Hace tiempo pintaba mucho. Me relajaba bastante. Pero ahora ya no encuentro nunca un hueco. Una vez al año, sin embargo, debo hacerlo obligatoriamente porque una amiga se empeña en que como único regalo de cumpleaños quiere uno de mis dibujos. Su objetivo es llenar una pared de su salón con mis obras. Calificarlas así es pomposo. Sé que lo que hago sólo tiene un valor sentimental. Aunque, a veces, eso es realmente lo único que importa.
La verdad es que no sé inventar nada. Hago cuatro trazos y parece que domino el tema, pero yo soy de copiar (no de calcar). Alguna medida se me va, pero el conjunto puede pasar por aceptable. Nada más. Por eso, admiro profundamente a toda esa gente capaz de plasmar lo que se le pasa por la cabeza sobre un folio en blanco. Los artistas tienen un don.
La obra de Banksy
En esto iba yo pensando hace unos días camino de la exposición de Banksy, uno de mis grafiteros favoritos porque se dedica a denunciar irregularidades e injusticias. Para algunos es un vándalo; para otros, un Robin Hood. No se le pone cara. Guarda su anonimato y todo lo que le rodea es un misterio. De ahí procede también su encanto.
A él, que no le gusta lucrarse con lo que hace y exhibe en la calle, no sé si le hará mucha gracia que cobren una entrada para ver sus reproducciones. Siempre ha protestado contra la comercialización del arte y, a pesar de ello, allá vamos nosotros como un rebaño a hacer lo que contrario de lo que nos pide. Picamos y encima nos llevamos algo del merchandising.
En la muestra te cuentan un poco su trayectoria y los países por los que ha pasado dejando huella. Además. explican que lleva tiempo utilizando la técnica del estarcido, que consiste en apoyar una plantilla rígida sobre la superficie a estampar y proceder con el spray o la brocha.
Desde luego, lo domina. Aunque sabe hacer de todo. Así, sobresale un cuadro al óleo con un mar embravecido que escupe los chalecos rojos de los inmigrantes que se ha tragado. O dos tiernas abuelas tricotando unos jerséis en los que puede leerse que los punkies no han muerto. Son unas macarras dignas de formar parte de un cómic.
Sus iconos y sus frases
En ese recorrido, por supuesto, no podía faltar una de sus creaciones más famosas: la niña con un globo en forma de corazón que parece que se le ha escapado y vuela. Hay un cartel al lado donde pone que la pequeña parece “amable y encantadora”, pero suele terminar descolocando al espectador porque no sabe qué está haciendo. “¿Ha soltado lastre tras abandonar el amor o intenta recuperarlo?”, se preguntan. Yo nunca me lo había planteado. Estoy convencida de que tendrá muchas lecturas, en función de los ojos que contemplen la escena.
La exhibición también ha recopilado algunas de sus frases célebres. Entre ellas, una que resume a la perfección su trabajo: “Un muro es un arma enorme”. Él, desde luego, lo ha usado para expresar lo que piensa. Su crítica política y social no deja a nadie indiferente. Fomenta la reflexión y, sin duda, remueve conciencias. No hay forma de finalizar el paseo sin sentirse tocado. Es como si nos hubiesen propinado, una tras otra, varias bofetadas de realidad. Mientras otros voltean la cara, él la mira de frente con toda su crudeza y nos da una paliza emocional necesaria.
Llevo años siguiendo su labor y siempre descubro algo nuevo. Sabía que había dejado pruebas de su solidaridad con el pueblo palestino, pero no que en 2017 montó un hotel con vistas al Muro de Cisjordania. También ha estado en la guerra de Ucrania. La imagen de una bailarina o de unos niños contrasta con el horror de los edificios derruidos por las bombas.
Desde pequeña me llaman la atención las pintadas, hasta las que son un simple garabato. Me resultan algo hipnóticas. Puede que me sienta cautivada por su condición efímera. Aunque, por suerte, ya no las hacen desaparecer de inmediato.
El arte urbano
El Street Art está dejando de ser perseguido y se ha convertido incluso en una atracción turística en muchos pueblos del norte de España. Y es que nosotros también tenemos grandes exponentes. Hay que destacar el realismo de Sfhir, las mujeres de Tardor o aquel Julio César que encumbró a Diego AS… Son sólo algunos nombres reconocidos, pero hay más.
Contamos con una gran cantera de personas capaces de convertir edificios en lienzos. Saben cómo transformar un paisaje licuando las barreras arquitectónicas y transformándolas en ensoñaciones.
¿Qué diría al ver todo esto Juan Carlos Argüello? A él corresponde esa firma tan famosa del Muelle que terminaba en una flecha. Hace unos meses dieron con una de ellas y la restauraron. Cuando las autoridades pidieron permiso a los propietarios de la finca, estos pusieron todas las facilidades del mundo porque se sentían “muy orgullosos”. De esta forma se resume la transformación: han pasado de ser detenidos y multados a convertirse en patrimonio cultural.