El dolor de su corazón se resume en unas pocas frases. “Quiero ser un trozo de madera. Quiero ser una piedra. Y no sentir”. Eso expresa Natacha, una joven sacudida por la miseria y la pasión. En algún momento de nuestras vidas, por una u otra razón, todas nos hemos sentido así. Habrá quien lo haya verbalizado y quien lo lleve por dentro. Cuando se escupe, una se siente mejor. Al menos sirve para espantar las penas.
El nombre de esta mujer da título a una obra de Luisa Carnés. La protagonista trabaja en un taller de confección de sombreros. El poco dinero que obtiene lo lleva a casa. Su padre está enfermo y la madre cuida de él. Son una familia pobre. La atmósfera, gris y asfixiante. Durante un tiempo vive con ellos un estudiante. La muchacha se enamora de él, pero está comprometido con una chica de su pueblo y, finalmente, se marcha. Entonces, ella decide escapar de todo convirtiéndose en la amante del dueño de su fábrica, un hombre mayor. Sí, es todo un culebrón. Y no cuento lo que viene después. Pueden ver la representación en el Teatro Español o leerse el libro.
Desde luego, Carnés no deja a nadie indiferente. Esta fue su primera novela, la empezó a escribir con 23 años y en ella hay muchas referencias autobiográficas, además de una gran carga social. Me parece mentira que en 1930 fuera capaz de relatar esta historia. Lo digo porque las situaciones que recrea me parecen completamente actuales. Habla del abuso de poder, del acoso, de las injusticias, de la explotación, de la diferencia de clases, de los juicios paralelos, del desamor… Es triste comprobar que los problemas y las preocupaciones no han cambiado tanto.
La actriz, Natalia Huarte, logra transmitirnos esa sensación. Aunque también es mérito de Laila Ripoll, al frente de la dirección. Esta última lleva tiempo encargándose de dar a conocer el trabajo de Carnés. Sabe cómo hilvanar pasado y presente. Ya lo hizo con Tea Rooms, otro texto de la misma autora que también llevó a los escenarios. De ese modo la descubrí yo y me sorprendió que me interesara tanto ver fluir la simple y anodina vida de varias empleadas de un conocido salón de té.
Era otro argumento, pero con un mismo fondo: el papel de las mujeres trabajadoras y las dificultades para salir adelante. Me gustó saber que Carnés era de origen humilde y que sus conocimientos los adquirió de forma autodidacta. Fue capaz de convertir en literatura sus propias experiencias y reivindicar, a su manera, la condición femenina.
En el 2017 pusieron una placa conmemorativa en el lugar donde nació, la calle Lope de Vega, situada en el madrileño barrio de Las Letras. Pone que está dedicada a una “innovadora, escritora y periodista de la Generación del 27”. Es un pequeño reconocimiento a una de las figuras más destacadas de la cultura española. Con la derrota del bando republicano, se vio obligada a exiliarse en México. No regresó. Allí falleció en un trágico accidente de tráfico.
Como ella, muchas otras artistas e intelectuales tuvieron que irse de nuestro país. En un documental de 2015 las bautizaron como Las Sinsombrero. La etiqueta procede de una anécdota que contaba la pintora Maruja Mallo. Esta explicaba que un día, yendo con Federico García Lorca, Salvador Dalí y Margarita Manso por la Puerta del Sol, se les ocurrió quitarse este complemento de vestir para airear las ideas. La gente les insultaba por tamaña osadía. Por eso, el gesto se convirtió en una especie de liberación y acto de rebeldía.
Entre ellas, estaban Josefina de la Torre, María Zambrano, Rosa Chacel, Silvia Mistral, Concha Méndez, Elena Fortún… Y muchas más. A algunas las estudiamos, de otras no hemos oído hablar. Se vieron eclipsadas por sus compañeros o la Guerra Civil se encargó de barrer todos sus logros.
Además, fueron condenadas al olvido y la llegada de la democracia no las restituyó. Ahora es de justicia recuperarlas, rescatar su memoria, valorar su vocación y escuchar su voz. Siempre buscamos referentes. Las teníamos delante, pero nos las silenciaron.