ese famoso pero desafortunado relaxing cup of café con leche, no solo se ha quedado totalmente pasado de moda, es que no captura para nada la esencia de esta ciudad. Madrid no es para relajarse, es para vivirla a lo grande, pase lo que pase y caiga quien caiga. Y ya que estamos, hablando de sentir Madrid a todas horas, aprovecho para dirigirme a Yolanda Diaz, que si no tiene una idea mala por lo menos una vez a la semana no duerme tranquila. A ver tía, ¿en qué cabeza cabe exigir que los bares y restaurantes cierren antes sus terrazas? Es curioso como son los partidos que ponen la libertad (seudo-libertad) como imagen de campaña, los mismos que luego más restricciones quieren poner a nuestras vidas. Evidentemente todos tenemos derecho a descansar, pero creo que Madrid ha demostrado que, con respeto, podemos hacerlo todo. Así que, querida Yolanda, no nos toques Madrid, que no sería la misma si tuviese hora de cierre.