La degradación siempre ha ido de la mano de la incongruencia. La irresponsabilidad siempre ha florecido en el tiesto del deshonor. El desastre es primo hermano de la mentira. La mentira es la madre de la traición. Donde no hay valores, no hay valor, donde hay incontinencia verbal, no hay palabra. A vueltas con este itinerario de la vulgaridad contemporánea, con este vía crucis de la posverdad, llevamos años matando el equilibrio que nos proporcionaban las certezas, fomentando un clima propicio para que los cambios de chaqueta, los donde dije digo y las puñaladas traperas a las promesas y las ideas queden en nada, no encuentren consecuencias y sean arrasadas en un corto espacio de tiempo por un nuevo motivo de indignación.
Ya no pincha la falsedad, no nos enciende de ira que nos engañen en la cara. Ya no duele que nos tomen por tontos porque realmente lo somos, porque nos saben tan imbéciles que han ido aún a más y nos han convertido en fanáticos, en talibanes de un pensamiento único, en hinchas de siglas, de falsos dogmas y creencias que ellos mismos, los políticos, se pasan por el arco del triunfo, de su triunfo propio; el de habernos conseguido atar al mástil de sus intereses con consignas de cartón piedra, con humo de un opio anestésico que nos lleva a delirar creyendo que somos parte fundamental de una hermandad que lucha contra monstruos, que somos héroes de nuestras pequeñas parcelas sociales y digitales cuyo cometido es defender a lidercillos que poseen el mismo pecado original que los de enfrente. Por eso somos capaces de ser figurantes de este teatrillo frentista, por eso justificamos lo injustificable y avalamos prácticas que nos harían rasgarnos las vestiduras si las llevara a cabo ese al que nos han señalado como enemigo, al que hay que odiar.
Hoy se defiende una cosa, y mañana la contraria, y pasado la contraria de la contraria, para luego acabar diciendo sin rubor alguno que no nos hemos movido de nuestra postura primigenia, que nuestra motivación siempre ha sido la misma. Claro que ha sido la misma desde el principio, querido cantamañanas, la única motivación era mentir, arrimarse al sol que más calentaba. Es acojonantemente triste observar la vehemencia y la rotundidad con la que se firman los argumentarios, da mucho asco ver cómo corren como la pólvora por las jaulas de grillos, como lo filtran los voceros y palmeros de los movimientos y como llegan empaquetado en chivatos, mezclados y cortados con los peores matarratas, a ciudadanos que ya tienen el papel y el turulo entre los dedos para meterse la dosis diaria que les permita repetir como papagayos las mayores sandeces que se puedan digerir.
Uno ya escucha líneas rojas y se puede echar al suelo a reír. Revolcarse por el piso y partirse el pecho hasta que le duela la barriga. Líneas rojas, ya, y líneas cojas. Aquí ya nadie tiene límites morales, nadie tiene escrúpulos ni remilgos. Justifican hacer un gurruño con la dignidad propia por la supuesta falta de integridad ajena. Es el ojo por ojo de la lealtad, el diente por diente de la reputación. Nadie cumple, porque lo que importa es cumplir días en el cargo. Siempre hay una excusa, un miedo, una amenaza externa, que sirve como pretexto para romper con lo prometido, para quebrar algún principio que hace tres jornadas se revelaba como elemental. Siempre es el final de algo, te pintan futuro cuando te están sirviendo el pasado más antiguo y amargo. Y si no, se escudan en aquello de que rectificar (cambiar de opinión) es de sabios. Sí, claro, rectificar es de sabios, y marcharse cuando uno se equivoca es de ser honrado. Y no aferrarse al poder es vestirse por los pies. Y no mentir es ser sincero. Rectificar es de sabios, claro, pero si estás todo el día rectificando es que a lo mejor el problema lo tienes con la verdad y no con la equivocación. Igual es que no estabas errando y simplemente estabas mintiendo.
Duele ver este panorama plagado de una apabullante y corrompida mediocridad que tiene en los hechos alternativos y en la inmoralidad su campamento base. Duele ver a los ciudadanos entregados al baile de la radicalidad y la ceguera, incapaces de darle boleto a tantos incompetentes que les toman el pelo. Duele la falta de pensamiento libre y crítico, que vayan de rebeldes los más seguidistas, los ensobrados que acusan a los demás de ensobrados, los estómagos agradecidos.
Solo en un clima así de distópico se entiende que haya exaltados que toleren que un tipo que se erige como el adalid del progresismo lleve desde hace años haciendo acrobacias argumentativas y violando sin piedad todas y cada una de las declaraciones de su magullada hemeroteca. Al último esperpento hemos asistido esta semana viendo como ha pactado con Junts y, sobre todo con los 7 votos de Junts, ceder la competencia en materia migratoria a la Generalitat catalana. Algo que no solo era inconstitucional e inadmisible hace escasas semanas, sino que era una aspiración abiertamente racista. Pues bien, el lunes ya había un pacto circulando en el que el PSOE acordaba con un partido abiertamente xenófobo, y con una necesidad palmaria de aplacar la ascensión extremista de Silvia Orriols, que las fronteras estarían controladas por el Estado catalán que, además, tendrá la potestad de expulsar a cualquier persona de “fuera”. Y claro, a partir de ahí, ya teníamos a todo ese coro de cortesanos bien “pagaos”, a los que se les cae de la boca aquello del miedo a la ultraderecha y el preservar los derechos humanos, haciendo la ola y tratando de colorear y maquillar la imperiosa necesidad de este nuevo chantaje. Así como a los socios del Gobierno más progresista de la historia silbando y mirando hacia los lados con las manos en los bolsillos.
Solo en este contexto en el que los pelotas son más respetados que los librepensadores y se confunde servilismo con trasgresión, se puede entender que haya votantes de la autoproclamada derecha valiente y machita que traguen y se pongan a hacer equilibrismo sobre las contradicciones de su líder, rebautizado por su amo como ‘Sandiego Obescal’, que ahora, por obra y gracia de los “jurdores” húngaros, se ha convertido en la mascota de la mascota de la mascota del matón más zafio y ramplón del panorama geopolítico. Da ternura ver como ahora estos que iban de valerosos “donpelayos” se arrodillan ante un yanki desquiciado y pagado de sí mismo que compadrea con Putin y humilla a un presidente ucraniano que demostró hace tres años, cuando ellos lo aplaudían, tener más huevos que toda esta ralea de oportunistas juntos. Sorprende este sentido del patriotismo de los que ahora defienden la paz a través de la rendición del territorio, los que le rinden pleitesía a un tipo que quiere ahorcar con sus manos arancelarias a nuestro campo.
Solo en este mundo paranormal en el que se relativiza lo cristalino se entiende que el principal partido de la oposición no mandase a por tabaco a un negligente que mientras su pueblo se ahogaba en barro y transitaba por una pesadilla andaba en otros menesteres que aún, a día de hoy, no sabemos cuáles eran. No se entiende que quien aspira a gobernar y quiere vender gestión, mantenga a un incompetente manifiesto que, además, ha demostrado ser un indeseable sin conciencia, capaz de apalancarse en la poltrona mientras cambia de versión sin pudor a la velocidad del rayo.
Igual que es incomprensible que el sábado vayan a coger la pancarta y la bandera morada de la lucha feminista esa caterva de enganchadas del poder que, para no verse perjudicadas, callaron y encubrieron a machistas redomados mientras sermoneaban y daban lecciones a todo un país. De Errejón a Monedero. De Podemos a Sumar.
Así son las líneas cojas de esta ralea de servidores públicos que solo saben jugar al y tú más. Y sí, siento decirlo, todo esto es culpa nuestra. Ellos son consecuencia de nuestra nula capacidad de análisis, de nuestra incapacidad de apartar nuestras filias ideológicas y ver el fondo real de las actuaciones de nuestros líderes de cabecera. Ellos son producto de nuestro sectarismo, de nuestra negativa a quitarnos la venda de los ojos y mandar a tomar viento a tanto soplagaitas y vendehúmos que no se representa más que a sí mismo y a sus propios intereses.