Opinión

La soberbia de Sánchez

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La soberbia es el primero de los siete pecados capitales, que la tradición católica considera como las pasiones más dañinas del alma y semillas de muchos otros vicios. Y ha sido precisamente en el entierro de un Papa donde hemos visto al descubierto ese mal reflejado en la piel de quien vive en la Moncloa. Pedro Sánchez está herido en su ego. Salir de Paiporta a la carrera en su momento hará que sea recordado por ello y el recuerdo hubiera sido más fácil de moldear y deformar si frente a su actitud no tuviéramos para confrontar la del Rey Felipe VI, que decidió quedarse y aguantar el chaparrón de un pueblo que gritaba de dolor y desesperación.

Aquella mañana la figura del Jefe del Estado creció y la del Presidente del Gobierno menguó. Un hecho cierto y probado son las múltiples visitas de la Casa Real a Valencia y la ausencia de ellas del Jefe del Ejecutivo. Desde entonces, Sánchez siente al Rey como un enemigo y no es para menos. Felipe VI, con su decisión de quedarse en Paiporta y regresar en otras ocasiones a Valencia, ha dejado a Sánchez como el rey del postureo. ¿Lo recuerdan en la catástrofe de Palma? Más de diez veces visitó la isla…

Esta semana, con la muerte del Papa Francisco, a Sánchez le ha vuelto a dar un ataque de soberbia. Después de decretar tres días de luto, alguien en la Moncloa debió de ponerle el vídeo del funeral de Juan Pablo II y, al ver a los Reyes Juan Carlos y Sofía en primera fila y, cuatro filas más atrás, a José Luis Rodríguez Zapatero, debió decidir que no iría al funeral de Francisco. Que él no es un actor secundario.

En la semana en la que se cumple un año de que escribiera y compartiera con los ciudadanos españoles aquella delirante carta en la que nos dijo que se pensaba seguir, queda demostrado que el emperador va sólo en la cuadriga, que nadie le advierte de que su soberbia le hace equivocarse con estrépito. O que bien no tiene a nadie que le susurre al oído su particular memento mori o bien decide ignorar recurrentemente esta advertencia, una posibilidad bastante plausible teniendo en cuenta los antecedentes del personaje.

Perderse una cita que permite codearse con todos los grandes líderes europeos y con Donald Trump en un momento crucial para la geopolítica es un error estratégico de difícil comprensión. Qué fácil lo está poniendo para responder a aquella pregunta que le formuló a Máxim Huertas en el día en el que le obligó a dimitir por algo que no merecería ni siquiera una leve regañina en privado comparado con todo lo que ha admitido después a miembros de su Consejo de Ministros o de su entorno más cercano. Será recordado como un gobernante al que, entre otras cosas, le pudo la soberbia.