Opinión

La revancha sin contrapesos

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La victoria de Trump es una mala noticia para Europa, sus instituciones y un Parlamento recién configurado que tendrá que reforzarse frente a la vuelta trumpista. La revancha del triunfo supera con creces la rotundidad de 2016. En votos, en poder, en simbolismo. Los votantes han legitimado a un candidato al que perdonan sus condenas penales, sus mensajes misóginos y xenófobos y unas recetas económicas que no cumplió en 2016 pero confían en que consiga imponer en 2024.

Su primer mandato está superado y asimilado, así que no sabemos qué Trump vuelve ahora a la Casa Blanca. El Partido Republicano ha mutado. Trump ha sido un candidato más orgánico, con un liderazgo de mayor agarre interno y ha logrado una mayor identificación con su votante. Esto a pesar de no haber nombrado al partido en su discurso de proclamación en favor del movimiento MAGA, una amalgama que va de los republicanos convencionales a grupos extremistas de la derecha radical.

Habrá que esperar a los datos postelectorales, de momento, sabemos que ha sacado ventaja en el votante hombre blanco (8 puntos más que en 2016) y de las áreas rurales. También ha sido reconocido por una parte de las mujeres y los latinos, un 15% de la población a quienes señaló en su día con la teoría conspirativa del gran reemplazo y ha terminado por ganarse. Las segundas generaciones de latinos se desentienden de los recién llegados. Quieren trabajo, seguridad y conservar lo que tienen ante la falsa amenaza de los nuevos. La historia de siempre, ya ocurrió con George Bush Jr y está ocurriendo en Europa.

Trump reconfigurará el nuevo orden internacional. Afectará a la OTAN, a la guerra en Ucrania, al equilibrio comercial con China y Rusia, y a los intereses pro israelíes en detrimento de Oriente Próximo. Los aranceles a los coches europeos y chinos sufrirán. Si Europa no se protege, la factura proteccionista la pagaremos en la UE. Esa protección de las fronteras se traduce en un conmigo o contra mí más dañino que en 2016, porque ha prometido venganza y no hay motivos para subestimar el aviso. Y después está la mal llamada guerra cultural. La intención de Trump de imponer una agenda política y legislativa contra los derechos de las mujeres, los inmigrantes, la pluralidad y las minorías.

La oferta de Trump ha sido clara. Deportaciones masivas, prioridad de los intereses americanos, la identidad del norteamericano medio frente a una élite que se percibe como pija y urbanita, despegada de los problemas reales. La economía en el primer mandato de Trump no ayudó a las clases medias, pero la de Biden tampoco, a pesar de aprobar paquetes de ayudas millonarios. La inflación se ha alimentado de los hogares y ha abonado el populismo para la vuelta de Trump. Como en Europa, las cifras macro son buenas. Un paro al 4%, mejora del déficit y la capacidad de doblegar la curva de los precios. Una economía financiera a pleno pulmón frente a economías familiares ahogadas, que sobreviven de cheque en cheque y no llegan a fin de mes. El proteccionismo como promesa se ha traducido en un voto de confianza.

Trump ya no es un accidente. No habrá vuelta atrás después de este 5 de noviembre de 2024. Es, como señala el analista del Financial Times Edward Luce, un desastre existencial para los demócratas y un cambio de reglas histórico para los aliados de Estados Unidos. Los demócratas, ahora en el desierto político, tienen una larga travesía por delante. Kamala Harris ha hecho una buena campaña en tiempo récord, ganó a Trump en el debate y unió al partido detrás de su candidatura. Pero no respondió a las preguntas básicas de una sociedad que vive con angustia y estrés su lugar en el mundo. La grieta de la desigualdad lo es todo. Y Harris no ha sabido tapar ese vacío o dibujar un modelo de país con garantías de que las cosas irán a mejor.

¿Podemos estar ante el mayor golpe a la democracia? Faltan meses para saberlo. Trump es un candidato tan impredecible que es una incógnita saber de quién se rodeará o qué papel tendrá Elon Musk, el aliado más inquietante de esta segunda vuelta. Ni siquiera sabemos cuáles serán sus primeras decisiones como presidente electo.

En todo caso, el dominio casi absoluto del poder legislativo, ejecutivo y judicial hace que tengamos que prepararnos para escenarios desconocidos. Estamos ante un segundo mandato sin contrapesos durante al menos dos años (hasta las elecciones midterm previstas para 2026), con la presidencia, el control del Senado y la Cámara de Representantes a punto de confirmarse. Además del poder simbólico del voto popular y el control del Supremo. La venganza contra el ‘Yes, we can’ es una promesa trumpista, veremos con qué fuerza la despliega. El 5 de noviembre es un latigazo sísmico en el orden geopolítico, democrático y global. Y no sabemos en qué medida podrá aguantar la fortaleza europea. Tanto la económica, como la que preserva los derechos de nuestras democracias.