El otro día estaba viendo un reel de un influencer que me gusta cuando soltó un comentario que me dejó pensando: “¿Nos hemos parado a escuchar de verdad lo que dice el reggaetón últimamente?”
De primeras me dio pereza, pensando “ya está otro pesado con que las letras de ahora son obscenas”. Pero no me olvidé del tema. Empecé a repasar mentalmente las canciones de reggaetón que más me gustan, esta vez prestando atención a las letras. Siendo totalmente sincera, me quedé a cuadros. ¿Esta mierda la he cantado yo, feliz de la vida, en una discoteca? No solo son letras obscenas, son denigrantes.
Todos sabemos que las letras de este género nunca han sido especialmente profundas ni poéticas, pero lo que antes era insinuación ahora es pornografía verbal sin disimulo. Y lo más preocupante no es solo que existan canciones así, sino que millones de niños y adolescentes las repiten sin cuestionarlas, como si fueran mantras modernos.
Me sorprende que, en una era donde la sociedad está obsesionada con el lenguaje inclusivo y la cancelación de cualquier comentario que suene remotamente ofensivo, nadie parece tener problema con que las canciones más virales hablen de mujeres como si fueran productos de usar y tirar.
Si no chinga, la boto
Estamos dispuestos a censurar anuncios, eliminar personajes de ficción y reescribir libros clásicos en nombre de la supuesta corrección política, pero si una canción con 200 millones de reproducciones en Spotify dice que “si no chinga, la boto”, aquí no ha pasado nada. Como si el feminismo tuviera un botón de pausa cuando se trata de reggaetón.
Y lo más curioso es que los padres están cada vez más atentos a lo que consumen sus hijos en redes sociales, a qué series ven, a qué videojuegos juegan. Pero la música parece haberse quedado fuera de ese radar. ¿Por qué? ¿Por qué nos preocupamos tanto por lo que les entra por los ojos, pero ignoramos por completo lo que les entra por los oídos? Como si las canciones no fueran también una fuente de información, de aprendizaje, o de normalización de ciertos discursos.
Porque el problema no es que los adultos escuchen estas canciones sin prestar atención a la letra, es que niños de 10 años las están absorbiendo como parte de su educación emocional. ¿De verdad nos extraña que haya chavales que piensan que el respeto es opcional en una relación? Si te pasas la adolescencia cantando que la mujer “siempre está puesta para que le den”, no es de extrañar que luego se normalicen ciertas actitudes.
Sexualización, cosificación
El reggaetón, más que un género, es un reflejo de lo que la sociedad consume y aplaude. Y lo curioso es que muchos de los que hoy lo defienden a capa y espada son los mismos que mañana se escandalizan por la cosificación femenina. Pero claro, criticar una serie por sexualizar a una menor es feminista; pero si esa sexualización y cosificación salen de la boca de Bad Bunny seguido de un “ey”, tonto el último para cantarlo un viernes por la noche (los chicos, y las chicas también).
¿Hasta cuándo vamos a seguir haciendo la vista gorda con un género que está educando a las nuevas generaciones en la misoginia más básica mientras decimos que luchamos por la igualdad? Porque si de verdad queremos cambiar la forma en la que se ve y se trata a la mujer, quizá deberíamos empezar por cuestionar nuestra banda sonora.