Opinión

La guerra de Donald

Trump
Actualizado: h
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Donald John Trump, presidente 45º y 47º de los Estados Unidos de América, quiere imponer su paz incondicional en Ucrania, pero mientras tanto, y sin pérdida de tiempo, ha declarado la guerra comercial a un conjunto de países vecinos, socios, aliados y adversarios, sin dejar de amenazar al resto de una comunidad internacional, que asiste entre atónita y atolondrada a la política agresiva, bravucona y soberbia del hombre más poderoso del mundo.

Pocos le creyeron durante su campaña electoral, pero el antiguo showman televisivo y rey de la promoción inmobiliaria de Nueva York está cumpliendo palabra por palabra todas sus bravatas. Su discurso de 140 minutos dirigidos al Congreso el pasado miércoles, en una atmósfera propia de un reality-show, no dejó lugar a dudas. Sólo está en el principio y viene dispuesto a cambiar Estados Unidos y el mundo al ritmo de su ideología de you are fired.

Su espectro psicológico, esos mecanismos que activan las conductas y decisiones, es digno de un estudio de expertos en el cerebro y las emociones humanas. Un análisis aproximado de sus palabras y reacciones permite adivinar la figura de un hombre que siente que su país ha sido abusado por los demás, que sus amigos en realidad eran sus peores enemigos y que, por tanto, en una reacción mezcla de furia y justicia, ha dado un puñetazo sobre el tablero de la política internacional para poner las cosas en su sitio. Nadie va a volver a abusar de la generosidad no recompensada de los Estados Unidos.

El presidente Trump encuentra argumentos sobrados para aplicar aranceles o amenazar con extensiones territoriales. Fentanilo, inmigración, penetración china, tierras raras, minerales, desequilibrio de la balanza comercial, competencia desleal. Todo vale. Resulta que el país que ha dominado el mundo desde la II Guerra Mundial cultural, comercial y militarmente, en realidad ha sido una víctima inocente e incauta del resto de la humanidad.

En su primer mandato (2017-2021) su American First le condujo a una guerra comercial con China, a aplicar un 25% de aranceles sobre el acero y el aluminio y a la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. El resultado fue un fortalecimiento de la industria siderúrgica americana y el aumento de costes para consumidores y empresas en multitud de productos.

Aquellas medidas de Trump 45º quedan pálidas ante los anuncios de Trump 47º bajo el ambicioso paraguas de MAGA (Make America Great Again). En el espacio de pocas horas, la Administración americana ha anunciado la imposición de aranceles de un 25% para las importaciones de México y Canadá y de uno nuevo de un 10% a China, que se suma al 10% del pasado mes. Ha aplazado su aplicación un mes y ya ha amenazado a la Rusia de su amigo Putin con la imposición de sanciones.

El próximo 12 de marzo se activará el global del 25% para el acero y el aluminio, mientras en la recámara están preparados las tarifas adicionales para automóviles y productos agrícolas. Eso, sin dejar de lado, las tasas recíprocas al IVA, y las de cobre y madera. También la penalización para los países que gasten poco en defensa. Nadie se libra.

México, con un 80% de sus exportaciones en Estados Unidos, está barruntando su respuesta. Claudia Sheinbaum, la presidenta de la República, sigue confiando en una solución negociada con su vecino del norte. Quien sí lo ha hecho con toda contundencia ha sido Justin Trudeau y las autoridades canadienses. Consideran que la guerra comercial de Trump persigue el debilitamiento económico de Canadá para alcanzar sus confesados deseos de anexionarse el país como el 51º estado de los Estados Unidos.

Canadá no ha escatimado hierro en la respuesta. Parece dispuesta a morir matando. Incluso algunas autoridades regionales han apuntado que cortarían el grifo de la electricidad para perjudicar a su poderoso vecino. También responderán con su misma moneda, gravando a una larga serie de productos americanos. Esta situación supone una fractura a unas relaciones comerciales caracterizadas por los acuerdos entre los tres países y la libre circulación. Analistas estiman que la medida podría costarle a Canadá un 5% de PIB y a México un 3%. Para Estados Unidos se calcula alrededor de otros 3%.

Los chinos también van a responder con firmeza. Aplicarán tasas adicionales de un 10% a productos americanos como soja, maíz, cerdo o pollo. Se reedita la guerra comercial chino-americana del primer mandato de Trump, aderezada con tintes de mayor dureza.

Estamos, pues, ante una política de proteccionismo para dificultar la entrada de productos foráneos a los Estados Unidos para favorecer el consumo de los nacionales, fortaleciendo la industria local. Como dicen los libros, provocará la represalia de los países afectados. La historia está plagada de antecedentes como fueron la guerra comercial anglo-irlandesa de los años 30 o la llamada Smoot-Hawley promovida por los Estados Unidos para recuperarse de la crisis del 29.

Estos antecedentes muestran que estas guerras sólo generan vencidos, pues se debilita la economía, se incrementan los costes, la inflación aumenta y se llega a la desaceleración. En su interminable perorata al Congreso, Donald Trump se mostró convencido que su política comercial hará rico de nuevo a los Estados Unidos. A nadie se le escapa de que su política fiscal de reducción de impuestos la quiere compensar con un hipotético aumento de los ingresos federales vía tarifas aduaneras.

Europa y España, por tanto, están en la diana. En la actualidad, el arancel medio que aplica la Unión Europea a los productos estadounidenses es del 0,9% frente al 1,4% de la reciprocidad americana. La respuesta no es fácil, pues muchas voces se alzan a favor de evitar la confrontación con Trump y sus amigos. Pero otros se inclinan por una reacción contundente. Eso, sin olvidar, que en primera plana aparece la solución de la invasión rusa de Ucrania y los cambios de la política de seguridad, que va a desproteger a los europeos ante la evidente retirada americana.