Hace unos días llegó a la redacción un paquete grande con una muñeca. No tenía los pelos de colores ni un cuerpo perfecto. Era la imagen de una mujer real, rubia, vestida con bata blanca, pañuelo rojo al cuello y zapatos amarillos. La jefa de Economía me la dio para mi hija y así se convirtió en un regalo más de Reyes.
Este juguete, elegido como el mejor del año pasado en la categoría de igualdad, tiene nombre. Representa a la científica Pilar Mateo. Además, viene acompañado de un cuadernillo en el que se explica que inventó “una pintura mágica” que protege a las personas de los insectos que transmiten virus.
Vacuna las casas y salva vidas. De ese modo han definido muchas veces su trabajo. Mateo ha sido reconocida internacionalmente por su lucha contra varias enfermedades endémicas y por su vocación humanitaria.
Me gusta que las niñas se inspiren en ella. No sólo hay que entretener, también educar. Y prefiero que cualquier pequeña se identifique y sepa que en el futuro podrá ser lo que quiera. Nada ni nadie le debe impedir soñar a lo grande.
Mateo comentó hace tiempo en una entrevista que en su ámbito profesional se había encontrado con muchas barreras y que le parecía que siempre hacía falta una catarsis para cambiar actitudes. “Si eres mujer te cuesta más y si encima te dedicas a los pobres, te va restando puntos”, lamentaba. Suele decir que hay que salir adelante “sin temblores ni temores”. Ahora lo tendrá que hacer de nuevo porque su empresa se ha visto afectada por la DANA. La riada se llevó por delante su laboratorio y varios proyectos se han perdido.
En mi grupo la llamarían “la jefaza“. No lo dirían en tono despectivo. Más bien como reconocimiento. Yo he trabajado casi siempre a las órdenes de un hombre y creo que todos, salvo alguna cosa, han sido buenos exigiendo, compartiendo y enseñando. Tanto que han terminado convirtiéndose en grandes amigos.
Ahora bien, cuando la que manda es una mujer detecto un puntito extra de responsabilidad, perfección e inteligencia emocional tanto para bien como para mal. Son virtudes que, en ocasiones, nos pasan factura. A nosotras nos cuesta más llegar, se nos examina constantemente y tenemos pocos referentes. Por eso hace falta que la infancia se nutra de ejemplos.
Aunque muchas veces sólo tienen que fijarse en el de al lado. A lo mejor no son altas directivas, pero hay madres que brillan sin que nadie repare en ellas. Ahora que llegan a su fin las navidades pienso en lo importante que son todas esas mujeres capaces de congregar en torno a una mesa a varias generaciones. Cuando desaparecen, se pierde el yeso que cimentaba a las familias.
El otro día circulaba por las redes un meme gracioso. Sólo para nosotras porque se veía a un señor que miraba a su hijo abrir cajas y sorprenderse tanto como él por lo que estas contenían. No tenía ni idea de lo que había pedido el niño y no se había ocupado de comprar nada. Ya había otra persona encargada de hacerlo. La misma que en ese momento, al darse cuenta de que bajo el árbol no había ni un triste perfume, se estaba buscando la vida en las rebajas. Por suerte, no todos los hogares son así. Aunque sé que hay un sector femenino que se ve reflejado.
Hay un poema de Elvira Sastre que me encanta. Se titula Somos mujeres. La primera vez que alguien me lo mostró fue con motivo de una manifestación del 8-M. Sonaba reivindicativo: “Miradnos. Somos la luz de nuestra propia sombra, el reflejo de la carne que nos ha acompañado, la fuerza que impulsa a las olas más minúsculas”.
Cada estrofa podría formar parte de un himno: “Miradnos. Decidimos cambiar la dirección del puño porque nosotras no nos defendemos: nosotras luchamos”.
No es feminismo. Es nuestro poder. Más intenso si estamos juntas. Ella lo declama: “Miradnos, y nunca olvidéis que el universo y la luz salen de nuestras piernas. Porque un mundo sin mujeres no es más que un mundo vacío y a oscuras. Y nosotras estamos aquí para despertaros y encender la mecha”. Pues eso, miradnos y no lo olvidéis.