Opinión

Lecciones morales

María Dabán
Actualizado: h
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He leído con asombro que la Universidad británica de Roehampton está recibiendo numerosas críticas, a mi juicio, con razón, después de advertir a sus alumnos que un curso sobre dioses y héroes medievales y renacentistas incluía “algunas imágenes de desnudez”. Supongo que los castos profesores serán descendientes del papa Pío IV, que fue el encargado de ordenar que los desnudos de los frescos de Miguel Ángel de la capilla sixtina fueran cubiertos con telas. Especialmente escandaloso fue el desnudo de Santa Catalina, que tenía justo detrás de sus nalgas al también desnudo San Blas. Algo parecido pasó siglos antes en el pórtico de la gloria de Santiago de Compostela, como cuenta en un interesante artículo Diego Lamas.

En la obra del maestro Mateo la figura que representa a Daniel sonríe, como sonríe en dos ocasiones en la Bíblia: una, cuando el rey Ciro le preguntó si no creía que Bel era el verdadero Dios, y otra, cuando Daniel le dice que sus sacerdotes le engañan comiéndose las ofrendas que le dejan a su dios. El problema es que Daniel sonríe en frente de la reina Ester, y algún canónigo moralista decidió que eso era bastante pecaminoso, así que entonces se decidió limarle los pechos a ella, aunque eso no borrara la eterna sonrisa del profeta.

Vivimos en una época de nueva moralidad o, mejor dicho, de una moralidad dictada por los que luego no se la aplican. La administración Trump, por ejemplo, presume de defender los valores tradicionales olvidando que su líder indiscutible se acostó con una prostituta cuando su mujer, Melania, acababa de dar a luz y que, en 2005, dijo sin recato que “cuando eres una estrella te dejan hacerles cualquier cosa. Agarrarlas por el coño”. Y no olvidemos al secretario de Defensa, Pete Hegseth, que tiene a sus espaldas acusaciones de maltrato, de alcoholismo y de haber pagado 50.000 dólares a una mujer que lo acusó en 2017 de agresión sexual.

En España lo hemos visto estos días con lo ocurrido con Juan Carlos Monedero. Podemos levantó desde sus orígenes la bandera de la defensa de la mujer, del “hermana, yo te creo”, pero resultó, que, cuando el afectado por dos denuncias de abuso sexual era uno de los eminentes fundadores del partido, les creyeron menos, y como las jóvenes no fueron más allá, la cosa se solucionó apartando a Monedero del único cargo orgánico que le quedaba, mientras se le felicitaba por su marcha y por su “lucha”. Las palabras de la secretaria general de Podemos Ione Belarra, atribuyendo todo a una campaña mediática porque su partido sube en las encuestas, no pueden ser más despreciables, tan despreciables como considerar que lo ocurrido es una victoria del feminismo. Y no olvidemos que todo ello tuvo lugar cuando Irene Montero era todavía ministra de Igualdad en funciones, y Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda.

Lo mismo puede decirse de lo ocurrido hace algunos meses con Íñigo Errejón. Mientras pedían la pena de cárcel para Luis Rubiales por el beso a Jenni Hermoso (otra agresión sexual según la sentencia, no lo olvidemos) y se rasgaban las vestiduras por el impresentable comportamiento del presidente de la Federación Española de Fútbol, se hacía la vista gorda hacia los conocidos comportamientos de algunos de sus líderes que manoseaban a las militantes y a las alumnas sin pudor alguno valiéndose de su situación de poder. La izquierda se erigió en Savonarola de la defensa de la mujer, y va a acabar en la hoguera de sus mismos excesos.

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