Reconozcámoslo, nos movemos por modas. Ahora se lleva comer quinoa; adoptar a un galgo, o a un gato, o a los dos; comprar huevos de gallinas felices (sin que sepamos muy bien quién valora su grado de felicidad), beber kombucha… Y si encima eres político, lo más de lo más es reflexionar.
Oriol Junqueras ha sido el último en sumarse a esta corriente que, por lo visto da buenos resultados. El presidente de Esquerra se va con la intención de volver, eso sí, pero antes va hacer lo que ha llamado “un proceso de escucha” para dirigirse a la militancia “de igual a igual”. Vamos, que va a dar tiempo a los suyos para que se den cuenta de que, hoy por hoy, no hay nadie más capacitado que él para liderar Esquerra. Lo del proceso de escucha no es sino una forma de ganar tiempo para seguir donde quieres quedarte. En su día, Pedro Sánchez lo hizo antes de repetir elecciones cuando Pablo Iglesias todavía se resistía a formar junto al PSOE el Gobierno de coalición. El presidente dedicó parte del verano a reunirse con todo tipo de asociaciones, y escuchó reclamaciones tan interesantes como que es necesario hacer un plan contra la extinción de la mariposa hormiguera oscura. Pero, a día de hoy, en esa situación de emergencia climática en la que, según ha decretado el Gobierno, vivimos, nada se ha hecho, que yo sepa, para ayudar a la Pengaris nausithous, que una cosa es escuchar y otra, hacer algo.
Sánchez también reflexionó. Tuvo al país en vilo antes de anunciar que se quedaba para encabezar una regeneración democrática que impidiera que triunfaran los bulos y la desinformación. Hace unos días en Al Rojo Vivo, volvió a recordar esos momentos y anunció que, después de las europeas, buscará fórmulas para garantizar la transparencia de los medios y la rendición de cuentas, y para que se sepa exactamente qué accionistas están detrás de cada medio. El problema es que todo invita a la intranquilidad. Desde Podemos se ha propuesto la creación de un Consejo de Derecho a la Información; la presidenta de Navarra, la socialista María Chivite, quiere promover en la comunidad una agencia de verificación para “combatir la desinformación”. El problema como todo es, ¿va a haber una serie de señores nombrados por los partidos políticos que van a decidir quién es periodista, qué es noticia, y qué es un medio, o un pseudomedio? Porque eso ya lo hacía el franquismo, que controlaba el medio, el periodista y el mensaje.
El pasado fin de semana El Confidencial, uno de esos medios que está en el punto de mira del presidente, publicaba una interesante entrevista con Rasmus Kleis Nielsen, director del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo de la Universidad de Oxford, en la que, entre otras cosas decía que “las mayores campañas de desinformación las han protagonizado los presidentes”. Kleis añadía, además que “cuando un político sugiere nuevas restricciones o utiliza la retórica para ejercer presión, siempre nos dicen que es por nuestro bien”. ¿Les suena verdad?
Churchill decía que “los médicos entierran sus errores, los abogados los ahorcan, y los periodistas los publican”, y a veces puede ser cierto, pero en la mayoría de las veces no, y en una democracia lo esencial es que la prensa controle al Gobierno. Lo contrario se suele dar en las dictaduras. Y en nuestra legislación ya existen instrumentos para luchar contra cualquier mentira que atente contra el honor de las personas. Lo preocupante es que a algunos ya les empieza a parecer bien que pueda existir ese nuevo control que limite la libertad de expresión. Pero, ya puestos, ¿por qué no creamos un organismo que controle las mentiras de nuestros políticos y les sancione?
A la espera de que pasen las europeas, y se despeje la incógnita, podemos tomarnos un tiempo y reflexionar, aunque, como decía Erasmo de Rotterdam, “la existencia más placentera consiste en no reflexionar nada”.