Es este año Machadiano. En el mes de julio se cumplirán 150 años del nacimiento del poeta, concretamente el día 26. Es Machado un poeta de mi infancia, un poeta de recuerdos, de biografía del corazón. Es el poeta que más identifico con mi padre. Es el poeta de mis primeras poesías, antes de aquella Doña Pito Piturra tiene unos guantes, doña Pito Piturra muy elegantes, de Gloria fuertes. Machado, poesía de leche. Los biberones de mi padre, los versos que él tenía en su mesilla de noche. Un librito de cubiertas en color verde. Era una de aquellas ediciones de la época, cuyo papel fino, como papel de cebolla o papel de seda, color crema, ya le otorgaba a la lectura cierta solemnidad, cierta importancia.
Las hojas se pasaban con sumo cuidado. Aún puedo recordar el tacto suave, si me permiten ser cursi, como de ala de mariposa, frágil, que emitía un rasgueo sutil al pasar de una a otra. Tan delicado era el continente como el contenido, tan bello y cautivador. Quizá comenzó aquí, sin yo sospecharlo, ese fetichismo que padezco con el libro como objeto, lo toco, lo huelo, lo siento entre los dedos, es otra forma de lectura. Y no estoy sola en estos lares frikis, por eso no ha de morir nunca el papel, lujo para la mente y los sentidos. Pues bien, aquel librito no era otro que Campos de Castilla. Así, viviendo en el corazón de Madrid, en el castizo barrio de las letras donde me crie, me sedujo desde el primer momento esa Castilla mística y guerrera. Era tierra brava, dura, de hombres arduos, donde yo en mi mente infantil veía al Cid Campeador, espada en ristre y cota de malla, aquel Charlton Heston de las películas de mediodía con mis padres, amantes también del cine, pero más rústico.
Los campos sorianos, la tierra de Alvargonzález y sus terribles hijos, la España cainita a la que se alude en tantas ocasiones. Esos veinte años de juventud en tierras castellanas que nos cuenta el poeta en su poema inolvidable: Retrato. Yo me sentía orgullosa de ser castellana. Cuando nací, allá por los 70, Madrid pertenecía a Castilla La Nueva. Castilla era dura, como su tierra, árida, en ocasiones, fuerte, mesetas amarillentas, yermas, Castillos recios, vestigios orgullosos de su pasado. Castilla vapuleada y eterna. No es casual que a la hora de emprender mi primer proyecto de escritura de una novela, ya con cierta madurez, eligiera como escenario esas tierras machadianas con las que había fantaseado de niña, los versos donde refleja el paisaje soriano. Era un homenaje a mi padre, un homenaje a su poeta que también hice mío en los primeros años.
El descubrimiento de la poesía me llevó al descubrimiento de la belleza a través de las palabras. Fue el inicio de una búsqueda que me acompaña en cada escrito que emprendo. Sentir la belleza al escribir, provocar belleza con lo escrito. Ardua tarea que a veces encuentra una satisfacción tras horas de reescritura, de búsqueda de la palabra adecuada, de lectura en alto con el anhelo de hallar la música, la melodía que se esconde también en la prosa, como un acorde mágico. La belleza que a veces es esquiva. El 30 abril, tras su paso exitoso por Sevilla y Burgos, llega a Madrid la exposición de los hermanos Machado. Y allí estaré, fiel a la cita. Les espero.