Cuando todo parecía asegurado y sólo faltaba por comprobar el resultado final de la victoria de Reagrupamiento Nacional (RN), los franceses volvieron a su Bastilla para dar una victoria inesperada al Nuevo Frente Popular (NFP) que lidera la izquierda insumisa de Jean-Luc Mélenchon. Los denominados republicanos, esa curiosa mezcla tutti frutti , que se alza heredera de la tradición republicana de liberté, egalité et fraternité, se lanzó a las urnas para frenar en seco a las hordas insatisfechas de Marine Le Pen. Una vez más, el miedo atávico y el rechazo freudiano a la ultraderecha han vuelto a funcionar.
Unos días antes, los británicos fueron más previsibles y otorgaron una victoria por goleada al viejo Partido Laborista, ahora dirigido por el aburrido y normal abogado Keir Starmer, sobre el todavía más viejo Partido Conservador, que ha conducido al país a una de las etapas más mediocres de su historia, culminada con el tiro en la sien de Brexit.
Detrás de estos dos resultados hay razones políticas y sociales, pero también económicas. Francia y el Reino Unido son dos potencias económicas históricas que han encarnado una tradición más social y otra más liberal y que ahora atraviesan problemas profundos, caída del nivel de vida, inmigración no resuelta y pérdida de peso en el concierto internacional. El Reino Unido se ha mostrado en recesión como una evidencia de su falta de pujanza tras la combinación perfecta de Brexit y Covid.
El Reino Unido es la sexta economía mundial. Dispone de un sector agrícola muy productivo capaz de satisfacer alrededor del 60% de su demanda interna. Posee una industria con gran potencia de producción con un dominio en sectores como el aeroespacial, el militar, el energético y el farmacéutico y destacados recursos minerales. Dispone de buenas reservas de petróleo y, sobre todo, de gas. La industria representa el 17% del PIB y emplea al 18% de la población activa. Los servicios son el eje de su economía, pues significa el 72% de su PIB y emplea al 80% de la población activa. Londres, pese al Brexit, ha conservado su posición de privilegio como una de las principales capitales financieras del mundo. El cuadro macro presenta un PIB de 3.500 millones de dólares, una renta per cápita de 51.000 dólares, un crecimiento muy moderado del 0,5%, una inflación del 2,5%, un paro del 4,2% y un endeudamiento del 100% del PIB.
La victoria de Starmer, que quiere reconstruir el país “piedra a piedra”, ha sido recibida con subidas tímidas por la Bolsa británica y un fortalecimiento de la libra esterlina. Tras el caos de los años tories, con constantes cambios de liderazgo y timón, los mercados aplauden lo que se espera un gobierno estable y moderado. Starmer ha comprometido un acercamiento al redil europeo y una estabilidad fiscal, junto a una esperada rebaja de tipos por parte del Banco de Inglaterra. El nuevo gobierno adelanta una agenda de crecimiento que beneficiará a la vivienda, la energía, el transporte y los servicios financieros, columna vertebral de la economía británica. La lucha contra la inflación es otro reto para el nuevo gobierno. Las quejas de los británicos se centran en la pérdida de poder adquisitivo, los deficientes servicios públicos, la presión fiscal y la inmigración. Rachel Reeves, la ministra de Economía, y Jonathan Reynolds, el ministro de Negocios, no quieren sorpresas. El país, si apuesta por el crecimiento, necesita de la inversión extranjera, pues la tasa de ahorro interior no es muy elevada. Economía capitalista agitada por la mano del Estado es el coctel laborista.
Francia es la séptima potencia económica mundial y la segunda de Europa, siendo la principal fuerza agrícola europea, con una industria de manufactura diversificada en medio de un proceso de desindustrialización y con una fuerte actividad en el sector servicios. La industria supone el 17 por ciento del PIB y emplea a una quinta parte de la población activa. El sector terciario representa el 70% del PIB y emplea casi al 80% de la población. Es el primer destino turístico del mundo. Sus cifras macro indican un PIB de 3.130 millones de dólares, un crecimiento moderado inferior al 1 %, una renta per cápita de 48.000 dólares, un endeudamiento del 110% del PIB, una inflación del 2,4 y un paro del 7,4.
La situación es radicalmente distinta en Francia. Macron se preparaba para cohabitar con la ultraderecha y, ahora, le tocará hacerlo con la extrema izquierda. Todavía no se sabe bien la combinación pues Macron quiere que su primer ministro, Gabriel Attal, aguante todo lo que el cuerpo se lo permita. Le Monde apunta las opciones de coalición, gobierno en minoría o tecnócratas al poder. La primera reacción de los mercados ha sido mejor de lo esperado. Ligera caída de la Bolsa y recorte de la prima de riesgo. Bruno La Maire, el brillante ministro de Economía de Macron, ha advertido del riesgo de aplicar el programa “ineficaz y anticuado” del NFP y que produciría “una fractura ideológica de la nación”. El programa no sorprende pues contiene más gasto público, mayor presión fiscal e intervencionismo a raudales. Subida del salario mínimo, indexación de los salarios a la inflación, aumento del número de funcionarios, impuesto de solidaridad, impuesto único a las rentas de capital, herencia máxima, mano ancha a la inmigración, moratoria a la inversión en infraestructuras, más gratuidad en el transporte. Algo de esto suena en España.