Opinión

La esperanza de recordar lo que somos

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Si me preguntas qué pasó el pasado 9 de julio debo decirte que, aparte de cumplir años, la selección española jugó uno de los cuartos de final de la Eurocopa.

La canción pasó de ser un “cumpleaños feliz” a un “Lo lo lo, lololooo…” Un partido que al inicio nos metió el miedo en el cuerpo, pero que acabó siendo toda una experiencia.

España ha tenido que jugar también fuera del terreno de juego, con parte de la prensa internacional en contra y corrientes críticas en redes sociales que buscaban hundir a nuestros jugadores. Recordemos a los periodistas alemanes asegurando que los suyos eran muy superiores, o las declaraciones del ex portero Jens Lehman diciendo que “España es pequeña e inexperta, como un equipo juvenil”. Pero la selección dio la mejor de las contestaciones posibles en el terreno de juego, con un 2-1 que daba a La Roja el ticket a semifinales.

Unos días después comprobamos que la prensa francesa no aprendió nada de los errores de sus colegas alemanes. Sus titulares antes del partido se regodeaban en el favoritismo de su selección, pero los nuestros volvieron a responder con contundencia con una sólida victoria 2-1 que no solo acalló bocas, sino que produjo un giro radical en la prensa.

Aunque los resultados son importantes, me gustaría concentrarme en lo que supone que España esté en la final de esta Eurocopa. En una época en la que las banderas de España (cualquier día del año) pueden llegar a ser consideradas por algunos como fascistas, ver cómo todo un país las saca a la calle para animar a su selección nos permite creer que aún hay esperanza.

Esperanza para hablar de lo que nos une, para entender que son símbolos de todos y, sobre todo, que nadie ha de apropiarse de ellos para nada que no sea algo que nos represente a todo país.

La emoción que despierta la selección hace que los valores de una sociedad que comparte, que se ilusiona y que une, estén de moda de nuevo; aunque solo sea por un momento.

Si intentamos extrapolar esto a la política, entenderemos que existen dos países. Y no, no me refiero a las pretensiones de Cataluña, sino a un país que une a la sociedad en torno a unos valores, unas ilusiones y unos principios; y otro país que rompe, crea muros y enfrenta a la sociedad. La política debería ver todo el escenario de la realidad, y salir de esa burbuja en la que se manipulan las lenguas, los discursos y los símbolos de todos. Aprender de los valores que unen a los ciudadanos.

Estos días se está hablando mucho de inmigración y, aunque parezca surrealista, muchos han sido los comentarios dudando de la “españolidad” de varios jugadores de la selección. Lamine, Nico… jóvenes nacidos en España que para algún determinado “foro” no son suficientemente españoles, o que utilizan la procedencia de sus padres para atacarlos. Nos debería llevar a la reflexión este sin sentido, hacia ciudadanos españoles que defienden la roja y que están llamados a ser grandes deportistas.

La moraleja de la historia es que tenemos más cosas que nos unen que las que nos separan, pero la esfera política se esfuerza en ahondar en las diferencias.

Parece que España necesita de logros en competiciones internacionales para recordar que compartimos mucho, y que, aunque todos seamos diferentes, podemos convivir y avanzar.

Estaría bien que tomen nota, y que no dejemos de recordar lo que somos.

¡Nos vemos en la final!