A mí, atea e impulsora de una asociación de humanistas seculares, casi me tildan de católica integrista este miércoles. ¿Qué no puede ser? Como les cuento. Verán, yo no llegué a verlo, aunque la cadena que me bendijo las uvas la noche del 31 era La 1. No supe hasta entrado enero que aquella chica de cuerpo “no normativo” que me anunció el 2025 con no sé quién, había mostrado la estampita de una vaca luciendo un llamativo Sagrado Corazón. Y que se había montado un lío. A mí estas ocurrencias siempre me han parecido muy divertidas. ¿O acaso no tiene gracia que una chica llenita proponga una imagen divina más, digamos, “inclusiva”? Más repelús me ha dado saber que la tal Pedroche llevaba un vestido con su leche materna en la composición para alardear del inevitable compromiso que acompaña siempre a estas famosillas que, a falta de otras cualidades, se acogen a la causa más trendy. En serio, puestos a señalar virtud (“virtue signaling”, dicen los anglos), prefiero a la mujer “no normativa” (interseccionalidad de primer grado) de La 1, aunque ambas hayan elegido casualmente el aroma a granja lechera para su denuncia.
Ya les digo: no soy nada de censurar ni por motivos políticos ni religiosos. Incluso en mis tiempos de europarlamentaria interpuse una pregunta a la Comisión con solicitud de respuesta escrita (la E-000485-16 Artículo 130 del Reglamento) el 22-1-16. Decía más o menos que “en muchos países europeos la legislación sigue considerando punible la blasfemia o incluye leyes parecidas. Así, por ejemplo, el Código Penal español, en su artículo 525, tipifica como delito el «escarnio» de los sentimientos religiosos, los dogmas, las creencias o los ritos, lo que en la práctica, según la interpretación del juez, puede distar bien poco de una ley contra la blasfemia.” Y advertía de que “las leyes sobre los insultos de carácter religioso revisten gran peligrosidad, dado que pueden revestir con una pátina de legitimidad las leyes contra la blasfemia más estrictas que hay en otros países” que pueden aducir que en las democracias «occidentales» rigen leyes parecidas. Y que basado en el artículo 83 la blasfemia y actos similares podrían dejar de estar tipificados en Europa, habida cuenta de las posibles repercusiones de las leyes de este tipo en las acciones y políticas exteriores de la UE en materia de derechos humanos.
Así que ya ven. Otra cosa es que después de lo de las Torres Gemelas y de Atocha me ha ido molestando progresivamente que desde los medios de la izquierda hayan seguido con su talante irreverente pero evitando cuidadosamente meterse en problemas con grupos que, a diferencia de los cristianos, suelen tomarse esas cosas muy a la tremenda. Y cuando un apreciado amigo colgó en sus redes algo así como que hubo un tiempo no tan lejano “en que los católicos tenían sentido del humor, eran los primeros en reírse de sí mismos y en blasfemar y en contarte estupendos chistes de curas sin que su fe se desestabilizara por ello” me quejé. Le dije que mi desagrado tenía que ver con “aquella sospechita de que nunca (la chica valiente de la “Vaca Cristo”) se metería con un musulmán o con la fe trans.” Es más: te llamaría racista o facha si hicieras bromas con una cosa o la otra.
Hay una izquierda que reconoce el horror de los asesinatos de Charlie Hebdo y de tantos otros que viven amenazados por la fatwa (el querido Robert Redecker, por ejemplo), y cómo afecta eso a la libertad de expresión. Pero equiparan esa censura a lo bestia con los grititos frustrados de las personas que se ofenden por los chistes de la “Vaca Cristo”. Yo no lo veo igual. Unos amenazan con prohibir lo que consideran blasfemo y otros directamente cortan por lo sano, por decirlo de alguna manera. Encima, en unas navidades y año nuevo donde las bromas, por el lado interseccional y progre, han ido de la “Vaca Cristo” a la decapitación de las figuras del belén de San Lorenzo de El Escorial, pero, ay, amigo, las “bromas” por el lado han sido masacres terroristas en mercados y concentraciones ciudadanas. Y los integristas católicos, esos que al parecer juegan en igualdad de condiciones (¡o de superioridad!), sólo han piado moderadamente. Quizá demasiado moderadamente.