Nos enganchamos al Candela, calle del Olmo, 2, en las tripas de Lavapiés, territorio castizo y vetusto, mestizo y camello, hace cosa de siete u ocho años. No recuerdo cómo mis amigos y yo, por entonces, animales endémicos de Malasaña, pero peregrinos versátiles y aventureros, supimos de su existencia. El caso es que cierta noche nos dio por ir, a eso de las dos largas de la madrugada, que era cuando el tablao comenzaba a bullir. El garito, en un principio, me horrorizó. La ventilación era, tirando de eufemismo, precaria. Olía a depuradora, vamos. Aquella noche primera, al camarero, que se llamaba Federico, le faltó aliñar los vinos olorosos –la cosa hoy entra por la nariz, no piensen mal– que pedimos con gargajos con su denominación de origen. El sitio estaba tan a reventar como un vagón del metro de Tokio y apenas escuchábamos el arriquiaun que pinchaban. Y sin embargo, por motivos que no vienen a cuento, asomó el duende, nos integramos en ese ecosistema golfo y flamenco, cerramos el bar y surgió el amor, o algo parecido.
Nos zambullimos en un Candela divertidísimo y canalla, en un hervidero de jipis, hipsters, guiris, negros que intentaban colocar su mercancía de más que evidente ilegalidad y –menguantes– parroquianos habituales, pero despojado de su gloria pretérita. El Candela olímpico de Paco de Lucía, Ketama o Sabicas, el que abrió en 1982 a partir de La Peña Chaquetón y se convirtió en el bar de la gitanería que salía de sus conciertos, murió o, al menos, empezó a agonizar en 2008, cuando el cadáver del dueño y fundador, Miguelito Candela, rojo, pintor y listo, fue hallado tendido en la calle del Olivar.
Lamentablemente, nosotros sólo vimos a Camarón y a Enrique Morente en los retratos enmarcados que colgaban en las paredes del lugar –a la tercera copa, confundíamos el del genial cantaor granadino con uno de Rafa Nadal–. Aun así, qué bien lo pasamos, carajo.
Como a tantos otros negocios, al Candela se lo terminó de llevar por delante la covid-19 y, desde hace casi un lustro, ha habido rumores gaseosos de reapertura que nunca se materializaban. El viernes, en cambio, y no sé si por fortuna, supimos que la tahurería tiene fecha oficial de resurrección, el miércoles 18 de diciembre. Los nuevos socios, entre quienes se encuentran el actor Unax Ugalde, el productor Enrique Lavigne y la ganadora de MasterChef Ángela Gimeno han declarado que pretenden “respetar el espíritu y la esencia del original”. Veremos. Cuando una tasca difunta vuelve a la vida, puede hacerlo a lo Jesucristo, pero también como un zombi andrajoso y pestilente, por muy moderno y pitiminí que se vista. Hemos sido testigos de la recuperación soberbia del Café Comercial, por ejemplo, pero también del destrozo apóstata que hicieron con el nuevo Palentino, aquel legendario bar de cubatas en vasos de tubo y bocadillos de batalla, sito en la calle del Pez, en el que reinaba Casto Herrezuelo, en paz descanse.
Cuando la vida nos deje, otearemos el redivivo Candela. No sé si quiero que me guste o no. Que yo ya soy un tío formal, hombre.