El otro día mi hijo me recomendó una serie. «Si pudiera elegir una serie para poder verla de nuevo por primera vez, elegiría ésta» me dijo. Me recordó cuando hace años mi amiga Marta me recomendó a uno de sus escritores favoritos, y me dijo algo muy parecido: «qué suerte tienes de poder leer todos sus libros por primera vez».
El caso es que hace unos días he terminado la novela de un escritor estadounidense del que yo no había leído nada. Al terminarla me quedé un buen rato con el libro entre las manos, a ratos miraba la portada, a ratos la contraportada, volvía a abrir la novela, la cerraba. Me costaba despedirme de ella y de sus personajes. Hacía mucho tiempo que no me gustaba tanto una novela y pensé que ojalá pudiera volver a leerla por primera vez. Porque, aunque quizá dentro de un tiempo, que pueden ser meses o años, vuelva a leerla y no recuerde nada, lo que sí recordaré es la sensación y los sentimientos que me produjo cuando la leí por primera vez. Y es que las primeras veces son las primeras veces.
Quizá no nos damos cuenta cuando sucede, pero la primera vez de algo, da igual si estamos hablando de un libro, descubrir un paisaje, un primer beso o la primera vez que vamos a un concierto de ese grupo, es una experiencia personal irrepetible. Porque puedes volver a escuchar esa canción, besar a esa persona, regresar a ese paisaje, o volver a ver a ese grupo en concierto, pero contigo va el recuerdo de las sensaciones y sentimientos que tuviste la primera vez. Ya no es lo inesperado y la sorpresa de la primera vez. Ya no te encuentras con ese descubrimiento qué escondía esa primera vez.
Hoy en día estamos acostumbrados a acercarnos a nuevas experiencias habiendo buscado información previa. Casi nadie va con una mirada virgen. Vivimos en una sociedad donde la información fluye y te la encuentras incluso aunque no la busques. Todo son reseñas por todas partes de personas que nunca conoces y que expresan su opinión. Con lo cual sucede que a menudo tu primera vez de algo está tan cargada de opiniones y juicios ajenos que te cuesta saber lo que sentirías si no hubieras tenido toda esa información previa.
Sucede también que personas de nuestro entorno generan expectativas en nosotros cuando hablamos del próximo destino al que nos gustaría ir (se puede intercambiar por restaurante, concierto, libro que leer, etcétera) y es que todos tenemos opinión sobre todo y la exponemos alegremente, haciendo casi imposible acercarnos a algo nuevo sin tener un prejuicio (aunque sea ajeno).
Aunque hay personas que hacen el trabajo de intentar no perder esa mirada de la primera vez.
Julio Cortázar escribía en 1952 una carta a Eduardo Jonquieres, poeta y pintor argentino, que fue amigo suyo durante cincuenta años:
«Pienso que hace dos años justos yo estaba en Venecia, disponiéndome a venir al misterioso París. Ya llevo aquí cuatro meses, y anoche, al hacer un balance mental de este tiempo, me daba cuenta de la asombrosa familiaridad con que me muevo en este mundo. Ahí está, ahora, el peligro. Es ahora que debo vigilar mi visión, mi manera de situarme frente a cosas que cada vez conozco mejor; es ahora que debo impedir que los conceptos me escamoteen las vivencias. (…). Quiero que la maravilla de la primera vez sea siempre la recompensa de mi mirada. (…) Todo el mundo tiene allí su opinión sobre las cosas, pero coincidirás conmigo en que basta opinar sobre una cosa para, en el mismo acto, dejar de verla. (…) Yo quisiera que París se me diera siempre como la ciudad del primer día. Llevo aquí 4 meses: pero llegué anoche, llegaré otra vez esta noche. Mañana es mi primer día de París».
Cuando somos niños la vida está llena de primeras veces. Los días de verano, las vacaciones, los campamentos, los viajes que realizamos cuando somos niños nos parecen eternos. El tiempo se hace eterno porque está cargado de descubrimientos y de infinitas primeras veces.
Quizá ese sea el truco para sentir que el tiempo no se nos escapa cuando nos vamos haciendo mayores, llenarlo todo de primeras veces o, si no es posible, hacer como Cortázar, enfrentar el peligro de la familiaridad, vigilar nuestra visión y decidir que cada día es nuestro primer día en París, aunque llevemos cuatro meses.