Es una entrevista, en la televisión inglesa. El entrevistador es un hombre, de unos cuarenta años, que lleva traje y corbata. La entrevistada es una actriz joven, una mujer rubia de pelo largo con un vestido negro de tirantes. Están sentados en dos sillones, el uno junto al otro.
«Eres, entre comillas, una actriz seria», le dice el entrevistador a la actriz. «¿Entre comillas? ¿A qué te refieres con entre comillas?», pregunta ella. «¿No crees que, lo que podría describirse como tu equipo es un obstáculo?» Ella le mira y frunce levemente el ceño. «Me gustaría que me explicaras a qué te refieres con mi equipo». «Bueno, tus atributos físicos» dice él. «¿Te refieres a los dedos de mis manos?» contesta ella levantando la mano para mostrar sus dedos. «No, me refiero a… » «Vamos, escúpelo» le insiste ella. «Me refiero a tu figura» responde el presentador.
Es 1975 y la entrevistada es Helen Mirren, la actriz inglesa, que entonces tenía treinta años y el entrevistador es Michael Parkinson, considerado el presentador inglés más importante del Reino Unido del siglo pasado.
Es apenas minuto y medio lo que dura este extracto de entrevista. Helen escucha a Parkinson y le responde, de manera clara y serena. «¿Te refieres a que una actriz seria no puede tener pechos grandes? ¿Es lo que quieres decir? (…) Qué mala actuación si la gente está preocupada por el tamaño de tus pechos. (…) Me gustaría que la actuación y la relación con el público sobrepasara estas preguntas aburridas».
Es una realidad que el aspecto físico, nuestro cuerpo, como nos vestimos, puede determinar la primera impresión que cualquiera de nosotros tenemos de otra persona, o tienen de nosotros, aunque me atrevo a decir, sin miedo a equivocarme, que pesa mucho más en las mujeres que en los hombres. También es una realidad que el ideal de belleza de los cuerpos ha ido cambiando a lo largo de la historia y es diferente dependiendo de las culturas. Lo mismo sucede con la ropa que llevamos.
Los cuerpos, nuestros cuerpos, vienen, a priori, determinados por nuestra genética, pero lo que nos dicen es que, casi es más importante nuestra alimentación y el cuidado que tengamos de ellos que los genes que hemos heredado. Y creo que lo mismo sucede con nuestra actitud. De qué nos alimentamos intelectualmente, espiritualmente, o de qué personas nos rodeamos nos va configurando a lo largo de nuestra vida. El cuidado que tenemos de nuestra actitud, cómo la vamos alimentando.
Qué es ser gordo o delgado. Qué es tener un cuerpo normal. Quién decide quién es la más guapa, el más interesante. Qué es estar bien para la edad que se tiene. ¿Cómo afecta el juicio sobre nuestro aspecto al resto de nuestra vida, por ejemplo, la consideración que de uno hacen como profesional? Y, ¿quién decide todo esto en un mundo lleno de opiniones que se basan en criterios individuales?
Uno debería poder preocuparse por la ropa que viste o elegir no darle la mayor importancia. Llevar tacones altos si se quiere o sandalias planas, o zapatillas de deporte. Aunque la realidad, en el caso de las mujeres, nos desmiente una vez más, y parece ser siempre importante la ropa, los tacones, el peinado y el peso. Para bien y para mal. Porque depende de quién te juzgue tus capacidades pueden ser consideradas mayores o menores si llevas tacón de aguja o zapatillas de deporte o puede depender de tu talla.
Y la edad. Hacerse mayor no debería penalizar. Te haces mayor, tu cuerpo, tu rostro cambian. Pero también tu experiencia y tu manera de ver la vida. Y cualquiera tiene el mismo derecho de envejecer y morirse con todas las arrugas en la cara o con todos los retoques estéticos que haya querido realizarse. Cada uno debe poder elegir. Porque envejecer y que se noten los años parece que también penaliza, sobre todo si eres una mujer.
Es una gala de entrega de premios, muy glamurosa y una periodista se acerca a Salma Hayek, que está en la alfombra roja, para preguntarle qué es lo más caro que lleva puesto. Salma responde de manera tranquila y tajante: «Probablemente mi cerebro».
Esto también lo tiene claro Helen Mirren, que a sus 77 años afirma que, o te mueres joven o envejeces, y que ella prefiere no haberse muerto joven y que no se puede controlar lo que demás ven o sienten sobre uno. El tiempo ha confirmado que sus atributos no la alejaron de convertirse en una actriz seria y respetada. Su talento, su actitud, su autoconfianza la han llevado donde está. Por supuesto su trabajo. Ha ganado multitud de premios y es una de las pocas actrices que han ganado los cuatro premios principales dentro del cine por una sola película, The Queen: Oscar, BAFTA, Globo de Oro y el Premio de Sindicato de Actores.
Y es que, esto la realidad también lo confirma siempre, no hay atributos físicos que puedan superar nuestra actitud.