Opinión

La política del vasito de arroz

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Siempre hay más de una opción válida, siempre hay más de un camino transitable, siempre ha habido cuestas y atajos, avenidas y pasadizos, calles y laberintos. Se dice que la gente resolutiva es experta en encontrar alternativas, ahora bien, es muy distinta una solución dirigida a salir del paso y salvar un “matchball” que una que vaya encaminada a cimentar un trayecto en línea recta.

Seguro que están de acuerdo en que no es lo mismo el vasito de arroz instantáneo que se calienta en un minuto en el microondas que coger una olla, picar unos dientes de ajo, sofreírlos, nacarar el arroz, dejarlo cocerse y estar pendiente de que no se te pase ni se quede pastoso. Esta segunda opción es sin duda mucho más laboriosa y coñazo que la primera, más sencilla e instantánea, perfecta para los días en los que uno tiene el tiempo encima y necesita despachar rápido el almuerzo, pero estoy convencido de que estarán conmigo en que no es comparable el sabor del método artesanal con el artificial y el prefabricado. La diferencia entre uno y otro en realidad no es más de 15 minutos, y el resultado, en cuanto a calidad, es diametralmente notable.

Yo comprendo que hay días en los que la vida no da para más, que uno llega sin fuerza del trabajo y prescinde de comerse el coco en la cocina, pero cuando lo cómodo se convierte en rutina, la dejadez se hace pauta, y eso se convierte en un problema a pequeña escala que va repercutiendo poco a poco en la manera de obrar. A otra escala, más perjudicial, tendríamos el problema de los que se entregan a la comida basura, la “fast food”, con el pretexto de una carga laboral asfixiante y acaban físicamente más jodidos y con un riesgo importante de salud que les impide afrontar esas maratonianas jornadas que usaban como pretexto para no cuidarse. A lo que iba es que una cosa es un desavío y otra es un desvío, que es en lo que acaba derivando un desavío cuando lo sostenemos en el tiempo y lo convertimos en rutina. Cuando entramos en esa espiral en la que se prima lo facilón y lo instantáneo por encima de lo arduo y lo trabajoso, se entra en una dinámica perjudicial que lo acaba contaminando todo.

En eso, en un salir del paso constante, en un regate corto perpetuo, se ha convertido la política española, que hoy por hoy es la tiranía de lo fugaz, donde no hay hueco para mirar ni siquiera a un cortísimo plazo. Queremos vasitos de arroz que se calienten al calor del microondas de la polarización, un minutito, que sacien el hambre voraz de poder de nuestros representantes, que además les permitan no tener que perder el tiempo luego fregando las ollas. Al diablo el fuego lento de los principios, al diablo la palabra, la hemeroteca, lo que se dijo. Al cuerno el futuro, lo que vendrá después, los precedentes que se sientan. Y, por supuesto, fruto de esta desquiciada dinámica, al cuerno la capacidad de indignación de una sociedad anestesiada ante la mentira, adormecida en el vaivén de los bandazos de los partidos que la representan, cebada de hipocresía, de dobles raseros, obesa de zampar argumentarios bastardos que se escriben al amanecer y no llegan a la caída de la luna.

Esta semana lo hemos comprobado con el asunto migratorio, que nuevamente ha sido tratado como moneda de cambio en la partida de póker de los maquiavelos patrios en vez de como lo que es; un fenómeno que hay que abordar desde una altura de miras que hoy se antoja imposible, desde la transversalidad que requiere un asunto de Estado que tiene más de oportunidad que de problema pero que, a fuerza de manosearlo y utilizarlo como prebenda transaccionara, lo más normal es que la sociedad lo acabe percibiendo como una amenaza. Sí, como una amenaza, porque así es como lo están escenificando las dos principales formaciones de este país, que se han dejado arrastrar por esos socios extremistas en los que descansan su poder presente y futuro.

Primero vimos a Pedro Sánchez, el líder del Gobierno más progresista de la historia, pactar con Junts, un partido que vincula sin tapujos ni remilgos la inmigración con la delincuencia y que no gobierna en ningún sitio, un reparto completamente asimétrico en el que Cataluña solo acogería a 30 inmigrantes mientras que Madrid o Andalucía ofrecerían asilo a más de 600. Otra vez pasando por debajo de la mesa del futbolín, otra vez los siete votos, de nuevo esa archiconocida igualdad reluciendo por su ausencia y ese inquebrantable compromiso de luchar contra los xenófobos y los ultraderechistas quedando en un mero chiste por el ansia viva de seguir en el poder. Luego vendrán los golpes en el pecho, los discursos grandilocuentes en los que con un tono compungido se volverá a alertar de la ola reaccionaria de la que solo nos podrá salvar el gran líder, pero, mientras tanto, a tragarse una a una todas las condiciones retrogradas de esos que por interés mantienen a un tipo en la Moncloa sin más principios que su ego y su continuidad.

Pero claro, luego tenemos a ese PP desnortado, con canas, pero en pañales, que continúa viento en popa con su empeño de ametrallarse el pie. Decíamos la semana pasada que no se le puede dar tiempo a un kamikaze, que cuando le dejas hacer y no lo quitas del volante, te conviertes en cómplice de la tragedia, que cada minuto que Mazón seguía en el cargo sería un error mayúsculo, y que ese error tendría consecuencias que repercutirían en el proyecto.

Pues bien, ya las tienen. Esta semana, sin encomendarse a nadie, al más puro estilo 23 J (no aprenden), el presidente negligente (y muchas cosas menos bonitas que eso, cada vez queda más claro) de la Comunidad Valenciana, ha decidido llegar a un acuerdo con Vox para aprobar los presupuestos en el que compra una a una toda la chatarra ideológica del partido verde. Entre ella, la de la aversión y el señalamiento al inmigrante. Sí, justo esa misma por la que el verano pasado los de Santiago Abascal decidieron salir de todos los gobiernos autonómicos en los que habían entrado. No sé si recordarán la contundencia de un Feijóo que, durante aquellos días, se congratulaba de que por fin se había deshecho del lastre que les ataba para poder comenzar un giro al centro que le permitiese ser un partido ganador que aglutinase una mayoría que sacase a España de este encallamiento que la tenía sumida en el desgobierno total. Pues bien, olvídense, otra vez un nuevo volantazo. No se puede construir una alternativa diciendo una cosa por la mañana y la contraria por la tarde, no se puede tratar de presentarse como presidenciable siguiendo el mismo marco ventajista y tramposo de Sánchez. De nada sirve ir de serio y sereno si no hay una hoja clara de ruta, si en vez de atajar los problemas se dejan crecer hasta que estallan. De nada sirve gritar a los cuatro vientos que se tiene un plan si luego te dedicas a la política del vasito de arroz. La rápida, la instantánea, la de un minutito, volcado en el plato y al contenedor.