Madrid ya huele a libro. Papel y tinta. El parque del Retiro se convierte en el eje cultural de la ciudad durante las próximas dos semanas. Todo parece suceder entre libros o con la excusa de ellos. Es un espectáculo más de la literatura patria, el encuentro entre las partes implicadas en esta pasión/afición a la lectura para convertirla en un bien de masas. Los libros se consumen, son un negocio y una necesidad. Libros, libros, libros. Decía Manuel Bartolomé Cossío que cuando todo español supiera leer y además sintiera ansia de leer y de divertirse leyendo, habría una nueva España.
Al visitar la Feria en esta primera jornada podría sufrirse el espejismo de que lo hemos conseguido. Riadas de casetas se distribuyen por el parque madrileño con una gran afluencia de público. Este año también hay toldos, aunque no como los sevillanos de Sierpes. Se acabó aquel toque taurino de las casetas, te tocaba de sol o de sombra, o de sol y sombra y te la bebías a sorbos. Nos han puesto protectores solares gigantes para que disfrutemos sin lipotimias. Y han suprimido la megafonía. Fulanito de tal firma en la caseta 150, que le daba un ambiente de mercado, de subasta cuya desaparición se agradece.
Es el triunfo del papel, del frikismo de los libros como objeto, los que los olemos y acariciamos hasta sentirlo cerca, y del frikismo que despiertan algunos autores. Es muy nuestra aún esta Feria del Libro madrileña, muy de los sentidos, de la piel, de los colores y pasiones, del perfume de páginas veraniegas. De árboles floridos, fuentes y picnics en el césped. Es un lugar como dirían ahora instagrameable, para ver y dejarse ver, como punto de encuentro para tomar una cerveza. Sin duda, un lugar bello dentro de este parque del Retiro es la biblioteca Eugenio Trías, donde antes estaba el zoo de Madrid o lo que llamaban la casa de fieras. Aún se pueden ver los espacios a ras de suelo por donde salían esas fieras a las que hace referencia, hoy acristalados, que le dan aún más luz a un espacio por el que entra a borbotones la naturaleza.
Las cifras, sin embargo, parecen menos optimistas. Aunque durante la pandemia subió el número de lectores en España, en este último año ha vuelto a descender un poco. Por lo visto, leemos menos que nuestro vecino francés, siempre parece más culto, o por lo menos más orgulloso de lo suyo, en cambio, superamos en número de lectores a Portugal. Entiendo que estos datos no les consuelen.
La idea de divertirse leyendo me trae el recuerdo de un maravilloso texto de Borges. La lectura solo ha de proporcionarnos alegría, afirmaba el escritor porteño, es una manera más de sentir la felicidad, por ello deberíamos leer solo lo que nos agrada. Cuenta también que no dejó de comprar libros a causa de su ceguera, aunque no los pudiera leer, pero sentía la presencia física en su casa y eso le hacía feliz. Yo padezco el síndrome de la acumulación bibliófila. Tengo una torre de libros que quiero leer, pero carezco del tiempo necesario y ya no sé si de la voluntad para hacerlo. El caso es que se siguen sumando ejemplares y pronto se convertirá en la torre de Babel que se adueña del espacio de mi casa y de mi mente. Quizá tenga el mal de este siglo, ¿más que consumir muchos libros no sería preferible que leyera los elegidos con más detenimiento y profundidad?
Al fin y al cabo, regreso al texto de Borges, “el libro es el instrumento más asombroso inventado por el hombre, es una extensión de la memoria y de la imaginación”. Y para imaginar leyendo o escribiendo nos hace falta sosiego.