Acabo de cumplir años hace un par de días, buen momento, quizá para la reflexión. Una vez me dijeron que cumplidos los 30, la vida volaba y pasaba sin darte cuenta. Y podría decir que desde entonces, así está siendo. La vida se esfuma y pasa cada vez más rápido. Sin apenas darnos cuenta ni saber muy bien cómo hemos llegado a ello, nos encontramos inmersos en un torbellino de actividades, responsabilidades y metas que, aunque importantes, a menudo nos hacen olvidar lo esencial. Estamos tan obsesionados con el trabajo, el enfoque o los éxitos profesionales y personales, que al final parece que acabamos dejando, u olvidando, la importancia de los pequeños momentos, aquellos que realmente son capaces de hacernos sentir vivos.
La rutina nos consume, nos absorbemos en nuestros teléfonos, en las pantallas y sus scrolls infinitos, reuniones interminables o en la constante búsqueda de alcanzar el siguiente escalón en la escalera del éxito. Pero, ¿qué sucede con los momentos simples?, ¿qué pasa con el tiempo calmado, los abrazos cálidos, las conversaciones profundas y las miradas sinceras? Por no hablar de esa tan codiciada y ya casi snob, vida slow. Parece que la sociedad nos invita cada vez más a olvidarnos de lo que realmente significa vivir. Vivir con sentido y propósito.
A medida que el tiempo pasa, irremediable y necesariamente, nuestras perspectivas cambian. Parece que lo que una vez consideramos urgente e indispensable se vuelve cada vez menos importante. Muchas cosas que nos preocupaban se han esfumado y comenzamos cada vez más, a darnos cuenta de que el tiempo es un recurso finito y que cada vez nos queda menos.
Una reflexión en medio de tanto ruido, para entender que la vida no se debería tratar solo de alcanzar metas, sino de disfrutar del camino, de vivir intensamente y estar en el presente. Y cuánta gente vive sin vivir. Cumplir años, no se nos olvide, es sinónimo de estar vivos, razón por la cual deberíamos celebrarlo en vez de castigarlo. La verdadera pregunta sea probablemente si realmente estamos viviendo plenamente. Y eso que el envejecimiento físico, cada vez más estudios lo achacan al estilo de vida que llevamos o a la propia felicidad que nos genera, o no, aquello en lo que invertimos nuestro tiempo.
La vida no se mide solo en años, sino en experiencias y momentos vividos con plenitud y conciencia. Aquello que realmente te llevas. Cuantos logros y momentos épicos vivimos sin darnos realmente cuenta de ellos hasta que pasan a vivir en el recuerdo. Aprender a disfrutar más sin culpa y vivir de manera más consciente sea quizá un reto que muchos tengamos aún por delante. No se trata obviamente de dejar de trabajar o de abandonar nuestras ambiciones, pero sí quizá de encontrar un equilibrio que nos permita verdaderamente disfrutar del viaje. Al fin y al cabo, la vida es demasiado corta para no vivirla plenamente o como realmente queramos. En un momento en el que parece que de una cosa hay que pasar automáticamente a otra y todo se olvida en cuestión de días, hagamos cada momento valer y no vivamos una vida con acciones que caduquen tan pronto. Tengamos menos miedo de arriesgar, sentir o verdaderamente ir a por aquello que queremos ahora. Vivamos y vivamos de verdad.