Agosto se ha terminado y volvemos al trabajo como si nunca nos hubiéramos ido. Personalmente hay dos cosas que me deprimen: ver cómo los días se acortan, y los anuncios de vuelta al cole. A mí nunca me gustó volver, aunque estrenara libros, cartera o lo que tocara. La más feliz en mi casa, la que sonreía de oreja a oreja, era mi madre, que por fin tenía unas horas para hacer sus cosas sin estar rodeada de su numerosa prole.
Volver al trabajo está bien, siempre que te guste, claro, pero hay que reconocer que cuesta coger el ritmo y olvidar la hamaca y la sombrilla. Vuelven los niños, volvemos los adultos y vuelven también los políticos, aunque a veces desearíamos que no lo hicieran. Quienes no vuelven, porque nunca se han ido, son los temas recurrentes de la política española: que si los presupuestos, que si la inmigración, que si Cataluña y el pacto fiscal, que si la estabilidad del Gobierno… Este verano hemos visto, eso sí, algunas cosas sorprendentes. Puigdemont vino a España, dio un mitin, y se volvió a fugar. El secretario general de Junts, Jordi Turull tiraba de épica en el relato y confesaba que el expresident se refugió en hasta tres pisos distintos antes de huir de nuevo a Bélgica. Lo decía como si Puigdemont fuera una suerte de Zelenski. En agosto, los habitantes de Granollers, un municipio cuya alcaldesa es del PSC, han aprendido también a hacer cócteles molotov para lanzárselos a la Policía Nacional, que nunca se sabe cuándo se va a necesitar un artefacto incendiario.
Y en Alsasua, Navarra, han vuelto a celebrar, como todos los años, un día para pedir la expulsión de la Guardia Civil de la Comunidad Foral. Viva la convivencia. Por si esto fuera poco, un alcalde del PP de un pueblo de Ávila, al que su partido ya ha expulsado, ha encontrado ocurrente cantar en un escenario un tema sobre una niña a la que le subió la faldita y le bajó la braguita, para echarle “el primer caliqueño” y “el segundo caliqueño”, aunque para el tercero “ya no le quedaba leche”. Visto lo visto, lo que no le quedaban al regidor eran neuronas.
En los próximos meses tendremos en agenda temas recurrentes este verano. María Jesús Montero, deberá explicar esta semana en el Senado en qué consiste ese concierto que, según ella, no es concierto, con Cataluña, aunque me apuesto lo que sea a que habrá muchas palabras y pocos detalles. El Consejo General del Poder Judicial tendrá que volver a hacer su enésimo intento de elegir presidente o presidenta. Tiene su guasa que, después de cinco años y medio PP y PSOE hayan alcanzado un acuerdo para renovar el CGPJ, y ahora sean los propios jueces los que no se pongan de acuerdo para ver quién va a ocupar la presidencia de este órgano. Bienvenidos a la España de los consensos. Consenso se necesita también en materia de inmigración, pero en este tema, como en otros, hay mucha demagogia y pocas soluciones efectivas.
En estos meses que vienen, el Gobierno se ha comprometido a elaborar unos presupuestos. Otra cosa es que se aprueben, no lo vayamos a querer todo. Que, si antes las cosas dependían de los independentistas, ahora también dependen de algunos socios que forman parte de Sumar (Compromís, la Chunta y parte de Izquierda Unida), que no están dispuestos a dar su sí, si no se les garantiza que el pacto fiscal con Cataluña no perjudicará a sus respectivos territorios.
A pesar de todo, no se atisba en el horizonte la posibilidad de que haya una convocatoria electoral. Lo único que ha convocado Pedro Sánchez en noviembre es el congreso de su partido, que servirá, se supone, para cerrar filas en torno a su persona y a su manera de hacer política, y para acallar a los críticos definitivamente, si es que puede. Si hay un sector crítico, siempre les podrá decir que, quizá no les gusten sus políticas, pero que la alternativa siempre es peor. Lo importante es que la pelota siga rodando y que en Moncloa no haya que cambiar el colchón. Mi consejo para lo que viene es volver con calma a nuestro día a día pensando que, como decía Ingrid Bergman, “para ser feliz, basta con tener buena salud, y mala memoria”.