Opinión

¿La epidemia ‘Woke’ es un castigo al secularismo?

Teresa Giménez Barbat

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Es un tema que me molesta mucho porque, no solo no soy creyente (aunque sí defensora a ultranza a nuestro legado judeocristiano) sino que he promovido el humanismo secular, la filosofía ética que no se basa en ninguna revelación, desde hace casi 30 años. Aquí pueden ver mi página. Ahora, con el auge de lo Woke, con el progreísmo (no “progresismo”, que es otra cosa) versión EE. UU. y con lo que algunos temen que sea un avance del Islam en zona cristiana, empezamos a ver críticas y sonadas deserciones (Ayaan Hirsi Ali entre las más conocidas). La idea es que el ser humano es creyente por naturaleza y cuando las religiones tradicionales se baten en retirada, otras creencias ocupan su lugar. Al genial G.K. Chesterton, escritor inglés convertido al catolicismo, se le atribuye la frase “cuando alguien deja de creer en Dios, cree en cualquier otra cosa”,  aunque no exista una fuente fidedigna. Si nos acercamos más a nuestros días, es demostrable que una vez David Foster Wallace dijo que la única opción que tenemos es “elegir qué adorar”.

La antropología o la psicología evolucionista (aquella que estudia al ser humano en su linaje ancestral. “Animal”, si quieren) opina que venimos al mundo con disposiciones para la creencia en lo espiritual, en lo mágico. La religión es un sistema de bioregulación. La vida en general está regulada por mecanismos automáticos homeostáticos: el equilibrio metabólico, el inmunológico, el sistema de sentimientos y emociones, etc. La idea de homeostasis se refiere a los sistemas de acomodación entre el ser vivo y su entorno. Llegó un momento en que la naturaleza, la herencia genética, ya no fueron suficientes para el nuevo ámbito social: la cultura, y ya no la naturaleza, fue la respuesta. El concepto de biorregulación y de homeostasis es importante para comprender constructos humanos de carácter social. Esto no significa que exista algo así como un «gen» para la religión o que estemos genéticamente configurados para creer. Pero, de alguna manera, somos animales religiosos. La religión (en el sentido más general) es un atributo que está arraigado en el equipaje de predisposiciones que heredamos de nuestros antepasados, y que es previo al adoctrinamiento y a la catequesis. Las formas de la religiosidad son transculturales y transhistóricas, y se remiten a homínidos anteriores al Homo sapiens con una concepción trascendente de la vida.

El gran Eric Hoffer, pensador autodidacta que marcó el pensamiento crítico estadounidense en los cincuenta, dijo que, aunque vivimos una época sin Dios, no vivimos una época que no sea religiosa. Cierto. Los seres humanos lo somos profundamente, lo quiera una atea como yo o no. Eso, como acabo de decir, no significa que existan genes que nos empujen a convertirnos en mahometanos o budistas, pero habría un poso para la religiosidad en la estructuración y el modelaje del cerebro que vendría dado hasta cierto punto por vía genética. Los que piensan que el wokeísmo es una religión lo ven como un movimiento que toma los rasgos de una creencia y exhibe una trinidad de categorías totémicas: raza, género y sexualidad. Lo interpretan desde el prisma de la llamada “hipótesis de sustitución”, que asegura que las personas necesitan una estructura religiosa que les brinde comunidad, propósito y significado y que, a medida que la religión decae, se aferran a una cuasirreligiosa para ocupar su lugar.  El wokeísmo o, más hispano, el progreísmo, que alienta la izquierda radical, es el resultado. Siendo así, ¿no podemos admitir que el cristianismo era mejor y considerar volver a él?

Este es un debate candente entre los ateos antiprogres. Una de ellos es Helen Pluckrose, escritora y comentarista política y cultural, autora entre otros libros de “Cynical Theories: How Activist Scholarship Made Everything about Race, Gender, and Identity – And Why this Harms Everybody”, que se declara en contra de esta idea.  “Los Estados Unidos”, dice, “tienen grados de religiosidad mucho más cercanos a los de Irán que el resto de la anglosfera. Cuando un país tiene el nivel más alto de religiosidad de todos los países ricos y el mayor grado de progreísmo, podemos estar bastante seguros de que la causa del wokeísmo no es el declive de la religión”.

El humanismo secular se puede definir como el proyecto de organizar una visión positiva del mundo, inspirada en la razón científica y en las grandes tradiciones del pensamiento humanista. Como dice Pluckrose, “en lugar de intentar que la gente comparta un sistema de creencias, trabajemos para lograr un consenso sobre cómo gestionar mejor los diferentes sistemas de creencias que inevitablemente tendrá cualquier sociedad de seres humanos”. Fortalezcamos y hagamos cumplir el principio liberal de “puedes creer lo que quieras, pero no debes imponerme eso”.

Como con cualquier religión ampliemos y hagamos cumplir el principio secular de separación de la Iglesia y el Estado incluyendo ahora la separación del progreísmo woke y el Estado, pues nos ha dado fracasos inconcebibles como una legislación que acepta, como si del creacionismo se tratara, que un hombre puede, con solo desearlo, convertirse en mujer y viceversa.