Opinión

La culpa siempre es de los demás

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Los casos de adolescentes en centros de menores (lo que conocemos popularmente como “reformatorios”) son multicausales y casi siempre originados en familias desestructuradas, de bajo nivel económico y sin ningún asidero emocional. Unos amigos que trabajan en estos centros me han contado cómo es el día a día: tratan de que los chicos hagan actividades en grupo con el único objetivo de que no se peguen. Completar el juego de la oca sin darse puñetazos. Ver una película sin prenderle fuego a la sala de estar. A veces suceden historias que rozan lo cómico, y otras te dicen: “En el fondo no es mal chico, pero…”, y el “pero” es cuando vuelven con la familia durante unos días y todo el trabajo que han hecho en esos meses queda destruido. Un círculo del que es muy difícil salir.

También están los casos de adolescentes que vienen torcidos por naturaleza; personas a las que puedes seguir a través de pequeñas noticias en periódicos locales, todas relacionadas con delitos de diferente gravedad. A veces los padres no pueden más. Y hay casos, como el de Sandra Palo, que no tienen perdón de Dios.

Estos amigos me han informado de un perfil nuevo de interno; chicos que no tienen problemas en casa, con padres de clase media, e incluso media-alta. Padres que no beben, no consumen drogas, no tienen antecedentes penales, y no se ausentan. Son chavales que lo tuvieron todo y a los que ahora, con la fuerza de un adulto y el ímpetu de un adolescente, nadie puede controlar. Son esos chicos a los que sus padres siempre han dado la razón en todo, que siempre han tenido lo que querían, y cuyas faltas y omisiones han sido justificadas con el recitativo de “es que es solo un niño”. De ese tipo de niños yo conozco una docena, y usted otra. Da igual lo que hagan, que si usted se queja, vendrán los padres a espetarle que “es solo un niño”, aunque mida metro setenta. Porque lo he visto –igual que lo ha visto usted–, sé que llega un día en el que esos padres se tienen que quedar al niño que han criado en casa, y entonces no pueden más. Si tienen dinero, le mandan a estudiar fuera, y si no tienen tanto, le dan lo que sea para que pase la tarde lejos y que moleste a otros.

Es raro que un adolescente –por malcriado que sea– acabe matando a nadie, dentro de que el asesinato es ya una rareza en nuestra sociedad. A veces el homicidio (a diferencia del asesinato) es el fatal desenlace de una situación violenta.

En casos en los que un menor comete alguna felonía, desde el hurto hasta el terrible asesinato de la trabajadora social de Badajoz (de nombre Belén Cortés) no tardan en surgir las declaraciones de los padres de las criaturas, y todos coinciden en señalar a todo el mundo menos a si mismos. Que si los profesores, que si los vecinos, que si la sociedad, que si Pedro Sánchez o el semáforo que se puso en rojo demasiado rápido. Lo que sea menos hacer un autoexamen a ver si, por lo que fuera, su prístino churumbel ha sido educado en la laxitud y la tiranía. La culpa siempre es de los demás, y el delincuente “es solo un niño”. Ellos saben que no se les puede hacer nada, y lo vemos en todos los ámbitos (siempre hablando de este perfil de adolescente, por supuesto). Urge enseñar desde niños que uno casi siempre es responsable de sus actos, y que los actos tienen consecuencias.

El padre de uno de los dos menores asesinos de Badajoz escribió a la empresa gestora del piso tutelado unas horas antes del crimen. “Me preocupa gravemente la integridad de mi hijo”, decía su correo. Por la integridad de Belén Cortés parece que no se preocupó nadie, ni la administración, ni la empresa, ni los políticos, ni por supuesto los padres de los asesinos. Esperemos que a raíz de esta nueva muerte se cambie, por fin, la injustísima Ley del Menor y se traten los crímenes de adolescentes como se tratan los de los adultos. Dicen que estos niños son víctimas, pero las víctimas aquí son las que ya crían malvas.

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