Cuando Julián Assange fue puesto en libertad, su padre, John Shipton, aseguró que su hijo tenía que recuperar “la belleza de lo cotidiano”. Me gustó la frase, porque pocas veces encontramos belleza en nuestras rutinas habituales. Lo rutinario es lo frecuente, lo común, aquello que hacemos casi mecánicamente, por eso es difícil que encontremos apasionante el hecho de levantarnos, ir al trabajo y volver a casa, pero a veces la vida te demuestra que sí, que incluso eso puede ser valioso. Y esto es, entre otras cosas, lo que nos ha enseñado la catástrofe de Valencia. Un martes cualquiera, sin esperarlo, decenas de miles de vidas cambiaron. Frases simples como “voy al centro comercial” “hoy como fuera” o “voy a sacar el coche del garaje”, resultaron fatídicas. Unos murieron, otros lo perdieron todo, la casa, su pequeño negocio…
Para ellos lo normal ahora es lo anormal: llorar a sus familiares, limpiar las calles, e intentar aferrase a los pocos recuerdos que no se haya llevado el agua. El otro día una señora lamentaba no haber podido conservar ni el DNI. Desde aquel fatídico 29 de octubre, esa mujer vive de la amabilidad de sus vecinos y de los voluntarios.
Todas las historias juntas pueden parecernos una estadística y podemos acabar quedándonos en eso, pero cada historia particular sigue resultando desgarradora. Hace poco me emocionó, por ejemplo, ver cómo, los propietarios de un pequeño bar que reabría sus puertas volvían a encontrarse con los parroquianos de siempre. De muchos no sabían ni si estaban vivos, pero ese día regresaban a por su café diario y a relatar cómo afectó la riada a su familia, a su casa…
Las víctimas de esta tragedia comparten sobre todo una cosa: nunca eligieron serlo. Fallaron los controles, fallaron los protocolos y, sobre todo fallaron los políticos, y seguirán fallando mientras sigan echándose la culpa unos a otros sin ver que quienes siguen sufriendo son los ciudadanos de a pie. De entrada, todos dicen que no es momento de exigir responsabilidades, que sólo piensan en la gente, pero, al minuto siguiente, el Gobierno y la Generalitat no pierden la oportunidad de alimentar cualquier polémica. En los últimos días, por ejemplo, lo hemos visto a costa del agua. El Ministerio de Transición Ecológica decía que, una vez hervida, se podía utilizar para cocinar y se podía beber, pero el presidente de la Comunidad, Carlos Mazón, recomendó que no, que para eso era mejor utilizar el agua embotellada. Y los ciudadanos sin saber a qué atenerse.
En esta crisis es la sociedad la que está dando la talla: los vecinos que se ayudan unos a otros, los voluntarios que siguen limpiando barro, y los millones de personas que, desde toda España están enviando ayuda a los valencianos. Y lo que continúa reclamando la gente es coordinación. Quince días después sigue sin haberla, por mucho que digan lo contrario. Es al menos lo que cuentan quienes están trabajando sobre el terreno: que cada uno va haciendo lo que puede, pero que no hay nadie en cada municipio que reciba las peticiones y organice cada día lo que hay que hacer.
Dentro de un mes las cámaras ya no estarán en Chiva, en Paiporta, en Algemesí, en Utiel y en tantos otros municipios que fueron arrasados por la riada. Las nuevas noticias eclipsarán a las viejas, y quizá nosotros iremos olvidando las cosas, pero allí la gente recordará siempre lo sucedido, aunque lucharán por volver a su vida, a la vida, aunque ya no sea la misma, e intentarán recuperar una cierta normalidad para poder valorar la belleza de lo cotidiano.