Opinión

La sala de la paciencia

María Jesús Güemes
Actualizado: h
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Las salas de espera son las salas de la paciencia. Da igual que sean las de un hospital, las de un hotel o las de un banco. Se visitan por diferentes motivos, pero todas se suelen distribuir en espacios diáfanos, bien iluminados, minimalistas, con muchas sillas y bastante gente. En estos lugares, por un instante, se detiene el mundo. Mientras uno aguarda, el reloj avanza. Y, sin embargo, todo parece en suspenso.

Es curioso porque son sitios donde las miradas se cruzan veloces con las de los que están sentados alrededor y comienza el juego. Se evalúa la situación y se empiezan a asignar papeles inventados de forma aleatoria. Esa mujer no se quita el abrigo y hace calor. ¿Qué ocultará? Aquel chico no para quieto… Seguro que tiene problemas en el trabajo. El matrimonio del fondo parece enfadado. ¿De qué estarán discutiendo? Si pudiéramos escuchar sus relatos, ninguno coincidiría con las historias que nos hemos imaginado.

Sólo, a veces, se rompe la frontera y alguien se pone a hablar con el de al lado como si le conociera desde hace años. De pronto, ahí está contando detalles personales. Suele ser más fácil confesarse con un desconocido. Pensamos que no le volveremos a ver, así que podrá guardar un secreto.

En El tiempo regalado de Andrea Köhler dicen que “el que sabe esperar, sabe lo que significa vivir en el condicional”. Algo similar se me pasa a mí por la cabeza. Cuando has visto que la vida cambia en cuestión de segundos y que de ello depende que muchas cosas puedan o no suceder, la paciencia se transforma en una incertidumbre que te devora por dentro. Si se soporta, lo llaman fortaleza.

Aunque muchas veces ser paciente tiene su recompensa. Eso ocurre cuando alcanzamos grandes metas. También con aspectos más simples, pero igual de importantes para el corazón como quedar con la pareja amada, ver a una amiga de la infancia, planificar un viaje o conseguir unas entradas para una obra de teatro… Al cumplir el objetivo, sin duda, se obtiene un placer mayor. Entonces, se dice que el esfuerzo ha valido la pena.

En el ensayo de Köhler también apuntan que no es lo mismo “esperar que tener esperanza”: “La esperanza está del lado del futuro; la espera está atrapada en el instante. Uno tiene esperanza, uno confía en que ocurra esto o aquello, quizá no de inmediato, pero muy pronto. Cuando uno espera, en cambio, uno permanece en un estado de continua presencia, espera que algo que sucede en aquel momento pase, aunque quizás no pase nunca”.

Esto último sólo provoca frustración. Algunas personas nunca logran lo que desean y otras lo quieren todo para ya. En ocasiones, se presentan situaciones complejas para las que no hay una respuesta automática. Por mucho que hagamos, el problema seguirá ahí. Hace falta que el proceso madure y se desenrede, pero en esta época parece que la lentitud destila veneno.

Estamos sometidos a la dictadura de la inmediatez. Todo está al alcance de nuestras manos, nos lo dan hecho, la información se puede consultar rápidamente, la compra y los papeleos se hacen con darle al botón en la pantalla del ordenador… No somos capaces de aguantar un día sin móvil. Algo que nos vendría muy bien para combatir la ansiedad.

De todos modos, la paciencia es una habilidad que se aprende. A mí siempre me han tachado de ser muy nerviosa, pero no saben que a la hora de ser paciente no me gana nadie. Pura contradicción. Con la quimio descubrí que sabía cultivarla. Una amiga me recomendó llevar un calendario e ir tachando los días. Iba completando semanas, como el reo en una cárcel que confía en salir pronto. Hasta fin de ciclo. Todo llega. De ese modo, me percaté de que también en nosotros habita una sala de espera interior. En ella, nos podemos poner cómodos para apreciar lo que tenemos en lugar de enfocar lo que nos falta.

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