La polémica de esta semana ha venido de la mano de quien menos lo esperábamos: de un spot de chocolate para untar. La adolescente que lo protagoniza debe explicarle a su abuelo que el aparato que se está colocando en la frente no es un termómetro, sino un succionador de clítoris y la agencia de publicidad le aconseja decírselo con chocolate. Ante tal despliegue de ingenio y creatividad, parte del público se ha sentido indignado, no por el nivel de azúcar del producto, sino por el propio artilugio, y para protestar se ha puesto a tirar botes de la marca a la basura. Otra parte del público ha señalado como un logro para la humanidad que se haya visibilizado el placer sexual de las mujeres. Y entre tanta controversia, fuera del alcance de los algoritmos, nos encontramos quienes simplemente lo encontramos cansino.
Hace tiempo que quienes hacen los guiones han puesto el foco en nosotras, las mujeres. Solo hay que darse una vuelta por el panorama cultural para percatarse de que lo protagonizamos casi todo. Los anuncios, las películas, las sagas de libros, las exposiciones, los podcasts, los comics, las obras de teatro, las docuseries. Algunos hasta se inventan nombres falsos para firmar como si fueran una de nosotras y seguir teniendo voz a toda costa. Damos por sentado que la razón que lleva a las empresas a virar el rumbo es meramente comercial. Al fin y al cabo, somos quienes más compramos y quienes llenamos las salas de cine y de teatro. Este cambio de perspectiva es algo que veníamos reclamando.
Que haya cada vez más historias sobre mujeres es algo positivo, ya que el imaginario estaba descompensado con tanto héroe masculino. Pero en esta carrera hacia las súper ventas, existe un especial empeño en relacionarnos a todas, en todos los contextos, con el empoderamiento. Proyectar una imagen de poder es algo sumamente atractivo, más para nosotras que no hemos tenido fácil lo de ascender. Pero es precisamente en el tema del empoderamiento donde más se les ve el plumero, ya que la única vía para triunfar y liberarnos del yugo del patriarcado es a través del sexo. Mujeres que estampan a los hombres contra las paredes porque tienen un deseo irrefrenable. Abogadas y científicas que deben vestir sexy a la hora de divulgar para aparecer en los medios. Cantantes que de repente se vuelven adultas solo por hacer un baile sensual. Adolescentes que para ser cool tienen que mostrarle un juguete erótico a su abuelo.
Para las mentes que generan los relatos culturales (y quienes ponen el dinero) parece que las mujeres no tenemos ninguna otra aspiración más allá del sexo. La sexualidad es ciertamente importante. Forma parte de las relaciones entre las personas y nos da mucha alegría al cuerpo, pero reducir todas nuestras aspiraciones a tener un orgasmo cuando hablamos de poder es una tomadura de pelo. Queremos tener orgasmos sí, pero no solamente eso. También queremos tener dinero, dirigir empresas, liderar países, poseer conocimiento, tener acceso a todos los espacios, que nos escuchen, influir en la sociedad, ser valoradas por lo que hacemos… Que el único registro permitido a las mujeres para ostentar el poder sea como amantes ya empieza a oler. Que esa sea la única percha que justifique que podamos ser protagonistas ya no es liberador, sino todo lo contrario. ¿No será que esa forma de poder es la única que no pone en jaque a la autoridad dominante? ¿No será otra estrategia más para tenernos entretenidas y que no reclamemos lo verdaderamente importante?
Dicen que el anuncio se dirige a un público juvenil, y en eso es en lo único que aciertan. Puede que las quinceañeras les cuelen el mensaje porque el sexo es algo novedoso para ellas. Es una manera rápida de llamar la atención y acumular muchos likes, pero a las mujeres adultas lo de ser un icono sexual ya no nos desvela. Hemos hecho ese camino, conocemos nuestro cuerpo, no tenemos complejos y, todo hay que decirlo, el Satisfyer nos aburre bastante. El problema es que lo de representarnos únicamente como bombas sexuales no solo se utiliza para las adolescentes, sino que se utiliza para retratar al conjunto de las mujeres. A todas horas. En todas partes.
También hay otro aspecto que parecen olvidar los anunciantes, y es que somos las mujeres adultas las que tenemos más dinero para gastar y no hay productos ni planes que nos resulten mínimamente interesantes. No nos pone en absoluto lo del malgastar nuestro tiempo y el sueldo entero, en hacer interminables rutinas de skin care y maquillaje. Tampoco lo de modificar nuestro cuerpo para adecuarlo a los cánones que les resulten atractivos a ellos. Nos da exactamente igual que nuestro culo no esté como una piedra o que nuestros pechos no luzcan a la altura del cuello. ¿Para que sirve todo eso? ¿A qué clase de poder nos lleva?
Hacernos creer que ser una bomba sexual es nuestra mayor aspiración en la vida es otra forma más de infantilizarnos. De mantenernos con una mentalidad de adolescente tengamos la edad que tengamos. Parece que no hay lugar para las mujeres adultas y con poder real en nuestro imaginario.