Opinión

Los cien años de dos maestras de la literatura

Ángeles Caso
Actualizado: h
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No tengo muy claro por qué hoy empezamos un año nuevo. En realidad, no hay ninguna razón científica que lo avale: es obvio que el planeta no se detuvo ni un microsegundo anoche para volver a ponerse en marcha reseteado y fresco. El año empieza hoy como podría empezar el 21 de junio, por poner un ejemplo, pero bien, de acuerdo, digamos que necesitamos algunas convenciones básicas para vivir con un poco de orden, y esta es sin duda una de ellas.

Así que un nuevo ciclo, llamado en nuestras sociedades occidentales 2025, empieza a desperezarse, y nadie tiene ni idea de que lo ocurrirá de aquí a que termine su recorrido dentro de doce meses. La sensación es que sobre el mundo se cierne la amenaza del inesperado empuje de la extrema derecha, alentada por la próxima toma del poder de Trump y los suyos. Un batallón de machirulos a la antigua usanza están ya preparados para seguir compitiendo entre ellos en medio del nuevo des-orden mundial y ver cuál de sus tronos lanza rayos más destructores.

No lo tiene fácil Trump para ser el número 1, qué duda cabe: a su lado, sin ir más lejos, fanfarronea sin cesar el más excéntrico de todos esos especímenes, el dichoso Elon Musk, que da un miedo que te mueres. Y muy cerca están los tronos cubiertos de sangre de tipos como Putin o Netanyahu, que andan dando zancadas sobre el mundo con sus miradas de depredadores, los brazos repletos de armas y las neuronas podridas, como si los siglos no hubieran pasado y hubiéramos regresado a una lejana edad de guerreros feroces, un tiempo que algunos incautos creíamos enterrado para siempre.

El panorama es tan sombrío, que prefiero no mirar tan lejos en este comienzo del año. Cierro el foco pues hacia lo cercano, pero tampoco lo que veo por estos alrededores me inspira un gran entusiasmo: pienso en las gentes desoladas de Valencia, y se me parte el corazón con ellas. Y si contemplo el paisaje de la vida política, institucional y judicial, tengo la sensación de que todo está sometido a un temblor provocado y cortoplacista, con una oposición jugando con cartas muy feas y tramposas —y me parece que no siempre demasiado inteligentes—, y alguno de los partidos que teóricamente apoyan al gobierno poniendo a menudo las cosas muy difíciles. Es duro sostener así un país, y a veces hasta sentirse parte de él.

Busco en medio de las previsiones de los doce meses que ya han empezado algo sugerente a lo que agarrarme. Miro hacia el mundo de las mujeres, que suele darme más alegrías que los ámbitos dominados por el patriarcado. Y me doy cuenta de que en este 2025 habrían cumplido cien años dos de mis maestras literarias, Carmen Martín Gaite y Ana María Matute.

Yo las admiré mucho a las dos en vida —y a Ana María la quise como amiga—, y creo que las admiro aún más a medida que pasan los años. Aunque jamás se quejaron y fingieron no haberse encontrado más escollos de los habituales, todas las que nos dedicamos a la literatura sabemos lo que hay, las miradas de reojo que siempre nos ha echado encima el sistema por atrevernos a inmiscuirnos en un mundo que los hombres han querido considerar suyo durante siglos, como todos los espacios que generan prestigio e influencia.

Sé, aunque ellas no lo confesaran, que fueron dos resistentes, dos guerreras pertrechadas con el arma infalible de la palabra, que no mata, sino que crea y construye. Imagino la fuerza interior que debieron de poseer para sobreponerse a todas las pedradas disimuladas, la vocación gigantesca que las movió a seguir escribiendo, a la espera tal vez de que llegase una generación que las entendiera plenamente, sin reticencias, y que creo que fue la mía: supimos ver en ellas a las grandes escritoras que fueron, iguales en talento a los grandes escritores varones de su generación, pero sin renunciar nunca a sus miradas propias, marcadas cómo no por su género.

Carmen Martín Gaite, a pesar de sus enormes méritos literarios, se fue de este mundo en el 2000 sin el Premio Cervantes, el más importante de nuestras letras, que se concedió en cambio, mientras estuvo viva y activa, a escritores mucho peores objetivamente que ella. Ana María Matute lo obtuvo en 2010, cuatro años antes de morir, pero no sin que antes un grupo nutrido de autoras y mujeres de la industria editorial, acompañadas también por muchos hombres, organizásemos un duradero lobby a su favor.

No sé si el ministerio de Cultura habrá previsto actos este año en memoria de esas dos glorias de la literatura española del siglo XX. Confío en que sí, pero yo al menos las homenajearé mencionándolas, citándolas, recordándolas con mucho cariño y, sobre todo, leyéndolas y volviéndolas a leer, que es al fin y al cabo el único homenaje con sentido que se le puede hacer a una escritora. Y reconociendo siempre su ejemplo: gracias, maestras.

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