Opinión

Las cuatro letras

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Se habla mucho de lo de Ábalos, que es lo mismo que ha sucedido con todos los sátrapas de España y alrededores. Los políticos, tan acostumbrados a comprar voluntades, se pasean por los lupanares de la piel de toro para alquilar el tiempo y el cuerpo de las señoritas más jóvenes del lugar. Ábalos, además, las coloca. Los hombres parecen tenerlo muy claro: la libertad está por encima de todo, siempre y cuando por libertad entendamos la de poder venderse, que la de poder rechazar ser comprada. Las mujeres estamos más divididas, porque el feminismo hoy día está atomizado, y el sector más radical – en el sentido de cercano a la raíz – está denostado por todos los demás colectivos y grupúsculos. La prostitución ha existido, existe, y existirá. He pasado los últimos días leyendo al respecto y escuchando debates, y todos sin excepción, están moderados por hombres. También en todos ellos se centra en la prostituta, pero nunca en el putero (el consumidor), ni en el proxeneta.

Hay una prostituta (perdón; trabajadora sexual) que sale en varios de ellos diciendo que ella prefiere esto a limpiar culos por cuatro euros (sic), o ser camarera (sic). La tenía fichada de Twitter; nunca pareció el garbanzo más brillante del cocido. En vez de esa voz tan posmoderna me hubiera gustado escuchar alguna con un discurso menos coyuntural. Para eso he encontrado el pódcast Escort, también hecho por un hombre, pero con una diversidad de voces mucho más interesante.

No he encontrado ningún texto o audiovisual sobre consumidores de prostitución que no esté hecho por y para hombres. No digo que no existan, solo que yo no los he encontrado. Me gustaría ver cómo un consumidor se enfrenta a una mujer y le explica cómo él, porque se siente solo, va a ver a una prostituta a que le aguante la fase depresiva. Cómo la penetra, paga, y se marcha. Cómo un putero narra que no le apetece estar con su familia ni con su mujer y su celulitis, así que tira con la barriga hacia el puticlub más cercano y elige a una inmigrante de edad legal por los pelos, la sube a un cuarto, la pone a cuatro patas, y la penetra mientras la suda encima, para luego darle un estipendio y quejarse en la web de Putalocura de que no ha sido simpática.

Me gustaría ver cómo un señor de Palencia, mando intermedio en una fábrica de colchones, se viene a Madrid con los compañeros de trabajo y se queja de que todas las señoritas de ese local sito en Leganitos son “feas y panchitas” (sic, que esto lo he leído), pero que alguna es simpática. Me gustaría escuchar a ese grupo de amigos de entre diecisiete y diecinueve años que hacen bote de 60€ para penetrar uno detrás de otro a la misma prostituta en el coche del padre de uno de ellos, echando a suertes quién va primero y quién último. Y la prostituta todavía se considera afortunada porque al menos no son ancianos ni van sucios. Me interesa la voz de ese señor con alguna discapacidad que se lamenta de que las mujeres jóvenes y bonitas no se fijan en él, así que alquila el tiempo y el cuerpo de una chica del este, sin familia ni suerte, y le pide que le haga una felación a cambio de 5€, y considera que es una santa porque ha hecho una labor social. Él merece una chica joven y bonita.

Cuando he hablado con hombres sobre este tema, me dicen, invariablemente, que ellos no van porque “no me gusta acostarme con una chica que no me desea”. Ponen el acento en que ellos no se sienten deseados, no en que la chica no quiera estar ahí. En esos momentos del debate ya callo. ¿Cómo puedo explicarle a alguien con esa mentalidad que nosotras también somos seres humanos igual que ellos? Poco debate puede salir de ahí.

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