Cantan las encuestas alemanas un estribillo común: en las elecciones del 23 de febrero, ganarán los democristianos, pero la extrema derecha o la derecha radical –que el lector escoja según su parecer– de Alternativa para Alemania (AfD) exhibirá un músculo electoral inédito, superando el 21% de los votos y asegurando con holgura, cuando menos, la medalla de plata: los socialdemócratas del canciller Scholz y los ecologistas sandías –verdes por fuera, rojos por dentro– rondan el 15%. Las fuerzas políticas otrora mayoritarias boquean y rezan por, en el mejor de los casos, arañar una victoria pírrica y revalidar unos pactos clásicos tuberculosos; mientras, los nacionalistas germanos, dopados por Elon Musk, avanzan crecidos, raudos y decididos hacia la materialización del mejor resultado de su historia, felizmente conscientes de que no están solos en el mundo, de que el cansino planeta woke agoniza por hastío, de que nos hallamos en otra pantalla del videojuego.
El sábado, en un congreso celebrado en Riesa –ciudad industrial de Sajonia–, el partido certificó con unanimidad la elección de Alice Weidel como candidata a la cancillería. La colíder de AfD tiene 45 años, es una economista liberal y está casada con una directora de producción de cine, originaria de Sri Lanka, con quien tiene dos hijos. El perfil de Pilar Primo de Rivera, precisamente, no lo da. En su último baño de masas, se ciscó en “una turba de izquierdas dispuesta a la violencia” y en los “nazis pintados de rojo”. Ha recuperado el pestilente concepto remigración, que, como explicó Fernando Aramburu en El País, “consiste en establecer unos criterios encaminados a dividir la población entre puros (el pueblo genuino: antaño ario, ahora simplemente alemán) y los indeseados cuya presencia se supone que menoscaba el suelo patrio”. Promete una “ofensiva de deportaciones”, prohibir la construcción de minaretes y el uso del velo, huir del euro, reemplazar la UE por una “alianza de naciones europeas”, levantar las sanciones a la Rusia y volver a importar gas de la tiranía de Putinistán.
Veremos qué sucede en la primera economía de la zona euro en poco más de un mes. Occidente vira hacia la diestra a velocidad de crucero, tanto en el Nuevo Mundo –Trump, Milei, Bukele…– como en el Viejo, donde Orban ha dejado de ser una excepción y Meloni se ha ganado el respeto hasta de Felipe González. De la misma cuerda es el austriaco Herbert Kickl, macho alfa del Partido de la Libertad (FPÖ), a quien se le encargó formar gobierno por Reyes –después de haber vencido en las elecciones del 29 de septiembre con el 28,8% de los votos–. Mientras, en España, Vox no para de subir en las encuestas y Feijóo, horas antes de anunciar que el PP apoyará la reforma de las pensiones pactada por el Gobierno con sindicatos y patronal, admitía en Más de uno “un corrimiento de voto del PP hacia otros partidos que, teóricamente, son más beligerantes en sus formas y, además, no tienen ninguna responsabilidad de gobernar”. Santiago Abascal se está frotando las manos. Y, por supuesto, también Pedro Sánchez. A ver quién es el invitado estrella del próximo Viva Vox. Qué interesante pinta todo. Y qué lúgubre.