Opinión

La reserva del totalitarismo despótico en América

Nicolás Maduro
Actualizado: h
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No es casualidad que los únicos mandatarios extranjeros que estuvieron presentes en la farsa de la juramentación de Nicolás Maduro en Venezuela hayan sido los dictadores de Cuba y Nicaragua. Esa foto de familia de Díaz-Canel, Ortega y Maduro no puede pasar desapercibida, porque dicho trío representa el club del totalitarismo despótico, no solo en América, sino en todo Occidente.

Este eje de Cuba, Nicaragua y Venezuela (CUNIVE) es un enclave del otro eje antioccidental de Rusia, China e Irán, a través de un neocolonialismo que no ha sido ni interpretado correctamente ni mucho menos condenado debidamente. Al contrario, se han normalizado cosas como el partido único en Cuba o los fraudes electorales en Nicaragua y Venezuela. Y las poblaciones de esos países, no solo es que no tienen ya el derecho a cambiar o el derecho de autodeterminación y ejercicio de su soberanía, sino que tampoco tienen derechos fundamentales, civiles o constitucionales. Son territorios marginados por la modernidad, el liberalismo y la legalidad, e incluso por la cultura progresista que los ignora o, peor aún, los condena a seguir soportando la opresión bien sea por posibilismo cínico, pragmatismo económico o afiliación ideológica.

De hecho, no hay un nombre para describir esos regímenes que desde hace décadas ejercen un poder absoluto. Aunque a veces no haya ni consenso para llamarlos dictadura, son algo mucho más grave, son totalitarismos despóticos. Es totalitarismo porque no se trata ya de un presidente autoritario o de un caudillo populista, sino de regímenes que concentran todo el poder y dominan todas las instituciones para perpetuarse en el poder por la fuerza sin permitir la alternancia. Y es despótico porque se persigue a la disidencia y se reprime a la población al margen de toda legalidad, ejerciendo control y censura de forma masiva.

Pero lo más perverso es la filosofía detrás de esta atrocidad medieval, la cual ha ganado terreno incluso en algunas élites occidentales. Inspirados en el modelo de Putin y en el mito del milagro chino, se pretende convencer de que la democracia no es necesaria para la prosperidad económica y que, por el contrario, es mucho más eficaz el autoritarismo a la hora de lograr un desarrollo económico. O sea, que las libertades y los derechos son un lujo que no están al alcance de algunos pueblos, pero que con no meterse en política y dedicarse solo a los negocios se puede vivir bien.

Maduro Ortega

El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, habla junto al líder chavista Nicolás Maduro en Caracas

Esto, además de cínico y supremacista, es falso. Basta observar los niveles de diáspora de Cuba, Nicaragua y Venezuela para sacar conclusiones. Esas poblaciones oprimidas han emigrado masivamente a países democráticos buscando libertad, y los que se quedan siguen resistiendo y luchando para liberar su país. Por algo han librado una batalla épica contra esas tres tiranías que suman casi 120 años de duración.

El error está en creer que se trata de dictaduras, cuando en realidad son tiranías. Montesquieu lo describió así hace casi trescientos años: “El gobierno despótico tiene por principio el temor… En esos Estados nada se repara, nada se mejora y la miseria fluye de todas partes. De todo se carece en ellos. En tal gobierno, la autoridad no admite contrapeso: la del menor magistrado es tan absoluta como la del déspota… Así debe acontecer en un gobierno donde nadie es ciudadano”.

En el caso de Venezuela se evidenció que Maduro perdió de forma abrumadora la elección, a pesar de impedírsele votar a la diáspora y de inhabilitar a la líder legitimada en primarias. Su fraude fue tan burdo que solo lo acompañaron Díaz-Canel y Ortega en su toma de posesión, la cual sirvió más bien como su entrada definitiva a ese club de los déspotas. Esa imagen de los tres el pasado 10 enero, no solo retrata a este club de la infamia, sino también a los que por acción u omisión permiten que el totalitarismo despótico siga existiendo en pleno siglo veintiuno en América y Occidente.

Ojalá ese reencuentro sirva solo como recuerdo de la última reunión de ese club y se apoye decididamente a esos pueblos a recuperar su libertad, sus derechos y su democracia. En Venezuela existe una gran oportunidad para comenzar con esta reivindicación histórica, porque hay un presidente electo legitimado y una líder inquebrantable que siguen haciendo equipo para mantener viva la llama de la esperanza y activa la lucha por el respeto de la soberanía popular expresada.