Opinión

La fanfarria ‘woke’ de París vista de otra forma

Teresa Giménez Barbat
Actualizado: h
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¿Han oído hablar el “principio del hándicap”? Amotz Zahavi, biólogo evolutivo de la universidad de Tel Aviv,  propuso una interesante hipótesis en 1975 para explicar determinados comportamientos en ciertos animales, a primera vista incomprensibles por despilfarradores. Tiene que ver con la “selección sexual”. Por ejemplo, ¿por qué el pavo Real extiende una cola tan espectacular que, además de ser una pesada carga que consume recursos vitales, puede avisar a sus más glotones depredadores de que anda correteando por ahí? Zahavi pensó que, lejos de ser un fenómeno gratuito, el proceso evolutivo estaría en la raíz de lo que sin duda eran señales propagandísticas para seducir a las hembras o para medirse entre los machos. En este caso, un oneroso pavoneo (nunca mejor dicho) para convencerla a ella de que no encontraría otra ave con una dotación genética mejor que la suya. Mira, pava, va diciendo, casi no puedo con tanta pluma, he esquivado un halcón de milagro y así todo aquí me tienes para cumplir como el que más. Y, como ella se rendirá al que tenga la cola más grande, favorecerá que los machos tengan penachos cada vez más engorrosos en un camino de perdición. Porque son esos hándicaps precisamente las señales que demuestran que son los mejores.

La teoría sugiere que los individuos con gran eficacia biológica muestran este estatus mediante un comportamiento desventajoso o una constitución física que merma sus cualidades en otros terrenos. La idea central es que los rasgos de la selección sexual actúan como señales de ostentación, mostrando la capacidad de darse el lujo de desperdiciar un recurso simplemente por derroche. La cola del pavo Real permite discernir la calidad del macho, pero al mismo tiempo es una extremidad gravosa y pesada. El receptor, la pava, “sabe” que una cola peligrosamente incómoda indica nivelón porque los individuos de calidad inferior no pueden permitirse dispendios así de extravagantes. Y me pregunto, ¿podemos extrapolar la idea al comportamiento de nuestras sociedades occidentales? ¿No seremos un buen ejemplo de lo que significa el “principio del hándicap”? Cuando veo la autoflagelación constante a la que nos sometemos, ese “buenismo” que nos hace abrir las puertas con prodigalidad a necesitados de todo tipo, esa tolerancia con ideas o costumbres que pueden incluso socavar nuestro modo de vida me viene a la cabeza la idea de Amotz Zahavi.  ¿Nos sentimos tan fuertes que vamos por la vida como ese animal sobradísimo y siempre en el filo de la navaja que es el pavo Real? Por ejemplo: esa controvertida ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París. La forma de expresar orgullo y autobombo de los franceses -en línea con lo que ahora se lleva en nuestra parte del planeta- ha sido exponiendo fragilidades. Ante nuestros ojos se han desplegado desde María Antonietas decapitadas al son del heavy metal, supuestos jinetes del Apocalipsis galopando sobre el Sena o “últimas cenas”, que quizá no fueran más que inocentes recreaciones de Jan Harmensz van Biljert, pero que sumieron en el abatimiento a una gran parte de los contribuyentes del país y del resto de Europa. ¿Es, como la cola del dichoso pavo, la agotadora exhibición queer la manifestación de que este Occidente es tan fuerte y poderoso como siempre, o un hándicap que solo un fanfarrón puede permitirse y no morir?

Durante decenios, la frescura, la falta de prejuicios, la capacidad de reírse de uno mismo que han alimentado la cultura -cine, literatura, arte- Occidental han sido unos señuelos muy efectivos para gentes de todo el mundo. Puede que París quisiera reverdecer viejos laureles y reivindicarse como centro de la vanguardia cultural. Pero quizá lo que una vez fue arte y transgresión no es ya más que manierismo decadente. La irisada cola del pavo es un artefacto que requiere demasiado alimento, salud y sacrificio si ya no seducimos a nadie y los halcones cada vez se cobran más presas ante nuestros ojos bobalicones. La teoría de la selección sexual que expusimos sugiere que los individuos con gran eficacia biológica muestran su estatus mediante un comportamiento desventajoso o una constitución física que merma sus cualidades en otros terrenos. ¿Ha dado el handicapado París una exhibición de poderío o de debilidad?

Pues ya vamos viendo.

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