Opinión

La tía Julia y el escribidor

Mejores libros de Mario Vargas Llosa - Cultura
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Se nos fue el escribidor. Es ley de vida. Nos hacemos viejos y nos morimos. A veces incluso nos morimos sin hacernos viejos. Y con casi noventa años ha muerto esta semana el escritor peruano Mario Vargas Llosa.

Al escuchar la noticia me ha costado creerlo. Quizá porque para mí era una de esas figuras eternas y sin edad que habitaba en mi particular olimpo de escritores favoritos, acompañado de tantos otros que me han regalado sus palabras y sus historias.

Recuerdo perfectamente la primera novela que leí de Vargas Llosa, “La tía Julia y el escribidor”. Esta novela, que se publicó en 1977, cuando yo apenas era una niña que estaba aprendiendo a leer, la leí de muy jovencita, y aunque no era la primera novela del escritor peruano, para mí fue la puerta de entrada a su mundo. “La tía Julia y el escribidor” es una novela deliciosa que recrea la historia de amor real que tuvo con su tía, diez años mayor, con la que terminó casándose. Se casaron y tiempo después se divorciaron porque Mario la abandonó para casarse con su prima. Pero esa es otra historia de Vargas Llosa, otra historia que no escribió, una historia real.

Pienso en esta novela y me viene una sonrisa. Esta historia, llena de humor, me llevó al mundo creado por Vargas Llosa y a partir de esta novela, sus libros me han acompañado hasta hoy.

Faltan un par de semanas para que se cumpla el primer aniversario de la muerte de Paul Auster, otro escritor que me ha acompañado desde muy jovencita y al que también admiré, admiro, leí y sigo leyendo. Cuando murió Paul Auster, igual que al morir ahora Vargas Llosa, o cuando ha muerto en el pasado algún escritor o escritora que me han acompañado a lo largo de mi vida (tantos nombres me vienen a la cabeza en este momento), siento una especie de orfandad, una especie de orfandad amable, porque siempre me quedará de ellos lo que tuve antes de que se fueran: sus libros, sus historias, sus palabras… Cuando murió Paul Auster volví a sus novelas, colocadas por fecha de publicación en uno de los estantes de mi biblioteca y de nuevo leí varias de ellas. Hacía tan sólo unos días que había terminado de leer la última novela que había escrito, pero al conocer su muerte, sentí la necesidad de seguir cercana a sus historias, a sus palabras.

En “La verdad de las mentiras”, libro publicado en 1990, Vargas Llosa reflexionó sobre lo que es la literatura, el poder de la literatura en nuestras vidas. Para qué sirve la ficción. “Ese espacio entre nuestra vida real y los deseos y las fantasías que le exigen ser más rica y diversa es el que ocupan las ficciones”. Y es que la vida es la que es. Nuestra vida, nuestra realidad, es la que es, y es solo una. Sin embargo, la ficción, las novelas, las historias que nos esperan en los libros, nos permiten vivir múltiples vidas. “Los libros son la magia más portátil que existe” dice Stephen King, y tiene razón. Basta abrir un libro y sumergirte en esa historia para vivir otra vida, otras vidas, muchas veces vidas que con certeza sabes que nunca ni tan siquiera se aproximarán a la tuya.

“Cuando la realidad se vuelve irresistible, la ficción es un refugio. Refugio de tristes, nostálgicos y soñadores” escribió Vargas Llosa. Triste a veces, nostálgica y soñadora siempre, volveré a mi refugio, que es el refugio de tantos otros: los libros, la ficción y las historias que nos hacen soñar y vivir las vidas que nunca tendríamos si no fuera porque nos las cuentan.

Probablemente cuando terminé el libro que estoy leyendo ahora, iré al estante donde están todos los libros de Vargas Llosa, y al igual que me sucedió con Paul Auster, volveré a releer alguno de ellos. Y es que como también dijo en alguna ocasión el escritor peruano: “la pasión por la literatura, como los buenos vicios, se acrecienta con el paso de los años”. Nada que añadir.

Bueno, sí. Termino esta columna tomando prestadas las palabras que el escritor pronunció al final de su discurso al recibir el Nobel. Sirva como homenaje y gratitud eterna.

“Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. (…) Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible”.

Ahora sí. Nada que añadir.

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