Opinión

Ir a Sevilla para encontrar la silla

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De aquel abril de 2022 en el que Feijóo salió proclamado presidente del Partido Popular tras aquellas sangrientas semanas de guerra entre Casado y Ayuso, a este marzo de 2025 en el que se ha celebrado la última interparlamentaria a orillas del Guadalquivir, han pasado tres años y un mundo. Podría decirse que lo único que sigue inalterable es el marco, esa ciudad que al llegar la primavera se hace novia del primor y fragancia de lo único. Una ciudad que de alguna manera se ha convertido en un hito, una especie de fortín, para este ‘PP de los gallegos’.

Este pasado fin de semana llegaban en un contexto totalmente distinto al de aquella otra vez en el que se entronizó a Alberto Núñez Feijóo en un ejercicio rápido y quirúrgico por tratar de cerrar las heridas que dejó el cruento episodio que se saldó con el rodeo de Génova por parte de los partidarios de Ayuso y la salida de la política de Pablo Casado y Teodoro García Egea. Por aquel entonces, se planteaba una guerra relámpago, Feijóo llegaba con la aureola de imbatible y con la esperanza de terminar de conformar un proyecto ganador y de futuro que pudiera desbancar a un Pedro Sánchez al que ya se le daba por amortizado.

Fueron días de ilusión y grandes discursos, en los que se auguraba la vuelta de un estilo vintage de hacer política, en los que se soñaba con la extrapolación de ese estilo sereno y tranquilo, educado y respetuoso, que traía bajo el brazo el hombre de las mayorías absolutas. La vuelta a un centro y a una moderación que consiguiera bajar el diapasón de un país envuelto en el juego polarizador de la posverdad sanchista. Se marcaron unas líneas maestras, la nueva dirección era consciente de esa máxima sagrada de que lo que funciona no hay que cambiarlo, se habían conjurado para que ese mensaje, que se empezaba a propagar desde Ferraz y desde Moncloa, de que Galicia no era Madrid, y de que la moderación de Feijóo no era más que un trampantojo en el que se refugiaba la soberbia y el sectarismo, no calase en una sociedad española que podía vislumbrar una esperanza.

No obstante, y ahora con el tiempo ya pasado, podemos afirmar que no ha sido así, que, por inacción, bisoñez, inocencia o incapacidad, no fueron capaces de zafarse ni del sambenito que el equipo de opinión sincronizada se empeñó en ponerles ni de todas esas trampas, muchas muy previsibles, que les pusieron en el camino. Terminaron en la tela de araña que Sánchez había preparado para minar un liderazgo que tenía todos los ingredientes para triunfar. Se enredaron en los nervios y la improvisación y cometieron el mayor error: desviarse del plan inicial, dejar que sea el adversario el que lleve la iniciativa, el que te marque el camino.

Tres principales escollos: Erraron en la gestión de las expectativas, dibujando un viaje a corto plazo que no fue tal, no fueron capaces de domesticar el fenómeno Vox, con el que no siguieron una misma doctrina ni asentaron unas bases sólidas que fueran las que marcasen de principio a final cuáles serían las relaciones a mantener con los de Abascal, y, por último, y en consecuencia de los otros dos hechos, se fueron alejando poco a poco, por mérito de Sánchez y por demérito y torpeza de ellos, entregados a los bandazos, de ese espectro de centro se acabó convirtiendo en lo que quería el que regenta La Moncloa: una música lejana, una promesa que se evaporaba, una utopía que jamás se podría concretar en estos terrenos irrespirables en los que se mueve el servicio público de la actualidad.

Hoy tenemos a un Feijóo que estoy convencido de que sigue siendo el mismo barón ganador y solvente de los tiempos de Galicia, el mismo gestor competente, pero ahora anda desdibujado, y su trayectoria y su aura se han desvanecido en el fragor de esa batalla marrullera que propone el sanchismo, con sus maneras deshumanizadoras, de picadora de carne de enemigos. Hoy, ese estilo que aspiraba imponer Feijóo a nivel nacional, solo es representado por Juanma Moreno, el emperador del sur, que ha logrado, en un impecable y constante trabajo de estrategia de suma de gestión y comunicación, instaurar una manera de hacer las cosas. Por eso muchos señalaban esta vuelta al oasis andaluz para la interparlamentaria como una declaración de intenciones, un coger impulso para darle viajar en una suerte de máquina del tiempo hacia esos orígenes en los que todo parecía posible, en el que la política adulta y de Estado podría ser concebible.

Durante este pasado fin de semana se han visto imágenes que muestran el camino a seguir y que dejan claro que la estrategia del espejo, la del contraste, es la única que puede surtir efecto de verdad. En sendos paseos, uno por Jerez, donde un señor les cantaba flamenco, y el otro por Sevilla, donde recibían la cordialidad de los viandantes, se representaba no solo el cariño y la simpatía de la gente, sino que además se desnudaba y caía al trasluz esa incapacidad de Pedro Sánchez, que no puede andar por la vía pública sin grandes dispositivos de seguridad por temor a ser abucheado e increpado. Ante esto, cabe reseñar la enésima pirueta comunicativa del equipo de la otra gran cara del PP actual, el de la presidenta Diaz Ayuso, que fieles a su estilo macarra y cañero, han vuelto a darle nombre a un episodio, viralizando en la frontera del humor y la crítica más afilada, apodando ahora al presidente del Gobierno como “El Galgo de Paiporta”, en referencia a aquel día en el que tuvo que huir del barrizal valenciano porque la gente se lo comía.

Justo lo mismo que le ocurre a Sánchez, que no puede caminar tranquilo por la calle, le pasa a Carlos Mazón, la gran piedra en el zapato del proyecto del PP, un problema que ellos mismos han dejado que engorde y que les acabará explotando en la cara. Y sí, la gestión del episodio del negligente Mazón, como hemos dicho muchas veces en estas páginas, es la ejemplificación de esa falta de contundencia y rumbo del liderazgo actual. Liderar es tomar decisiones: hacer cosas cuando pasan cosas. Y no pensar que las cosas se solucionarán por inercia, que el fruto caerá del árbol, que el olvido y la amnesia colectiva borraran las infames actuaciones. Si tú le quieres propones a los españoles una alternativa a Pedro Sánchez, no puedes actuar ante los problemas como actuaría Pedro Sánchez. Cerrando filas con gente que no se lo merece, justificando lo injustificable, ante la indignación de una ciudadanía que no está dispuesta a tragar y a olvidar uno de los episodios más negros de nuestra historia reciente.

El lema de la interparlamentaria de este finde rezaba: “Política que sirve”. Es acertado el diagnostico, pero de las palabras hay que pasar a los hechos. La utilidad sin duda será un atractivo claro para que los electores se decanten, pero hay que darle a esa utilidad, por una parte, una pátina de realidad y otra de ilusión. Hay que volver a ilusionar a los votantes, hacerlos parte de un proyecto que de verdad siente las bases de una vuelta a la normalidad política. Esa debe de ser la obsesión, hacia ahí deben ir encaminados todos los esfuerzos. Ahora mismo solo hay un continuo martilleo de críticas, de acoso y derribo que lo que hace es sumir a la población en un desencanto que la empuja a mirar hacia otro lado, a pensar que todo está tan oscuro que no hay solución, que todos son iguales. La corrupción es una corriente que ayuda a desestabilizar, a empujar las balanzas, pero la realidad es que no hace caer Gobiernos. No se puede fiar todo a los errores ajenos. Hay que hacer, hay que crear, hay que transformar.

Sin duda hay que ser duro, es rasgo indistinguible de la oposición, pero hay que empezar a dejar la crítica feroz a un lado y poner en primer plano las propuestas Nombrar a un Gobierno en la sombra, seducir a esa mayoría silencios que está asqueada, trabajar en ser capaces de que el día que se abran las urnas irán movidos por un sentimiento de alivio hacia ellas a dejar la papeleta. Hay que volver a esos orígenes del principio, a la política sosegada. Decirla a la gente que se haría con la política de Defensa. Cómo serían las relaciones con Trump. Qué plan de choque se abordaría para políticas de juventud y pensionas. La economía, la vivienda, la compra. Todos los temas que le importan a los españoles. Recorrerse España de punta a punta, ser consciente de que tus alcaldes y tus presidentes de comunidades autónomas (menos el valenciano, claro) son tus mejores aliados, tu mejor cartel de presentación, lo que demuestra que eres un partido dispuesto a devolver al país a la senda de la estabilidad. Dejar a Sánchez solo frente al espejo de su ruina y de su degeneración, boxeando contra su ego y su hemeroteca, siendo noqueado por su legado, como bien decía Soto Ivars la semana pasada. No jugar más en su tablero, tener uno propio. Para eso hay que volver a ese espíritu del inicio, trazar un plan claro y no volver a cocerse en bandazos. Volver a Sevilla, no perder la silla, sino encontrarla de nuevo.