Hay cosas en la vida que son previsibles, y previsible era que Nicolás Maduro se arrogara el triunfo en las elecciones de este domingo. Cuando controlas todos los resortes del poder, incluidas las Fuerzas Armadas y el Consejo Nacional Electoral; cuando has impedido la libre concurrencia a las elecciones de todos los candidatos y el voto en libertad de todos los venezolanos, también de los que viven en el exterior, no es que sea previsible, sino que es impepinable que ganes las elecciones.
Cinco millones de ciudadanos venezolanos mayores de edad que viven en el exterior intentaron registrarse para votar, pero el régimen solo permitió hacerlo a poco más de 69.000. Maduro ha contado papeletas a su favor como llegó a contar puntos cardinales. En un acto con sus ministros hace varios años llegó a decir que había cinco. Uno de sus colaboradores se atrevió a decir que los puntos cardinales eran solo cuatro, y él respondió: “¿no eran cinco?” Pues ese es el nivel.
Muchos países, entre ellos España, exigieron que se publiquen las actas de las votaciones, pero el Gobierno venezolano no lo hará, porque sabe que no ha jugado limpio este partido. De hecho, hasta el presidente chileno, Gabriel Boric, poco sospechoso de ser enemigo del régimen, advirtió que no reconocerán ningún resultado que no sea verificable. En el otro lado de la balanza, China, Rusia e Irán se apresuraron a felicitar a Maduro por su victoria. A este selecto grupo se sumaron también Sumar y Podemos. Irene Montero pidió en la red social X respetar los resultados y añadió que la derecha debe entender que la democracia se respeta también cuando pierde. Un argumento parecido utilizó también en la misma red el diputado de Sumar, Enrique Santiago. La vicepresidenta Yolanda Díaz, tan reticente en las últimas citas electorales a valorar lo hecho por su propio partido, se apresuró a afirmar que lo primero de todo era reconocer los resultados y, ante las dudas, “transparencia, transparencia, transparencia”, justo lo que no está teniendo el régimen.
¿No sería más adecuado que primero se despejaran las dudas que existen sobre el escrutinio antes de dar por buena la victoria de Maduro? Porque, ¿qué dirían ambas formaciones si un comité electoral no dejara presentarse a su partido a unas elecciones, y si elementos progubernamentales no dejaran votar en muchos colegios electorales a los ciudadanos, o se llevaran las urnas con los votos? Lo que algunas formaciones no logran entender, (y por lo visto tampoco lo entiende desde hace tiempo José Luis Rodríguez Zapatero), es que en democracia hay unos parámetros objetivos para garantizar la limpieza de un proceso electoral y, si no se cumplen, sea en el país que sea, sea su líder del partido que sea, el sistema no es democrático, por mucho que sean los suyos los que triunfen.
El régimen venezolano se ha garantizado seis años más en el poder, seis años en los que su elitista casta bolivariana seguirá prosperando a costa del bienestar y la libertad de todo el pueblo venezolano. En su libro Líderes, Richard Nixon contaba cómo le gustaban los lujos y la buena vida al líder soviético, Leonid Brézhnev. El expresidente norteamericano incluye un chiste de la época que decía que un día Brézhnev llevó a su madre a visitar una de sus lujosas dachas y, en un momento dado, la mujer le comentó: “todo esto es precioso Leonid pero, ¿qué vas a hacer si vuelven los comunistas?” Esa es la pregunta que se les podría hacer a todos los mandatarios bolivarianos.
Decía Eleanor Roosevelt que “si la vida se vuelve previsible, deja de ser vida”, una máxima que, seguro que hoy comparten muchos venezolanos, porque lo previsible allí, es que el régimen siempre gane.