Opinión

Los hombres de ‘La Odisea’ lloran

Cristina López Barrios
Actualizado: h
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Los hombres de La Odisea lloran. Ulises, cuando está retenido en la isla de la atractiva ninfa Calipso, vierte lágrimas en los altos cantiles, relata Homero, el alma destrozada en dolores, gemidos y llanto. Le imagino con la mirada perdida en las olas, al borde del despeñadero que es un cantil, mirando en dirección a Ítaca, casi como un héroe romántico. Pero me cuesta imaginarlo hecho un mar de lágrimas, hipando de nostalgia, quizá porque mi generación tiene muy arraigado aquello que cantaba Miguel Bosé: “los chicos no lloran, tienen que pelear”, con eso crecimos.

A mi madre la he visto llorar muchas veces y por muy variadas razones, pero a mi padre solo recuerdo haberle visto en tres ocasiones y me causó un gran impacto; todas ellas coincidieron con fallecimientos de seres queridos, lo he visto llorar por la pérdida de su hermano, de mi abuela, de un buen amigo. El rubio Menelao, de nuevo en La Odisea, también llora por la muerte de su hermano Agamenón a manos de Egisto, el amante de su mujer, Clitemnestra —un crimen pasional en toda regla que traerá venganzas—.

La idea de relacionar todo lo emocional con el mundo femenino viene de antaño, y la hemos bebido en mi generación y en otras anteriores a grandes sorbos. En el magnífico libro de la antropóloga Almudena Hernando, La fantasía de la individualidad, la autora lo considera el origen de la desigualdad entre hombres y mujeres. Nos enseñaron que lo femenino estaba ligado a las emociones, los sentimientos, la mujer cuida el vínculo en la intimidad del hogar, en el ámbito doméstico. Es Penélope que teje su manto en las habitaciones privadas de su palacio, la mortaja de Laertes, su suegro. Lo masculino queda representado por la razón. Pertenece a la vida pública, a la acción. Como bien dice ella: cada sociedad construye su propia verdad, que a su vez sostiene el poder que la rige.

Menciona también a Foulcault para quien esta verdad se haya ligado a los sistemas de poder que la producen y la mantienen. En nuestra sociedad, la verdad ha estado centrada en el discurso científico, en la lógica y en la diosa razón, confiriéndoles un valor superior al del ámbito doméstico, sentimental, que quedó en un segundo plano, al igual que la mujer, pues era el campo que la definía. La coartada del patriarcado estaba servida o del régimen que disocia razón-emoción, como lo denomina Almudena Hernando, otorgándole más valor a la primera sobre la segunda.

¿Cuándo y dónde empieza la dominación del hombre sobre las mujeres? Se pregunta desde una perspectiva arqueológica, es decir, basándose en la cultura material, en lo que se hace y no en lo que se dice o se piensa. La desigualdad entre los sexos no es de orden biológico, sino que posee una naturaleza histórica que procede del modo en que los hombres y las mujeres han construido su identidad en el mundo occidental.