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Madres

Maternidad- Salud
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Es verano y es una escena habitual que todos hemos visto más de una vez. Es más, estoy convencida de que todos hemos sido protagonistas de esta escena. Una madre llega con uno o varios niños a la piscina o a la playa. Lleva una cesta o una bolsa que deposita en el lugar elegido. Los pequeños están aleccionados, porque no se mueven del lado de su madre, aunque su mirada ya lleva un rato escudriñando alrededor. Y es que lo primero de todo es dar la crema.

Es entonces cuando se produce esta escena tan habitual: la madre saca el bote de crema de la bolsa o de la cesta, sujeta al niño o a la niña por la muñeca y comienza a extenderle crema por el cuerpo. La madre extiende la crema protectora del sol por los brazos del niño mientras el niño se deja, mirando a lo lejos, esperando que termine su madre. Primero los brazos, después las piernas, la espalda…

Una madre extendiendo crema para proteger del sol, una alegoría de lo que por instinto natural lleva cualquier madre en sus genes, proteger a su descendencia. Biología pura.

El otro día me decía una persona muy querida para mí, que siempre había sentido envidia de las personas que tenían madre, porque ella había perdido a la suya cuando era apenas una niña de dos años, y no había podido tener ni los cariños ni los regaños de su madre. Ella es una de las pocas personas que conozco que, por haber perdido a su madre tan pequeña, no tendrá este recuerdo en su memoria. Ni este ni ninguno.

Yo, por mi parte, lo recuerdo perfectamente. Llegar a la playa y tener que esperar a que mi cuerpo estuviera protegido frente al sol para poder ir a la orilla a jugar con las olas o simplemente coger agua con un cubo para comenzar las construcciones de arena que ese día iba a realizar.

Hace poco vi la película Los pequeños amores, de la directora Celia Rico, una película que cuenta la relación entre una madre y una hija que no viven juntas, a las que un accidente de la madre obliga a convivir. Una película deliciosa que narra la que podría ser la historia de casi cualquier madre y cualquier hija.

Pienso que a veces uno tiene la suerte en la vida de tener una madre maravillosa. O tiene tiempo de poder construir una relación con ella. Tiempo de llegar a conocerla como persona más allá de verla como madre. Porque no siempre conocemos a nuestra madre.

Nadie enseña a ser madre. Durante mucho tiempo, el papel que estaba reservado a las mujeres era casi exclusivamente ese: el de ser madres. Incluso hoy en día existen lugares en el mundo donde ese sigue siendo el papel principal que debe interpretar una mujer: ser madre. Pero nadie enseña a ser madre. Tampoco nadie enseña a ser hijos y nadie nos enseña a ver a la mujer que está más allá de esa madre que nos ponía la crema para protegernos del sol.

Reconozco que a veces cuando oigo a un niño llorar desconsoladamente o con una rabieta y veo a su madre intentando que ese niño deje de llorar sin conseguirlo, me entran ganas de acercarme a ellos, pero no para consolar al niño, sino para abrazar a la madre. Porque veo a esa madre que es más que una madre, es una mujer con sus inquietudes, sus deseos, sus esperanzas y sus frustraciones, pero a menudo todo hay que dejarlo a un lado porque hay que cuidar de los hijos.

La vida viene sin manual de instrucciones, la maternidad viene sin manual de instrucciones. Todo hay que aprenderlo sobre la marcha y a veces no es fácil.

Me pregunto también ahora, cuando llegan estas épocas de vacaciones, cuánto se multiplica el trabajo de las madres, el trabajo de algunas madres, porque a veces las vacaciones no las incluyen a ellas.

No todas las mujeres son madres, pero todas las mujeres son hijas, todos los hombres son hijos, todos tenemos madre.

De lo que estoy convencida es que las madres son, en general, grandes desconocidas para sus hijos.

A veces no basta una vida para conocer a tu madre. Es después de que esa madre se ha ido que descubres a través de fotografías o películas de súper ocho, o cualquier otro documento, pequeñas escenas que te ayudan a configurar lo que fue una vida, su vida, la vida de tu madre.  Una vida que tú no conociste porque tú siempre la viste en casa ejerciendo de madre, pero tu madre era mucho más que eso.

Las madres son siempre mucho más que eso.

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