Desde siempre, las empresas han desempeñado un papel fundamental en la sociedad, no solo como generadoras de riqueza y oportunidades, sino también como pilares del bienestar comunitario. Antes de que términos como “responsabilidad social empresarial” (RSE) se popularizaran en el ámbito académico y corporativo, muchas empresas ya integraban el compromiso social en el núcleo de sus decisiones y operaciones.
Un ejemplo ilustrativo es el relato de un director de una empresa familiar, quien me contó cómo su abuela, propietaria de un pequeño colmado en su pueblo durante los años de crisis de la posguerra, apartaba carne para las familias que no podían permitirse pagarla. Ese acto de generosidad refleja una comprensión innata de que las empresas y la comunidad están intrínsecamente conectadas, compartiendo un destino común. Un destino común compartido por cada uno de los empleados que se sumaron al proyecto en las sucesivas décadas.
Esta anécdota destaca el efecto multiplicador del empleo, que actúa como un conector entre diversas perspectivas. Desde la individual, un empleo permite a una persona desarrollar su capacidad y su proyecto de vida con independencia y libertad. A nivel social, la creación de empleo de calidad es indicativa de una sociedad próspera que aprovecha sus recursos y el talento productivo, que a su vez sostiene las políticas públicas y el bienestar colectivo.
La conexión entre la creación de empleo y el sostenimiento del sistema de bienestar es particularmente relevante en países como España, donde el sistema de pensiones se financia mediante un modelo de reparto. Esto implica que las generaciones activas contribuyen al sustento de las generaciones mayores que ya finalizaron su vida profesional, reflejando un modelo de protección profundamente solidario. Por lo tanto, la actividad empresarial genera beneficios económicos, y a la vez desempeña un papel crucial en la cohesión social y el progreso intergeneracional.
Las empresas, desde su origen, forman la unidad básica de lo social. Por ello, la inclusión se erige como un pilar esencial en los proyectos empresariales. Esto implica integrar talentos diversos y brindar oportunidades a personas y colectivos que, por diversas razones, requieren apoyo específico para desplegar su potencial.
Desde la Fundación CEOE, se promueve la idea de que solo sumando talento en toda su diversidad es posible alcanzar la excelencia. Esto abarca el talento juvenil, el talento senior y el talento femenino, especialmente en áreas donde su presencia es menos visible. Proyectos como “Es tu Fuerza” con el apoyo a profesionales de las fuerzas armadas en su transición a la vida civil y programas de liderazgo femenino, como “Chicas Imparables” o el programa “Radia” de formación e inserción laboral de universitarias con discapacidad en el ámbito tecnológico, ejemplifican este compromiso con la inclusión y el desarrollo del potencial humano.
La construcción de una sociedad cohesionada se basa en la cooperación y el entendimiento mutuo. El éxito empresarial y social es, en esencia, un esfuerzo colectivo que se nutre de la escucha activa, el diálogo y la disposición para alcanzar acuerdos. En un contexto de polarización política, es más necesario que nunca apelar al poder transformador de la colaboración y el compromiso social.
El mundo empresarial está repleto de ejemplos de alianzas que suman esfuerzos. La labor de los interlocutores sociales y la colaboración público-privada son testimonio de cómo la unión de voluntades puede generar un impacto social positivo.
Aunque los indicadores económicos son fundamentales, existe una dimensión más profunda y transformadora en los proyectos empresariales: la vinculación humana. Como ejemplifica la historia del colmado, el compromiso social de las empresas se arraiga en valores humanos que nos igualan a todos. Esta solidaridad la hemos vivido en las últimas crisis que ha sufrido nuestro país: en la pandemia, donde las empresas llegaron a ser centros de vacunación para sus trabajadores y las personas de su entorno; en la guerra de Ucrania, ayudando a la integración de esas personas que huían del conflicto y llegaron a rehacer su vida entre nosotros, ofreciéndoles oportunidades de empleo; o en la DANA, creando un fondo común para ayudar a las pymes y autónomos a seguir con la actividad y que no tuvieran que cerrar y mantener los modos de vida de las personas… Este enfoque humanista es esencial para construir una sociedad inclusiva y próspera.
Para multiplicar los resultados económicos y sociales, es imperativo valorar y aprender de los proyectos empresariales que integran este enfoque humanista y transformador. Reconocer el inmenso valor del componente humano en los equipos, las organizaciones y el sistema en su conjunto es clave para el progreso sostenible. La responsabilidad social y el compromiso empresarial trascienden las etiquetas corporativas; son manifestaciones tangibles de lo que se puede lograr cuando se infunde alma y propósito en las acciones empresariales.
En resumen, el compromiso social de las empresas, manifestado a través de la creación de empleo y la promoción de la inclusión y la colaboración, es fundamental para el bienestar y la prosperidad de la sociedad. Este compromiso, presente desde los inicios de la actividad empresarial, continúa siendo una fuerza motriz para el desarrollo económico y social en la actualidad.