Opinión

La valentía

María Dabán
Actualizado: h
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Siempre me han parecido admirables los hombres y las mujeres valientes, los que han dado y dan un paso más y se han atrevido a luchar contra todo y contra todos por un bien superior. Supongo que uno no nace siendo cobarde o valiente, que es la vida la que, en determinadas circunstancias, te lleva a elegir uno u otro camino. Y yo, sinceramente, no sé cuál elegiría. El próximo 23 de enero se van a cumplir 30 años del asesinato de Gregorio Ordóñez. Él fue uno de los que, en esos años de plomo en los que ETA mataba sin descanso, se enfrentó de cara a la banda terrorista y a su brazo político, Herri Batasuna. Jeffrey Fry decía que la valentía es cuando entras en una batalla que no estás seguro de ganar. Y él acabo perdiendo la vida en esa lucha, pero su muerte supuso uno de los puntos de inflexión en los que la propia sociedad vasca dijo “basta”.

El programa La Sexta Columna dedicaba hace unos días un especial a Gregorio Ordóñez y en él, su viuda Ana Iríbar, su hermana Consuelo y algunos amigos, recordaban su integridad y su valor. A su mujer le ocultaba que le habían enviado una bala (al menos una) y, cuando aparecían pintadas amenazantes en el portal de su casa, bajaba con el conserje a limpiarlas para que ella no las viera. En aquella época se calcula que el diez por ciento de la población vasca apoyaba a la banda terrorista, apoyaba las muertes de inocentes en virtud de un objetivo mayor: alcanzar la independencia, porque sí, todos eran inocentes: los políticos, los policías, los guardias civiles, los ertzainas, los mecánicos, taxistas, quiosqueros, empresarios, jueces, fiscales… Pero eso no importaba a muchos, ni siquiera a una parte del clero que se mostraba condescendiente con los “muchachos” que mataban. Se cuenta que un día le pidieron al obispo Setién que oficiara el funeral de uno de los asesinados y él se negó. Cuando le recordaron que el Evangelio decía que el pastor debía cuidar a sus ovejas, él respondió: “¿Y dónde está escrito que haya que quererlas a todas por igual?”.

En aquella época, lo que predominaba en gran parte de la sociedad era el miedo y, como decía Consuelo Ordóñez en el programa antes mencionado, “todos sabemos que el terror es el arma más efectiva que hay”. El terror es el instrumento más usado por los totalitarios, el que te paraliza, te hace pequeño y te hace mirar hacia otro lado. Vasili Grossman lo relata de manera magistral en su famoso libro Vida y Destino. Pero Ordóñez, y tantos otros, se sobrepusieron a ese miedo y fueron capaces de defender la democracia cuando todo jugaba en su contra. Y como él, muchos lo pagaron con su vida.

En esta época de desmemoria, son los verdugos los que se presentan como víctimas y los que salen en libertad con enjuagues políticos sin que las verdaderas víctimas puedan hacer nada por evitarlo. Como le dijo Pilar Ruiz, madre de Joseba Pagazartundúa, a Patxi López: “Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas cosas que me helaran la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son“.

La historia está llena de ejemplos de valentía. Nelson Mandela vivió 27 años en una celda de 2×2 por luchar contra el apartheid; Tamana Zaryab, representa el símbolo de la lucha por los derechos de las mujeres en Afganistán, de esas que ya no pueden ni cantar, ni ir a la escuela, ni ser tratadas por un médico.  Ella tuvo que huir a Alemania después de ser torturada por los talibanes; y María Corina Machado se ha convertido en la mayor defensora de la democracia en su país y batalla cada día por intentar que Venezuela deje de ser una dictadura.

Todas estas personas renunciaron y renuncian a una vida más o menos cómoda por defender un bien superior.  Muchas encontraron la muerte, pero mantuvieron la dignidad de todos y desde aquí, quiero rendirles hoy tributo. Los cobardes serán siempre los totalitarios, los que aplastan al más débil, los que, en definitiva, olvidan lo más elemental: el derecho a la vida en libertad.

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